09 febrero 2007

Fulgencio Martínez: "Cosas que quedaron en la sombra"

Aunque había oído su nombre, aunque algún amigo poeta o literato lo había nombrado alguna vez, quizás en una velada hace ya mucho tiempo, no conocía yo personalmente a Fulgencio. Como tampoco deseaba conocerlo entonces, el breve encuentro se convirtió en un agradable regalo, de esos que la vida te hace poco a poco, sin euforia y sin decepción. Para mejor entenderlo diré que nada valoro más que ese estado de ánimo y de conocimiento. No pude encontrarlo en mejor ámbito que aquel. Soren Peñalver organizaba, con exquisito gusto, como siempre, unas veladas poéticas finiestivales en el Museo de la Ciudad –las llamó “Trasnochando” –, en las cuales, por techo las estrellas y por dulce refrigerio un granizado de limón, quien había sido llamado y quien lo deseaba, leía poemas, bien ajena, bien propia, sin duda ambas opciones escogidas entre el amor y el pudor.

Por casualidad, vine a compartir mesa con Fulgencio. Le oí recitar sus poemas; hojeé, con su tácito consentimiento, el libro que tenía ante sí. Me gustó lo que oí y lo que leí, de un modo intuitivo. Intercambiamos señas –electrónicas, es el signo de los tiempos–, y a partir de entonces nos hemos mantenido en contacto. Eso ha hecho que yo haya podido disfrutar su libro de poemas “Cosas que quedaron en la sombra”, y hacer con ese libro lo que con todos los poetas hago: hablar con ellos un rato. Hablo con esta gente del verso hasta que me aprendo el tono de la voz, su voz más profunda y verdadera, o quizás aquella que mejor armoniza con la mía, y entonces escojo mis poemas de los suyos y los incorporo a mi cuaderno de lecturas poéticas. No es una metáfora, que yo apenas sé hacerlas, sino que es algo tan real como un cuadernillo que me regaló un hermano mío y en el que voy atesorando los poemas que son para mí hechizo, o juego, o saeta, o bálsamo, o misterio, o invitación, o koan. De todo esto he encontrado en el libro de Fulgencio. He pasado buenos ratos leyendo y saboreando los poemas, poniendo oído atento a su voz fuerte, reposada y reflexiva. He elegido algunos. Otros quizás los oiga con más claridad más adelante. De momento, elijo unos cuantos.

Por cierto, he pensado en ese nombre del poeta, tan nuestro, y he dado por buena la etimología para acordarla con sus poemas. Fulgores. Otros rescoldos. Otros ya cenizas.

Mirad este, tan triste, tan derrotado, tan hecho de cenizas:

OTRA PERSPECTIVA DEL VERANO

…Examinemos el caso

del viajante

que conduce de noche,

mostrando un catálogo de ungüentos.


Los dormidos pueblos que cruza,

el resplandor de los faros del auto,

se anuncian como una sombra que huye.


Los carteles venden el mar en verano.


Le espera la cena fría, la lluvia

y la soledad, y otra vez el frío

en algún tugurio de carretera.

Y esta otra, que es un fulgor que luego hay que pensar calmosamente:


REBELIÓN DE ELEGANCIA

Como un abrigo a un esqueleto

es a la razón la poesía:

un lujo del desnudo, una póstuma

rebelión de elegancia.


Un poema de amor o de desamor, o de amor perdido, pero lleno de melancolía. Un rescoldo.


RECOMPOSICIONES

DESCOMPOSICIONES DE UN ÚNICO AMOR


Como se recompone

un juguete roto, con el afán

de vivir de nuevo las ilusiones

que, un día, estrenamos,

así mi pensamiento,

en el hueco que dejaste, reúne

los vuelos generosos,

las palabras de amor

y las nubes que cayeron a tierra.

Sube en el vacío sin perder pie,

sabiendo, al elevarse,

que decidiste guardar para ti

la magia que dio vida a un muñeco.

Hay poemas mucho más largos que he elegido para mí, pero dejo a quien se quiera acercar a la poesía de Fulgencio el placer de descubrirlos. Lo único que me queda por decir es aquello que me enseñaron de pequeña: “Da las gracias, niña”. Gracias, Fulgencio.

"Cosas que quedaron en la sombra"

Fulgencio Martínez

Ediciones Nausicaä

Colección La rosa profunda

01 febrero 2007

Martin Luther King: El clarín de la conciencia

Acabo de terminar la lectura de un libro ya antiguo: “El clarín de la conciencia”, que recoge cinco discursos de Martin Luther King. Cuatro fueron difundidos por la Sociedad Canadiense de Radiodifusión en 1967; el quinto es un encendido discurso sobre la paz pronunciado en la iglesia baptista de Ebnezer en la Nochebuena de 1967, sólo unos meses antes de su vil asesinato.

Lo que más sorprende de estos discursos es la total vigencia de su pensamiento, la completa aplicación a la situación actual, al papel de los EEUU en el mundo, a la violencia, hoy recrudecida, a la injusticia y la pobreza, que él considera la mayor violencia ejercida contra el ser humano.

Cuando Irak está abocado a la guerra civil por la torpe, interesada y despiadada intervención americana, cabe plantearse de nuevo el pensamiento y las acciones de ciertos pensadores y activistas de la no-violencia. Acciones conjuntas internacionales, hoy más posibles que nunca gracias a la comunicación global, pueden ser la semilla de un movimiento global por la paz.

Hoy, día 1 de febrero, Europa convoca, de modo espontáneo, a través de blogs y correos electrónicos, un apagón internacional. Quizás hoy no tenga un seguimiento masivo, pero en un mañana no muy lejano este ensayo de coordinación ecológica pueda tener repercusiones mayores en todo el mundo. La gente corriente, la buena gente pacífica y respetuosa, podemos decir muchas cosas a los poderosos con nuestras acciones, aunque sean tan sencillas como un breve apagón de cinco minutos. Lo que vale para la ecología, vale para la paz.

Nota: La lectura de este libro, como otros muchos sobre no-violencia, se la debo a mi amigo, pacífico entre los pacíficos, bueno entre los buenos, Jesús Núñez. No te preocupes por tu libro, Jesús, será devuelto a tus manos en el segundo lote de préstamo. Gracias, amigo mío.