Después de leer este verano "Sueño en el Pabellón Rojo" de Cao Xueqin, y enterarme de que es llamada tal obra "el Quijote chino", y visto el especial cariño que Cervantes le tenía a China, país que saca a relucir en el prólogo a la Segunda parte de su genial obra, decidí que era hora de comprobar si era verdad lo que se decía. Nada más oportuno que volver a leer el Quijote. Mis conclusiones vendrán luego, pero ya aviso que las comparaciones son odiosas, porque dos obras maestras no pueden compararse ni cotejarse, siendo como son de dos genios bien distintos y muy alejados en el tiempo y en el espacio. Así que lo único que tienen en común es su genialidad y la profundidad con que tratan al ser humano siempre. También el deleite que proporcionan y el efecto de fascinación que crean en el lector sensible.
Y acordándome de estas y de otras cosas, pienso en las veces que llevo leída esta novela de don Miguel, cuando el primer libro suyo que tuve en mis manos, teniendo uso de razón, aunque limitado, fue este que está en imagen aquí arriba. Tendría yo nueve años y el pobre libro ha quedado, como se ve, maltrecho, digo yo que de las vueltas y revueltas que le di entonces y hasta que pude leer otro ejemplar, este ya no dedicado a los niños, o sea, sin adaptación.
Estas son las imágenes de algunas de las páginas interiores, donde se ve qué lúdicos ejercicios nos ponían sobre la lectura y cómo nos instruían con dibujos y explicaciones aclaratorias, y cómo yo, sin poderlo remediar, estampé por dos veces mi firma infantil en una de las páginas; sería el deseo nunca satisfecho de poder firmarlas. Como se ve, las páginas quedaron de perlas, con más barbas que San Antón.
Este ejemplar de la editorial Calleja, la misma que metía minúsculos cuentos en el chocolate, es el que leí a los catorce años, por supuesto, sin gafas de cerca, y eso que el librito no alcanza los diez centímetros de alto y es el Quijote entero y verdadero. Tiene las letras como pulgas. Ni a esa edad es humano leer semejante tipografía, pero yo lo leí, y creo que un par de veces.
Este año vuelvo al Quijote por sexta o séptima vez en mi vida, que ya he perdido la cuenta cabal, para encontrarme con la sorpresa de que no es el mismo que leí la última vez, que ha cambiado muchísimo, de modo que aún me estoy riendo más que otras veces.
Me estoy fijando mucho en la tropa galana que sale por allí, por ejemplo, tan dura y descarnada en la Primera parte y tan cortesana en la Segunda. Me está fascinando de nuevo el lenguaje limpio y jovial, y en cada capítulo veo a don Miguel sentado delante del papel, rascándose la oreja con la pluma y maquinando las cosas de su Loco, él también carcajeándose por dentro. Vamos, que me lo estoy pasando estupendamente. Y duermo todas las noches con la última palabra leída, con una media sonrisa, y la mar de bien. No es que me duerma la lectura, es que me hace dormir después con una alegría de vivir inusitada.
Me entero, cuando abordo ya la Segunda Parte, que Soledad Puértolas ha entrado en la Academia de la Lengua, con un discurso sobre los personajes secundarios del Quijote. Me alegro mucho y le doy la enhorabuena, y también a todas las mujeres, que, por cierto, abundan en el Quijote, y generalmente muy bien tratadas y consideradas. El discurso completo se puede leer aquí: