26 febrero 2008

Dos de enero: tarea cansina

El día dos de enero, para empezar el año con buen pie, escribí un pequeño texto en mi cuaderno sobre una de las tareas más cansinas y necesarias asignadas a las mujeres: la de limpiar. Hay un chiste machista que lo define todo: a las mujeres no las mandan a la luna porque allí no hay nada que limpiar. Y limpiar no es sólo una tarea física para las mujeres; a veces se convierte en una tarea más elevada. Pero eso no le quita dureza a la adjudicación ni un cansancio que ya se vuelve histórico.


La madre de una amiga elaboró un pensamiento muy original acerca de lo que había sido su principal trabajo a lo largo de toda su vida, o sea, limpiar en todas y cada una de sus variantes.
La mujer, en un alarde de universalización de la considerada humilde tarea, casi dedicación única reservada a las mujeres por siglos, decía que en realidad la "mierda" no se quita, sino que sólo se cambia de sitio. Si, por ejemplo, ella lavaba unos calcetines, la suciedad pasaba al agua, la cual la llevaría en su largo y tortuoso camino suburbano hasta el mar o un río, que a su vez, en su movimiento, la depositaría de nuevo en la tierra para que la volvieran a coger otros calcetines o cualquier otra prenda de vestir o parte del cuerpo humano, que tendría que ser lavado por otra mujer no se sabe dónde. Los recorridos se pueden multiplicar con un poco de lógica, imaginación y conocimiento de la naturaleza, naturaleza natural o naturaleza humana, multiplicados en miles de secuencias de "mierda" viajando por el mundo. Así se completaría un complejo ciclo de la "mierda", que no sería muy diferente a otros ciclos vitales. Y yo me pregunto si no sería posible ascender ese ciclo, descubierto por aquella señora y explicado con la mayor seriedad, al escalón del o psíquico e incluso de lo espiritual.
Todo esto me lo ha recordado el hecho de que me he pasado, hoy, segundo día del año que empieza, toda la mañana cambiando "mierda" de sitio.
¡Qué tarea tan humilde, cansina y necesaria!

21 febrero 2008

Diez de febrero: Costumbres españolas para inmigrantes

El día diez de febrero, agobiada por la loca campaña de la derecha española por rascar votos demagógicos, más bien de la xenofobia latente que llevamos dentro, escribí unas líneas en mi cuaderno del 2008. Tengo tantos amigos inmigrantes que se están esforzando por "respetar las costumbres españolas", que estoy por escribir un manual de sencillo manejo para ellos. La pena es que sólo les puedo contar "mis costumbres", tan parecidas a las de muchas otras mujeres europeas de mi edad y condición, que no sé si les van a valer. De momento, al inmigrante que más aprecio de todos, a mi querido Brahim, que dentro de poco será español de tanto que ha respetado las costumbres españolas -por fortuna sólo las buenas, en las que ya coincidía antes de empezar a respetarlas- le he dicho que vaya aprendiendo a ser un poco más maleducado, que es que se vino a este país y se creyó que el monte era orégano y que podía seguir siendo un hombre tranquilo, silencioso, reflexivo y prudente, y la cosa no va por ahí: que vocifere un poco y aprenda a hacer una paella los domingos, y luego ya veremos. Para mayo vamos al juez a decirle que sí, que puede ser español, ya que tan empeñado está.
Ahora transcribo estas desconcertadas palabras que escribí el diez de febrero.



"Loca campaña de la derecha española por rascar votos xenófobos es la de proponer unas "leyes" para que los inmigrantes se comprometan a respetar "nuestras leyes y costumbres".
Como ciudadana de este país se me cae la cara de vergüenza, pero parece que hay otros que sin más, va y les parece normal. Y yo no salgo de mi asombro. Como lingüista, la verdad es que más bien me da la risa floja.
¿A qué se refieren con respetar? Pero sobre todo, ¿a qué se refieren con costumbres? ¿Respetar es no decir que esas costumbres, o algunas de ellas, son horribles, por ejemplo? ¿O decir que son maravillosas, las costumbres más maravillosas del mundo?
Por ejemplo, un inmigrante no podrá expresar en público que no aguanta las procesiones de Semana Santa o que la tortilla de patatas no le gusta, porque, es un poner, le produce acidez de estómago. A continuación podría ser acusado de no respetar las costumbres españolas y caer el pobre bajo el peso de la ley que obliga a respetar las costumbres... y las leyes, incluida la ley que obliga a respetarlas... o sea, la razón de la sinrazón, etc., etc. Yo, sin embargo, y tan ricamente, sólo porque soy española porque no puedo ser otra cosa, puedo decir lo que me dé la gana acerca de la tortilla de patatas, de las procesiones y de otras mil cosas más que se me ocurran. La ley de la ley de las costumbres y de las leyes no irá conmigo. Jajajá, ahora voy y le digo a Brahim: yo sí puedo, y tú no puedes. Oye, qué asco de tortilla de patatas. ¿Y las procesiones? Un rollo. Me pongo bien atenta a ver qué cara pone. ¿Que me da la razón? Voy y lo denuncio por no respetar las costumbres. ¿Que no me la da? Como yo soy española y esa es costumbres española, la de renegar hasta de la tortilla de patatas, pues también lo denuncio, porque incluso en el caso de que no fuera costumbre generalizada, es mi costumbre, y, por tanto, española, españolísima, que lo soy hasta los tuétanos, aunque sea por no poder ser otra cosa.
De vestidos, la de jugadas que se me ocurren. Brahim tendrá que elegir de inmediato entre diferentes modelos: hippy trasnochado, intelectual con gafas y ojeras, joven heavy, joven pijo, ejecutivo americanoide, madelman de barrio, perullo del sábado, perullo del jueves, discotequero, campesino de pana, campesino de domingo, señor de misa, señor moderno, y otros muchos más modelos que se me olvidan. Si no tiene dinero, que despabile y que no haga el tonto, que las cosas se pueden poner muy serias con esto de respetar las costumbres.
Por lo de la música, yo podré oír lo que me dé la gana, incluso molestando a los vecinos, que aquí no se llama molestar, sino compartir y propagar gustos musicales. Puedo oír Beethoven, salsa, música árabe, rock o boleros. Pero, cuidado, amigo mío, tú no puedes oír lo que quieras, sino que para demostrar que respetas las costumbres, los marroquíes que oigan boleros, los latinos a Schumann y los del Este a Chab Khaled. Es un ejemplo combinatorio, pero hay muchos más que ellos mismos irán descubriendo. Eso demostrarán que están integrados y no apegados a sus cosas, como unos inmigrantes poco respetuosos. Lo que sí podrán hacer es ponerla bien fuerte y a cualquier hora, para respetar la costumbre de compartir los gustos musicales con el vecindario.
Si esta propuesta se refiere a las leyes, a las que la derecha llama costumbres, por su facilidad para saltárselas, habrá que insistir en el absurdo de hacer una ley sólo para inmigrantes, que obligue a respetar las demás leyes sólo a los inmigrantes. ¿Y los demás? Jajajá, de rositas. Los españoles bastante tienen con aguantar a sus políticos para tener encima que respetar las leyes.
¿Se referirá quizás a los bautizos y a las bodas? ¿A la religión, a la no religión de los españoles?
Yo creo que merecemos una explicación más completa, mi amigo Brahim y yo, por saber a qué atenernos y por reírnos más aún. Que nos estamos haciendo un buen lío.
Y ahora que lo pienso, ¿tengo yo que respetar las costumbres del resto de mis compatriotas? Lo digo porque no me gusta la cuajada ni la música celta ni el agua de sebá, ni las cocas. Y que tampoco podré oír en adelante ni contar chistes sobre las costumbres económicas de los catalanes ni sobre la cabezonería de los vascos.
Sinceramente, señores de la derecha española, los españoles no tenemos entre nuestras costumbres ser cortos de entendederas. Ya sé que algunos sí, no vamos a defender lo indefendible, y seguramente a esos se dirigen con sus absurdos. Al fin y al cabo son un puñado tonto de votos tontos.

15 febrero 2008

Herr Zweig: Momentos estelares de la humanidad


En definitiva, no sé si habrá más momentos estelares que los que Herr Zweig recoge para sus miniaturas históricas, pero con los que trae a este precioso libro, para mí suficiente, aunque no sea nunca así para una prosa tan elegante y unas apreciaciones tan finas y acertadas. Lo que, desde luego, demuestra, como siempre, es que era un narrador nato, atractivo y sabio. Nunca defrauda. Todas las que él llama miniaturas históricas, que no son sino precisos momentos de la historia que, al parecer del narrador, han tenido una importancia para el desarrollo posterior de la historia o de la cultura, son todas sin excepción pequeñas joyas literarias; claro que a mí, como lectora, me impresionan más unas que otras.
Por amor a la música, me ha dejado fascinada "La resurrección de Georg Friedrich Händel", como el retrato enérgico de un acto de creación excepcional; incluso he sufrido una suerte de aturdimiento al terminar de leer este artículo y unos irrefrenables deseos de volver a oír el Mesías, que, por cierto, no tengo entre mis discos. De momento me conformaré con seguir oyendo con deleite la Música acuática y la Música para los fuegos artificiales, ligera, cortesana y encantadora. Queda el Mesías para más grandes alientos -que vendrán con más largos ocios-, como dejo las lecturas largas, como la Historia de Genji, porque hay tareas y placeres que exigen ocio casi total y mucha tranquilidad de ánimo.
Creo que la última vez que escuché el Mesías, hace ya tiempo, fue en el estudio de mi padre. Él era un gran amante de la música, todo le gustaba y de todo disfrutaba, aunque luego tenía sus elecciones y afinidades particulares. Lo echo de menos, sigo echándolo de menos. Ahora me doy cuenta de que también era un atento lector de Zweig, cuyas obras completas tenía en su biblioteca, en unos tomos encuadernados en piel azul oscuro que allí deben de seguir; en esos tomos conocí yo las biografías del autor vienés y me aventuré por primera vez en sus exquisitas novelas. Cuánto he aprendido de mi padre.
Lo dicho ya, que todas las miniaturas de este libro son buenas, enseñan, entretienen, deleitan o apasionan, como la literatura de siempre, pero otra fue la que me dejó una viva impresión, la llamada "La lucha por el Polo Sur", sobre la aventura de final heroicamente desgraciado del capitán Scott. ¿Su fracaso? No sé cómo llamar a la empresa de un hombre que alcanza el Polo Sur para morir entre hielos a su regreso, pero que no ha sido el primero en ver las llanuras de hielo del Polo. El relato de Zweig es estremecedor considerado en sí mismo; luego vienen las reflexiones sobre la cruel competitividad masculina -de las patrias-, en las luchas políticas, y veo con otros ojos esa muerte heroica de Scott, heroica precisamente porque fracasó. Cuestión de horas o de días, él llegó allí y vio los hielos, pero también el trineo de Amundsen con la bandera noruega al frío viente. Zweig se pone de parte del vencido. Yo también. Pero en el fondo es una trampa. ¿Por qué siempre un vencedor y un vencido?

13 febrero 2008

Los franceses invaden Alcañiz

Los franceses invadieron Alcañiz aquella tarde, pero esta vez vinieron en son de paz, desfilaron bajo los carteles de los centros comerciales y un aragonés fue explicando sus tropas, sus formaciones, sus uniformes. También vinieron tropas españolas de otras partes de la Península, de Bailén, por ejemplo, pero también venían poco belicosos, a defender Alcañiz de los pacíficos franceses.

Estos son los testimonios gráficos que se pudieron obtener.



10 febrero 2008

Yang Huanyi: el mismo idioma, no la misma lengua



La noticia de la muerte de últimos hablantes de lenguas raras apareció en varios diarios nacionales hace unos días. Yo recorté una de ellas del diario Público.
Se refería precisamente al caso más llamativo, el de una mujer china que murió en el año 2005 y que era la última mujer que conocía el silabario nushu, una lengua escrita creada por mujeres y usada exclusivamente por ellas. Yo sabía que en América se daban casos de comunidades en que solo las mujeres hablaban la primitiva lengua amerindia, mientras que los hombres hablaban español, lo cual es bastante significativo ya que esa separacion lingüística habla muy claramente de la perfecta e implacable separación de los espacios, el púlbico y el privado.
Lo que no sabía era de la existencia de una comunidad de mujeres que hubiera inventado una lengua -en realidad es un silabario para comunicarse por escrito, pero quizás haya tenido su influencia en la lengua oral- al margen de los hombres y para salvaguardar su mundo femenino del conocimiento de ellos. Con esta anciana ha muerto la última persona que conocía bien esa lengua; sus hijas ya no quisieron aprenderla. Es cierto que ha muerto con ella una biblioteca, como dicen cuando muere un anciano en África, pero aparte el hecho de que la fundación Ford ha puesto mucho dinero en un programa para su recuperación, queda el magnífico testimonio de esta mujer. La tarea de recuperación no será fácil, porque era costumbre quemar los textos en la pira funeraria de la mujer que los había escrito, y, por otra parte, las autoridades comunistas desconfiaron de una lengua secreta y los prohibieron. Entre otros textos, muchos de sabiduría femenina, en esa lengua se daba a la novia, el tercer día de su boda, un manuscrito finamente bordado con consejos de las demás mujeres,
Para mí se trata de una prueba tangible del algo que yo ya imaginaba: que, por el momento, hombres y mujeres, aunque tengamos el mismo idioma, no tenemos la misma lengua. Por pura lógica tiene que ser así. Las tradiciones milenarias conforman la lengua de los grupos humanos. Una educación diferenciada, unos espacios separados, unas tareas diferentes, necesariamente traen hasta nuestros días, incluso en sociedades avanzadas, diferencias de habla aún notables. El efecto de la educación mixta, ya que aún no se conocen casos de verdadera coeducación, las leyes de igualdad entre mujeres y hombres, la sociedad abierta e igualitaria, las conquistas feministas en el siglo XX, no se notan aún en todo su vigor en algo tan resistente y conservador como la lengua. Menos aún si consideramos que las formas y las intenciones cambian, pero el sistema persiste.
Para más información sobre lenguas habladas solo por mujeres, o conservadas por mujeres o habladas de diferente forma por hombres y mujeres, mirad estos enlaces:

El río Guadalope

El pirmer paseo que dimos con Wima por Castelserás fue para ver el pueblo y bajar a ver el río Guadalope. No me esperaba estas formaciones calizas en el río, tan redondas y caprichosas que tienen algo de orgánico, de carnal. El agua es la alegría de los ojos porque es la promesa de la vida. Entre piedras redondeadas, formando recovecos y curvas, se convierte en una alegría hermosa, que nos abre los ojos infantiles que nunca debimos cerrar. Estas formaciones de piedra me producen el mismo sentimiento de curiosidad interminable que las cuevas.

Castelserás I: el pueblo

Castelserás I: el pueblo
Fuimos a Castelserás a ver a Wilma.Estas son las fotos del pueblo, en el Bajo Aragón, en el Maestrazgo. Un pueblo aragonés con encanto. Y con gente estupenda, tranquila y buena, que vive en uno de los pueblos más pacíficos que he visto en mi vida. Estas fotos son la primera serie. Subiré otra del río Guadalope, que a su paso por Caselserás tiene un aspecto muy particular.

06 febrero 2008

La novela según Monsieur Verdú II

Otro asunto, no menos cargado de ingenio pesadote, dice este buen Monsieur Verdú, empeñado en salvar la novela de una muerte que él ya ve segura, a no ser que se siga escrupulosamente su decálogo, muerte que se producirá además a cuenta de cualquier manazas provinciano. Lo que dice es que la novela "moderna" no puede ignorar realidades como la WWW o los Blogs. Por ninguna novela honrada pase, ignorar semejantes cosas. ¡Cómo se le habrá ocurrido a nadie semejante ignorancia! La verdad de la buena es que no hay que avisarle. Nunca la novela ha sido ignorante de lo que ocurre en el mundo, nunca se ha preciado la señora novela de ignorar la realidad, sino más bien de lo contrario, de ser la más enterada del barrio, incluso si el barrio es global. A veces se ha quedado deslumbrada ante ella; otras, la ha puesto a caldo, a gritos de verdulera o por lo bajini; también ha huido de ella como conejo ante escopeta y ha ido a refugiarse a las madrigueras interiores y recónditas del intimismo o de la fantasía, pero lo que se dice ignorar la realidad, nunca. A ningún servidor o servidora de esta vieja dama -o sea, novelistas- se le ha ocurrido jamás semejante cosa, que suelen ser personas muy atentas al mundo y a sus realidades. Tan en la realidad suelen estar los novelistas que ya han comprendido quién lleva el birrete de mandarín y qué destino les espera en este mundo, así que se han lanzado al virtual, y muchos de ellos empiezan a pasar de mandarinazgos y se publican de otro modo. Saben lo que es un blog, saben lo que es la WWW y la usan. Y ya veremos. La novela, de momento, tan tranquila, como siempre.


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Reniega don Vicente -Monsieur Verdú- , por otra parte, de la atención al cine, a la televisión y otros inventos por parte de los novelistas; pues ¿en qué quedamos? ¿Debe ignorar unas cosas la novela y estar atenta a otras, concretamente a las que a su divinidad decalogista le dé la gana? ¿Es más realidad la red mundial cibernética que el teléfono móvil, los blogs, la televisión, el cine o el cómic? Si es a todo, tendrá que ser a todo. Pero él piensa que la gente tiene que estar atenta a lo que a él se le ocurra que es la "realidad" novelesca, que para eso lleva el birrete mandarinesco cultural, sin moverse nadie un punto de su estrecho e iracundo decálogo. Porque todo su artículo suena a estar muy, pero que muy enfadado, aunque nunca dice en realidad por qué o contra quién.
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Pues, como se dice ahora, va a ser que no, que cada cuál escribirá lo que se le ocurra, que las grandes editoriales decidirán, en esta época mercantilista, qué ponen en los carteles y qué venderán a golpe de manejos públicos, y que los públicos seguirán la publicidad, como es costumbre, de las grandes editoriales, menos unos cuantos que leerán lo que les dé la real gana, en libro, en cómic o en la WWW, como buenamente puedan, por allí, por acá y por acullá, que es lo que está pasando con todo. Y bien puede ocurrir que dentro de unos años se derrumben todos y cada uno de esos puntos del decálogo y Monsieur Verdú se encuentre con que en cualquier rincón apareció el futuro, que será, por suerte, tan transitorio como él mismo, como su decálogo, y como todo en esta vida perra.
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Habla también con fruición de las maravillas literarias de los que él llama periféricos, que para él no son otros que los escritores hispanoamericanos, de los cuales, y salvo unas cuantas honrosas excepciones -algo de Borges, todo de Rulfo y un poco de este o el otro- a mi parecer son los grandes dañadores de la literatura escrita en castellano. Y así como ensalza a estos hermanitos de allá, degrada a los que él llama "provincianos", y más que nadie a los que todavía buscan sus modelos en los grandes novelistas del pasado, esa carroña literaria, ¿verdad, Monsieur? Asco de Cervantes y de Tolstoi... Que están empolvados los pobres.

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Para él los periféricos son, pues, los escritores latinoamericanos, que en realidad están en el mismo centro, por mor del mandarinismo, como si en el mapa no existiera la gran Rusia y toda Asia, por ejemplo. En este mundo globalizado está empezando a parecer que el verdadero provinciano es él, porque el concepto de provinciano no es más que una actitud, no una localización geográfica. Precisamente, desde que existe la WWW y otros inventos, es provinciano el que tiene la actitud, no el que vive en un remoto caserío finés. También le recordaré las palabras de Tolstoi -ese apolillado escritor- que decía: "Canta a tu aldea y cantarás al mundo". Pero, claro, la aldea se canta con talento, no con retórica, fuegos de artificio ni decálogos. Y precisamente esos periféricos que escriben novelas, por ejemplo, en Asia, y no sólo en la falseta retórica del latinoamericano, van a buscar modelos apolillados en la gran novela clásica, realista, extensa, no retórica.

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Yo me pregunto, ya que soy una provinciana con todos los defectos que él rechaza, y no sé por dónde van los mandarinatos culturales de Madrid o de Barcelona, por qué hay tanta bilis negra en ese escrito de Monsieur Verdú. A quién o qué ha leído últimamente, no por gusto, claro, sino obligado por alguna obligación de mandarín, que le ha quemado la sangre de tal modo que hasta ha decidido dar a los pobres mortales un decálogo definitivo para ver si civiliza a tanto escritor y lector provinciano manazas que anda suelto por ahí, ofendiendo la dignidad de la novela "moderna". No me lo explico, de verdad, tanta energía para tan poca cosa.

05 febrero 2008

La novela según Monsieur Verdú I

En noviembre, concreamente el 17 de noviembre,
un escritor español, bastante irregular, tanto en la expresión inteligente, como en la propia inteligencia de los asuntos, al que yo llamaré Monsieur Verdú, y que conste que sin recordarme para nada la famosa película de Chaplin, que nada tiene que ver, sino por otras razones de más jocoso peso, escribió en un conocido suplemento literario de un periódico nacional, en el que tiene tribuna libre, el absurdo de los absurdos sobre lo que debería ser una novela en el futuro, para ser más exacta en el futuro de ya, o sea, en el siglo XXI. Como pretendía ser tan moderno como ese futuro de ya, y además poner a los pies de los caballos a alguien o quizás a algunos no identificados, lo hizo en la forma más antigua que se conoce en el mundo, un verdadero plagio del mismísimo Dios: dio en la flor de hacer un decálogo. Lo que pasa es que Dios es Dios - él mismo lo dijo, cuando aquello de "soy el que soy"- y su decálogo se refería, aunque un poco mojigato y omnisciente, al comportamiento humano, con el noble y nunca conseguido fin de que sobreviviéramos sin comernos unos a otros, mientras que este Monsieur Verdú no es Dios, ni siquiera un dios menor o local, y su fin no era tan noble ni tan necesario, ya que se refería a un capricho creativo del ser humano, que es verdad que deriva del hecho de no comernos los unos a los otros y que en algo ayuda al mismo fin, pero que es absolutamente prescindible, como demuestra el hecho de habernos pasado miles y miles de años sin novela, que a eso se refería el decálogo dichoso. Que es necesaria, vale; que es sustituible, también. Que puede tener un fin, sí, como todo en este mundo. Que se puede salvar gracias a un decálogo de un madrileño o lo que sea este hombre, pues no. A los que nos gusta leer novelas, y a veces, escribirlas, por este orden, nos gustaría que durara un poco más, al menos lo que durara nuestra propia vida. Pero sabemos que por ahí no se salva. Qué pena, con la ilusión que le hacía a Monsieur Verdú ser el salvador de la novela.

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Me acuerdo que a don Pío Baroja, el mejor novelista español, y uno de los mejores europeos, del siglo XX, le preguntaron una vez cómo creía él que debía ser la novela del susodicho siglo. Desafiando todas las vanguardias y a todos los eruditos a la violeta, todos los intereses editoriales -pues él tenía su propia editora- y a todos los profesores y reyecillos de la literatura, dijo: "ENTRETENIDA". Y esto es que, mal que le pese a Monsieur Verdú, la novela es un género muy antiguo, con una historia de mujer eterna, icono que también tanto gusta a este Monsieur, que lo mismo ha sido y es puta que reina, pero siempre ENTRETENIDA, incluso cuando se convierte en dama victoriana o beata española.

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Habrá que recordarle a Monsieur Verdú, el célebre decalogista, la difícil definición del género novela, que ha llevado incluso a grandes cabezas, masculinas, por supuesto, a decir absurdas definiciones como, por ejemplo, que novela es todo escrito que, presentado en forma de libro, admita bajo su título la palabra "novela". Toma ya.

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Va a ser que lo único que no admite la novela es un decálogo. O cualquier otra forma de normativa retórica, sencillamente porque nació, ya en sus remotos orígenes, al margen de la retórica oficial, la aristotélica y su finalidad era sólo entretener a las porteras de los templos griegos; era, naturalmente, despreciada por los "buenos" literatos, que escribán cosas parecidas a un decálogo, Era, la pobre, una fregona, que luego se convirtió en ilustre fregona, aunque bien poco beneficio, ni material ni de honor logró en su tiempo quien la sacó del arroyo y de la greda de fregar. Algo de su baja extracción le queda, y así lo mismo va arrastrando la cola por el barro que pisando levemente con sus taconcitos de tafilete sobre brillante mármol; y lo mismo se viste de los colores más chabacanos que se presenta en la túnica vestal. Y podemos seguir diciendo que come de todo, aquí y allá, y se mete en la cama con cualquiera, o se pone a hacer melindres de musa poética. Pero no admite imposiciones. Ella es así.

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O sea, que tiene la buena cualidad de que se adapta a todo y se lo come todo. Es omnívora, como los seres humanos mismos. De ahí, posiblemente, su larga pervivencia y sus posibilidades de futuro. Así que no se preocupe tanto Monsieur Verdú, que ella sola se sabe defender, pero si le llegara la hora de la muerte, que no la veo cercana, ni deseable, ella sabrá morir con un suspiro de alivio, de resignación o de satisfacción, o las tres cosas, porque así ya no tendrá que aguantar la atrabilis de decalogistas, quizás, como una señora de un sobreparto, dejándonos alguna cosa parecida hija suya, pero ¡qué buenos ratos nos habrá hecho pasar a mucha gente aburrida, curiosa y provinciana! Que las tres cosas vienen a ser sinónimas.