29 noviembre 2010

Volver al Quijote

Después de leer este verano "Sueño en el Pabellón Rojo" de Cao Xueqin, y enterarme de que es llamada tal obra "el Quijote chino", y visto el especial cariño que Cervantes le tenía a China, país que saca a relucir en el prólogo a la Segunda parte de su genial obra, decidí que era hora de comprobar si era verdad lo que se decía. Nada más oportuno que volver a leer el Quijote. Mis conclusiones vendrán luego, pero ya aviso que las comparaciones son odiosas, porque dos obras maestras no pueden compararse ni cotejarse, siendo como son de dos genios bien distintos y muy alejados en el tiempo y en el espacio. Así que lo único que tienen en común es su genialidad y la profundidad con que tratan al ser humano siempre. También el deleite que proporcionan y el efecto de fascinación que crean en el lector sensible.




Y acordándome de estas y de otras cosas, pienso en las veces que llevo leída esta novela de don Miguel, cuando el primer libro suyo que tuve en mis manos, teniendo uso de razón, aunque limitado, fue este que está en imagen aquí arriba. Tendría yo nueve años y el pobre libro ha quedado, como se ve, maltrecho, digo yo que de las vueltas y revueltas que le di entonces y hasta que pude leer otro ejemplar, este ya no dedicado a los niños, o sea, sin adaptación.



Estas son las imágenes de algunas de las páginas interiores, donde se ve qué lúdicos ejercicios nos ponían sobre la lectura y cómo nos instruían con dibujos y explicaciones aclaratorias, y cómo yo, sin poderlo remediar, estampé por dos veces mi firma infantil en una de las páginas; sería el deseo nunca satisfecho de poder firmarlas. Como se ve, las páginas quedaron de perlas, con más barbas que San Antón.






Este ejemplar de la editorial Calleja, la misma que metía minúsculos cuentos en el chocolate, es el que leí a los catorce años, por supuesto, sin gafas de cerca, y eso que el librito no alcanza los diez centímetros de alto y es el Quijote entero y verdadero. Tiene las letras como pulgas. Ni a esa edad es humano leer semejante tipografía, pero yo lo leí, y creo que un par de veces.

Este año vuelvo al Quijote por sexta o séptima vez en mi vida, que ya he perdido la cuenta cabal, para encontrarme con la sorpresa de que no es el mismo que leí la última vez, que ha cambiado muchísimo, de modo que aún me estoy riendo más que otras veces. 

Me estoy fijando mucho en la tropa galana que sale por allí, por ejemplo, tan dura y descarnada en la Primera parte y tan cortesana en la Segunda. Me está fascinando de nuevo el lenguaje limpio y jovial, y en cada capítulo veo a don Miguel sentado delante del papel, rascándose la oreja con la pluma y maquinando las cosas de su Loco, él también carcajeándose por dentro. Vamos, que me lo estoy pasando estupendamente. Y duermo todas las noches con la última palabra leída, con una media sonrisa, y la mar de bien. No es que me duerma la lectura, es que me hace dormir después con una alegría de vivir inusitada. 

Me entero, cuando abordo ya la Segunda Parte, que Soledad Puértolas ha entrado en la Academia de la Lengua, con un discurso sobre los personajes secundarios del Quijote. Me alegro mucho y le doy la enhorabuena, y también a todas las mujeres, que, por cierto, abundan en el Quijote, y generalmente muy bien tratadas y consideradas. El discurso completo se puede leer aquí:



19 noviembre 2010

Nosotros huesos que aquí estamos

"Nosotros, huesos que aquí estamos, 
por los vuestros esperamos"

Entrada a la Capilla de los Huesos 
en el Convento de San Francisco 
en Évora


Si me descuido, con el trajín que llevo, se me pasa el mes de noviembre, donde estas imágenes van que ni pintadas, pero que en otro mes cualquiera serían un desvarío.

 Arco ciego formado 
por calaveras y cabezas de fémur


Y ya que nos ponemos a pensar, ¿en el mes de noviembre no lo son también?


 Columna formada 
con huesos largos y calaveras

Porque, después del pasmo, de la reflexión barroca, que ya cansa un poco, viene lo siguiente: ¿a qué mente malsana se le puede ocurrir hacer algo semejante? 

 Nave lateral de la capilla
con esqueleto de hombre 

Hablamos de la Capilla de los Huesos, en portugués Capela dos Ossos, de la que yo tengo noticias desde muy joven, pero que vi por primera vez en el año 2000, trescientos años después de que se erigiera el engendro. Entonces, en mis notas de viaje, escribí:

"Me resulta casi imposible ponerme dramática,  macabra, profunda y meditativa, con esto de la montonera de esqueletos arquitectónicos. La clave está en el exceso, en la disparatada exageración que sólo en la mente enloquecida de un fraile pudo nacer. Según una somera explicación que hay a la entrada de  la Capilla, aquello lo hicieron para que sirviera dos fines: para la meditación sobre la muerte y la vanidad de lo humano, o en caso de trivialidad mundana, para asombro y satisfacción de la curiosidad. Para lo primero, resulta algo tan excesivo que toda meditación puede quedar suspendida. El ala medio desplumada y mostrando los delicados huesecillos de un pájaro muerto; un resto de ropa en una playa invernal; unas flores muriendo al atardecer... la minucia, el objeto perdido, esa mirada recogida. Quizás las formas pétreas de un durmiente de Pompeya, o ese pan fosilizado en el plato por las cenizas del Vesubio. Son cosas pequeñas que evocan de un modo más profundo, dramático y melancólico, la transitoriedad, lo precario de lo humano. Este amontonamiento de huesos y calaveras suplentes de ladrillos y piedras desborda toda posibilidad de reflexión sobre el tema, el único tema. Simple disparate. Y a efectos de la segunda finalidad, bien, satisface la curiosidad trivial que el mismo hecho crea, pero en ese sentido lo mismo daba que lo hubieran hecho con huesos de albaricoque, tan asombroso como la Torre Eiffel de mondadientes. Si vemos con cierta frialdad el hecho de que sean huesos humanos, y de ese modo, obviamos la reverencia ancestral al cadáver, no es más que un alarde de ingenio".

Y a día de hoy no me desdigo de una sola palabra de las que hace diez años escribí. 



12 noviembre 2010

Libros dormidos

 Estatua homenaje a Cao Xue Qin 
dedicado a su memoria



A veces compro un libro sin tener conciencia de lo que contiene en realidad, simplemente porque hay algo en él que me atrae. Se queda en la estantería de los libros que esperan, y yo les llamo los libros dormidos. Despiertan un día, sin esperarlo yo, parece que me llaman y me dicen que ya es hora de que los atienda. Me ha pasado en muchas ocasiones. Unas veces me equivoqué, pocas, es cierto, y otras, la mayoría, tengo la sensación de que ese libro era para mí desde siempre y sólo esperaba que yo tuviera la tranquilidad y el buen ánimo de abrir sus páginas y recorrerlo.

Eso me pasó, así mismo como lo cuento, con una novela china: "Sueño en el Pabellón Rojo" del escritor chino del siglo XVIII Cao Xue Qin. El libro durmió durante un año en ese lecho incómodo de los libros en espera. Lo único que me había llevado hasta él era su procedencia, pues soy aficionada a la literatura oriental. Me detuvo y me contuvo que la novela estaba desarrollada en dos tomos de mil y pico páginas cada uno. ¿Quién se atreve en plena vorágine de trabajo a zambullirse en tres mil páginas de lectura? ¿Y el miedo a que fuera un pestiño y que tuviera tres mil páginas de pestiño en mi biblioteca, con lo ajustado que está el espacio, total para nada? Exponerse a una decepción en estos casos resulta muy peligroso.


Portada del primer tomo en la edición
castellana de Círculo de Lectores
y Galaxia Gutemberg.

Este verano, después de un curso agotador, y después de una no menos agotador mes de julio, presidencia de tribunal de oposiciones por medio, el libro dormido me llamó y yo acudí. Verano sin viaje, verano de pareo y chancla en el campo, de lecturas y películas. Donde pone "lectura", pone en realidad "una de las novelas más hermosas que he leído en mi vida". La fascinación por la historia de la famila Jia, con su joven protagonista Baoyu y la melancólica Daiyu, la noble Anciana Dama, las muchachas refinadas de la servidumbre, la inteligente Xifeng, el discurrir del tiempo y de las estaciones -le han llamado el Proust chino-, la crueldad de una sociedad feudal despiadada, con la exquisitez de un siglo XVIII, que también en China se inclinaba hacia lo rococó, todo ello, más una escritura tersa, limpia, demorada, me fascinó por completo. Realmente, no quería que se terminara, y pienso que no se ha terminado, que es de esas novelas que volveré a leer, como vuelvo a los lugares que amo.

Se considera esta novela una de las cuatro grandes novelas clásicas chinas. Su autor tiene el prestigio que un Cervantes tiene entre nosotros. Es estudiado y documentado en las universidades. Parte de su novela ha sido objeto de una adaptación televisiva de gran éxito. Él, que perteneció a la más alta nobleza de la dinastía Qing, murió en la pobreza extrema, después de malvivir en una choza a las afueras de Pekín.

P.S. Como soy una exagerada, puse tres mil páginas, y eso quizás asuste a posibles lectores, así que ahora, para tranquilizar, sobre todo a Thorton, digo que son sólo dos mil cuatrocientas, contando las notas del final, que también hay que ir leyendo para aclarar algunos conceptos históricos y literarios.

11 noviembre 2010

De cromlechs y menhires

 Cromlech de Xarez, cerca de Monsaraz
Nunca había visto yo ninguno de estos monumentos prehistóricos y lo cierto era que tenía una gran curiosidad. Hicimos un curioso recorrido en torno al pueblo de Monsaraz, que se alza sobre una colina, dominando todo el hermoso paisaje de su entorno. Verdaderamente, el que más veneración me produjo, y hablo de veneración porque vestigios de tiempos tan remotos, cuando una tribu era capaz de levantar semejante pedrusco para adorar dios sepa qué, que sí que lo sabemos y no hay más que ver la forma que eligieron y luego tallaron cuidadosamente, pues eso, quieras que no, produce algo parecido al respeto, a la veneración.

 Detalle de uno de los menhires 
del cromlech de Xarez
Pensamos que ese hueco en la piedra lo había hecho la lluvia, con su continuo golpeteo sobre la piedra, pero ese trozo de granito también se delata como otra cosa. Entre tanto monolito fálico, con ese enorme pedrusco central, ¿no sería esto un resto de la fecundidad femenina, también venerada?

Menhir de Bulhoa 
Solos, en medio de un círculo mágico, al final de un camino, pueden ser aún más impresionantes. Este menhir, derribado y vuelto a erguir por los portugueses, para asombro de propios y extraños, tiene en su extremo superior, o sea, ya se me entiende, extraños signos sin interpretar. ¿Qué querrían decir aquellos seres humanos, tan orgullosos de sus atributos viriles? Si cada ser humano reproduce en su desarrollo y maduración el mismo o semejante proceso que el que sigue la humanidad entera, estos hombres que levantaron semejantes falos en medio de los campos, estaban en plena infancia.

Menhir de Outeiro

Y, sin ninguna duda, el más descarado, impresionante, solitario, realista, insolente y orgulloso, es el menhir de Outeiro, que se levanta sin más adorno ni acompañamiento, en esta planicie ocre, y presenta hasta su forma anatómica, resaltada por una incisión en la parte superior. Bueno, bueno, hombre, si querías asustarnos, pues no lo conseguiste. Al fin y al cabo eres sólo una piedra en medio del campo.

Rocha dos namorados

Junto a una encina, cuyos frutos, no del todo en sazón, comimos, este megalito, dicen que de afloramiento natural, sin tallar ni reformar, aprovechando lo que la madre naturaleza da. Su forma, bien diferente, la de un útero. Protectora, seguramente sería punto de refugio de cultos femeninos a la fecundidad. La prueba de ello, el intento de cristianización que luce a sus espaldas; le tallaron una cruz por detrás y unos ruedas de la eternidad bajo los brazos de la cruz terminan de aproximarse a lo imposible, el convertir tal sitio para otro culto. A las chicas del pueblo les enseñaron a tirar piedras sobre la madre para adivinar cuándo se casarían. También esto es lucha inútil. Ahí está, con sus brazos abiertos, y su seno protegido por una piedra que se mira a sí misma. Al final, la madre.

05 noviembre 2010

Paseando por lo ajeno



 Plaza de Giraldo en Évora

A menudo me pregunto por qué soy tan aficionada a los viajes. No a los grandes viajes de aventura, como hace mi amiga Wilma, que se ha ido un año entero a recorrer el mundo; no tengo espíritu aventurero ni tanta curiosidad como ella y otras personas que cada año se marcan un destino nuevo, lejano y, quizás, dificultoso. Siempre me acuerdo con esos grandes viajeros de Margarita Yourcenar, que puso como título a su libro de viajes:“Le tour de la prison”, lo que quería decir: ya que estamos presos en este mundo, al menos nos esforzaremos por conocer sus cuatro paredes. Como mi concepto del mundo no es tan barroco ni pesimista, y no considero este mundo una prisión, aunque sea algo melancólica yo por mi carácter, no quiero conocer todas las paredes, sino sólo pasearme un poco. 


 Templo de Diana en Évora

Igual que me paseo por mi ciudad y cada rincón me sugiere lo entrañable o lo fantástico, o me trae un recuerdo tierno, o un pensamiento noble, del mismo modo viajo por otros lugares ajenos, buscando el recuerdo, el pensamiento, lo entrañable, lo fantasioso. Como no tengo grandes curiosidades en este sentido, ni me placen las grandes sorpresas, me gusta hacer de lo ajeno algo propio, y el modo de hacerlo es siempre volver a los lugares. Así he vuelto a Portugal.

 Callejón evorense

Me gusta utilizar un recurso narrativo en mis cuentos que se basa en esa vuelta a los lugares ajenos, de modo que se hagan ya propios. Consiste en llevar a un personaje a un lugar querido para mí; hacerle sentir lo que yo siento, a saber, el distanciamiento de lo cotidiano en un lugar ajeno; hacerle mirar las cosas desde esa lejanía, y entonces que solvente un problema personal, que dirima una cuestión planteada en lo cotidiano propio, o bien que se deje llevar por ensoñaciones y recuerdos entrañables, por libres asociaciones de pensamientos y recuerdos, que vienen al hilo de las sugerencias del lugar en que se encuentra. No es ni más ni menos que lo que yo misma hago en mis viajes, en esos paseos más allá de mi propio ámbito. Al final, nuestros personajes creados hacen lo que nosotros mismos haríamos en esa situación.

 Un rincón de Évora

Aparte otros preciosos motivos, a eso he ido a Évora. A convertir definitivamente esa ciudad en un espacio interior. Creo que lo conseguí. Desde los siete años era una ciudad soñada, y entonces el templo de Diana era un pisapeles pequeño de estaño, y Portugal una muñeca rubia en pantalones; la viví fugazmente al final de mi juventud, y entonces  se convirtió en un lugar hermoso, sólo de paso; la recupero como  ciudad muy mía, para mí, para siempre, cuando rozo ya los umbrales de la vejez.

03 noviembre 2010

Otoño barroco

 Anónimo barroco otoñal 
captado en el museo regional de Béja.

El otoño es barroco, siempre lo ha sido. El invierno, directamente, es el fin. Hay que dormir y no pensar demasiado. Quedarse en gran quietud, en la pura tranquilidad y calma, a ver si de ese modo la primavera nos sorprende. Pero en el otoño... podemos ir dando rienda suelta a todas las melancolías, y quizás lo mejor para hacerlo, con cierta afectación y estilo, es ponerse frente a un cuadro como este, con una plácida calavera que se mira en un espejo, no se sabe muy bien para qué fin. Lo suyo hubiera sido que una guapa joven se mirara en el espejo y viera su calavera, para que se le bajaran los humos, por ejemplo, o al contrario, que un esqueleto se mirara en el espejo y viera una hermosa joven. Ya se ve que no es indiferente quién mire y quién sea mirado, que eso tienen los espejos. Y luego, mucho leer y mucha redoma, mucho saber y mucho aprender, para nada. Para terminar hecho una calavera que se mira en un espejo.


O para terminar como estas hojas caídas, mojadas y arrastradas por la empedrada calzada de una ciudad portuguesa, que también hay que decirlo, si se quiere melancolía otoñal, lo mejor es irse a una ciudad portuguesa, y sin fados, que no hacen falta para ponerse amarillo, soñador, ensimismado y tristón.