Fue
San Ambrosio el que descubrió que se podía leer con la mente, sin pronunciar las palabras que se leían.
San Agustín, en sus confesiones, se admira de esta "extraña" habilidad del otro santo.
"Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes”
Si San Ambrosio aprendió esto de los monjes, que desarrollaron esta forma de lectura interior para poder trabajar juntos en el escritorio, o si fue al contrario, el santo el que difundió con su ejemplo, la lectura silenciosa, no lo sé, pero el caso es que, según Alberto Manguel, autor de Historia de la lectura, que recomiendo vivamente, hay dos etapas en la lectura: mientras se leyó exclusivamente en voz alta y a partir de que se descubrió la lectura in mente.
En un mundo donde pocas personas sabían leer, uno leía y los demás escuchaban. Así se leyeron los libros de caballerías, así se leyó con frecuencia el Quijote. Fernando de Rojas leía en voz alta su Celestina para un grupo escogido de amigos humanistas. Calderón, en su exquisito grupo de teólogos e intelectuales, leía en voz alta sus "estrenos", para saborearlos y comentarlos con todo su morbo. Leían en voz alta.
Leer en voz alta era lo natural, si es que leer es natural. De hecho, hoy hay personas poco leídas que no pueden o les cuesta mucho leer in mente, actividad que realizamos dibujando las palabras a la velocidad del rayo, con su sonoridad, en nuestra cabeza.
La costumbre de leer para nosotros, sin embargo, nos ha alejado de la materialidad de la palabra. Tenemos un déficit de oralidad. Los niños no escuchan cuentos si no es mediatizados por ilustraciones o en un disco, los adultos no nos relatamos historias por puro placer, no recordamos poesías para recitarnos; todo está en los libros, todo está en internet, todo está en nuestra máquina psíquica. A veces ahí hay poco o nada. La voz humana se desvaloriza. Pero la lectura en voz alta pone de nuevo en contacto nuestra mente y nuestro cuerpo, aparte
los descubrimientos de investigadores japoneses que la consideran un verdadero estímulo para el cerebro en formación. No conocía estos estudios, pero intuitivamente utilizo en mis clases la lectura en voz alta y le dedico su espacio. Los beneficios son muchos.

Por todas estas razones y por amor a la lectura, pusimos en el IES Floridablanca una actividad de lectura en voz alta. Así la llamamos el año pasado. En la Escuela de Verano de este año, organizada por el Sindicato
STERM, presentamos la actividad, y el buen amigo José Luis Lillo la llamó en el programa "Lecturas compartidas". Nos gustó la idea y la hemos adoptado. No tenemos miedo a copiarnos de los mejores alumnos de la clase. Lo cierto es que la idea original también la tomamos del IES Ricardo Ortega de Fuente Álamo, donde la comenzó
Antonio Lorente, profesor de Griego y estupendo poeta, y el no menos magnífico profesor y poeta
Antonio Aguilar. No sé si allí continuarán con ello.
La actividad es bien simple, además de sumamente económica. Consiste en que una vez a la semana, en la hora del recreo, y tomando como espacio la biblioteca del centro, un miembro de la Comunidad educativa lee en voz alta para todos los oyentes que lo deseen.
La elección de la lectura es libre, absolutamente libre, como lo es y debe ser el acto mismo de leer. Esa elección la realiza el lector o lectora. En el caso de que una lectura elegida pueda ser leída en su idioma original, que a veces podemos tener esa oportunidad, se realiza una lectura bilingüe. Eso hicimos el año pasado con una lectura de Ibn Arabí. Y estamos pendientes de que los Departamentos de Inglés y de Francés se metan en esto y nos ofrezcan esas lecturas bilingües prometidas.
Siguiendo la idea de que la lectura no es sólo literatura, se leen, además de poemas, cuentos y fragmentos de novela, textos científicos, ensayos, divulgación, textos periodísticos, e incluso jurídicos. Recordamos como ejemplo, la lectura de un artículo de García Montero por parte de un profesor de Filosofía, los textos de una corresponsal de guerra por un profesor de Dibujo, un texto científico sobre el lobo ártico, leído por un profesor de Eduación Física, un texto del Juez de Menores de Granada que leyó el director del centro para abrir la actividad. Alumnos y alumnas prefieren leer literatura por lo general, pero siempre es muy agradable oír sus voces juveniles, un poco nerviosas, entonar un poema o contar un cuento.
La persona que lee puede elegir también un texto propio, y así se dan a conocer talentos ocultos que de otro modo quedarían escondidos.
Unos días antes de la lectura se hace público mediante sencillos carteles en blanco y negro y una foto del que vaya a leer, quién y qué leerá. Últimamente hemos introducido la novedad de preparar una presentación que se proyecta un día antes en sesión continua en el vestíbulo del Instituto. Llama más la atención.
También quien lea puede valerse de imágenes proyectadas o de música de fondo.
El trabajo de la persona que coordine la actividad es recoger a principio de trimestre el nombre de todos los lectores propuestos, ordenarlos por fechas, procurando combinar hombres y mujeres, profesores con alumnos, personal no docente, si lo hubiera, personas que vienen de fuera (padres y madres, gente conocida en la ciudad), con miembros de la Comunidad educativa. Cada semana tendrá que realizar el cartel sobre una plantilla previa, imprimirlo, fotocopiarlo y ponerlo por las paredes con la ayuda inestimable de algún chaval o chavala.
Y esto es todo lo que hay que hacer. Sencillo, barato y muy educativo.

Las fotos son de lectores y lectoras: Carmen Mira, jefa de estudios. Alberto Requena, catedrático de Historia. Una alumna de Segundo de Bachiller, cuyo nombre no puedo recordar ahora, y el chaval tan recio de pie, Álvaro Saura, que nos deleitó en su primera lectura con "La melancólica muerte de Chico Ostra" de Tim Barton, y en el inicio de este curso con una Carta Filosófica de Voltaire. El último en leer hasta el momento ha sido
Ángel Haro, un magnífico pintor y escenógrafo murciano, que leyó un cuento escrito por él, recuerdo de su último viaje a África.