16 octubre 2018

Neko no kafe. Acariciar gatos (o tigres)



Paseando por Akihabara, sin creerme aún que fuera cierto que yo estuviera allí, casi esperando despertar y ver que era algo soñado, los chicos vieron que se anunciaba un “café de acariciar gatos”. Ni idea de que tal cosa existiera, pero ellos sí lo sabían y estuvieron listos para ver el rótulo en la entrada: “Coffee cat” (en japonés, Neko no kafe, o algo así). Allá que nos metimos. Si aquello era un sueño, todo absurdo podía tener lugar. 


Dijo Borges que Dios había creado el gato para dar al ser humano el placer de acariciar un tigre, aunque parece que este precioso hallazgo sensual-literario ya lo dijo otro antes, pero quizás con menos gracia. Y tanto le gustaban a Borges el gato, concretamente su gato, Beppo, que le dedicó un bello y relamido poema:



No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.



En la historia del Arte hay gatos por doquier; ha sido un misterioso compañero del ser humano desde muy antiguo, unas veces amado y admirado por su belleza, su andar sinuoso y elegante, sus ojos de gema, la suavidad de su pelaje, e incluso por sus cualidades personales, su independencia, su tranquilidad, sus largos y profundos silencios. Otras veces odiado y temido por ser tan miseriosamente hermoso, que tanta belleza y sensualidad ya mosquea, o sea, perturba; por sus ojos como gemas, que parecen los del mismísimo demonio; por ser compañía de brujas y trasgos; por su sensualidad, que no es nada respetable. Y para algunos por ser ladrón subrepticio de comida en las cocinas, que es menos misterioso, pero mucho más cierto.
Los japoneses también se encuentran culturalmente en esa dicotomía de amor y odio al gato. No parece que haya un animal más acorde a la cultura japonesa que un gato, por todas esas cualidades antedichas, pero al mismo tiempo, Japón ha creado dos seres sobrenaturales a partir del gato: un yokai, el bakeneko,  gato monstruoso con poderes mágicos malignos, y el gato prostituta. Sí, está bien leído. Algunos gatos mágicos tienen el poder de convertirse en bellas mujeres y acostarse con hombres a los que llevan irremediablemente a la perdición, Si no se cree, hay que mirar la verídica e inquietante información de este enlace.





Dicho todo esto, acariciar un gato acompañado de su suave ronroneo es una de las cosas más relajantes que existen. El animal ronronea y el acariciador se sume en ensoñaciones y profundos pensamientos. La mano se desliza por un pelo delicado como seda, sin cansarse de esa suavidad. Un placer de dioses (egipcios). 




En aquel café de gatos de Akihabara yo no pude disfrutar plenamente de todas estas delicias, debido a que una emoción más potente me lo impedía: el asombro. Ni me podía imaginar que algo así existiera en el mundo. Los gatos eran verdaderas bellezas de su especie, de razas refinadas, persas y siameses, cuidados con esmero (uno de ellos tenía sus patas en manos de una eficaz manicura que le arreglaba las uñas). Los visitantes podían acariciarlos directamente con sus manos o con unas plumas que había por allí a este fin. Dormitaban o estaban atentos a los visitantes en columnas con escalones en los que reposaban como pequeños dioses. Mis chicos disfrutaban de esta extravagancia japonesa. Al fondo del salón había una maquinilla expendedora de chucherías para gatos. Cuando la chica fue con unas monedas a sacar algo para obsequiar a los felinos, todos se arremolinaron a su alrededor, perdiendo totalmente la compostura y la pose. Al fin, el interés por encima del mito. 

Fue toda una experiencia, que yo creí exclusiva de Japón. Pues no, resulta que en España empiezan a aparecer, o llevan ya tiempo y yo no me había enterado, los cafés de acariciar gatos.

Para quien no puede permitirse el lujo (es un verdadero lujo, sí) de tener un gato en exclusiva, es una buena oportunidad de acariciar un tigre y disfrutar de ese regalo divino.