26 febrero 2010

Concurso: ¿Qué pintan las mujeres?

1. La partida de ajedrez. 

 
2. Frutas y hortalizas

3. El baño de la niña

 
4. Madre e hijo

 
5. Labores femeninas
Propongo este pequeño concurso, ahora que estamos a una semana del día de la Mujer. Estos cinco cuadros fueron pintados por mujeres. No están demasiado reconocidas, porque fueron mujeres que invadieron un espacio reservado a los hombres, como casi todos los espacios, por otra parte. Pintaron temas variados, pero sobresalen siempre los retratos -un interés grande por los seres humanos-, otras mujeres realizando sus tareas -estaban en el ámbito de lo privado-, y motivos cotidianos, como los bodegones. A ver cuántos cuadros pueden ser identificados. No sé qué premio habrá, ya lo pensaré, pero prometo poner toda la información que tenga sobre estas pintoras, o al menos el enlace donde se pueda saber más sobre ellas. Buen fin de semana a todo el mundo.

24 febrero 2010

Rubén Castillo se asoma al infierno

Parecía que no me iba a atrever nunca, pero al fin me decido a comentar mi lectura de la novela "Las grietas del infierno" de Rubén Castillo, estupendo escritor y buen amigo, que por cierto, este año ha ganado la edición del Premio Gerald Brenan de Cuentos. Teniendo en cuenta que la leí a finales del verano, dirá la gente que por qué no he dicho nada antes. Porque me daba un poco de miedo el tema del que trata la novela. Porque es una amenaza concreta en el caso que Rubén novela, pero que puede ser extendida a la enseñanza en general y a otro tipo de casos. Porque refleja el inevitable temor del que enseña institucionalmente, que sabe de lo perversos, crueles e inocentemente malvados que pueden llegar a ser las criaturas que educamos. O que tratamos de educar. Y por qué no, extensible a cualquier profesión, siempre que trate con humanos, que es que no tenemos arreglo. Así en esta novela todos esos temores, con fundamento real o fantaseados, tienen su cabida, desde una historia que se cuenta sobre testimonios de diferentes personajes, en la que asistimos, impotentes, a la destrucción de un ser humano.

No queda claro nunca, y esto es un acierto, en tanto que nos inquieta y nos perturba durante toda la lectura, si hubo verdad en aquello de lo que el profesor Pablo Conesa fue acusado, o si fue, como en aquella terrible película protagonizada por Audrey Hepburn y Shirley Maclaine, una conspiración maliciosa contra una persona que no supo defenderse, debilitada por su propia sensibilidad y su carácter emotivo y silencioso. 

A veces, cuando veo una persona sin hogar en una plaza pública, sobre todo cuando observo en ella algo de lo que pudo ser un día, que quizás provenga de un grupo social afortunado, de una familia acomodada, en fin, que intuyo que no tenía en principio las condiciones sociales previas para estar en la calle, me pregunto cómo ha llegado a esa situación y qué cosas han ocurrido en su vida para terminar de ese modo. En ocasiones, he podido enterarme de casos muy penosos y he sentido que nadie está libre de una degradación semejante, que pendemos de un hilo, de un error, incluso del error o la mala intención de otro. Inquietud. Malestar. Atisbos del infierno. En todo ello se resume el sentimiento que provoca la novela de Rubén Castillo. Ante tanta degradación y tanto abandono, que no recuerdo yo en toda la novela ni una palabra de aliento, ni un apoyo incondicional auténtico, excepto una visita, que nada soluciona ni nada aporta a la regeneración del hombre hundido, pues ocurre ya en un punto casi irreversible, sólo se puede sentir amargura. Incluso, en estos tiempos en que el acoso sexual se castiga por la ley, pero más aún se sanciona en la sociedad, llegué a plantearme si correspondía esa caída tan drástica a la acción del protagonista, incluso si todo fuera cierto. Con todo, se queda en la ambigüedad del juicio. El narrador oculto no nos da la posibilidad de juzgar. 

He leído por ahí los comentarios de alumnos de un instituto, un poco enfadados por no saber la  verdad finalmente. Lo comprendo. Los adultos podemos asumir el desasosiego de no saber, porque estamos muy acostumbrados ya a nuestra ignorancia, pero los jóvenes, que de inmediato se ponen de parte del débil, cuando no son malvados, ni perversos, y sobre todo cuando leen una historia y el débil es el protagonista, quieren saber, que se lo digan de una vez, quién era el malo y quién era el bueno.  Si son un poco despabilados, se darán cuenta de que el novelista, por mucho que se haya querido ocultar tras los testimonios de personajes varios, se decanta también por el débil, que es el protagonista, y al fin y al cabo, es quien paga más duramente. Como Rubén no lo va a decir, ¿a que no?, lo digo yo. Es una muy interesante novela, para leer con calma y presencia de ánimo, que si no te pones de los nervios, sobre todo si te dedicas a esto de desasnar críos.

18 febrero 2010

El Castillo de Lorca o el crimen cultural organizado


No es mi itención contar toda la historia, la penosa historia, de la destrucción de un símbolo visual de una ciudad como Lorca, por la avaricia y los delirios de grandeza (económica, claro) de un alcalde populista y demagogo, que viene a ser lo mismo, o sea, don Miguel Navarro, que lo fue en olor de multidtudes de la ciudad origen de mi familia, la hermosa Lorca.
A la entrada de la ciudad hay un bonito cartel, que anuncia el acto solemne de acceder a un lugar privilegiado y casi desconocido, lleno de palacios, de calles encantadoras, de plazas recoletas, la del Negrito, la de la Estrella, la del Ibreño, con un teatro precioso, el Teatro Guerra, y un Castillo, grande, de nobles orígenes, vamos, un Castillo como un castillo. Que es ése que se ve ahí. Pero si se mira mejor, se verá una airosa grúa de esas que han poblado la geografía española por doquier y que eran el signo de los tiempos de burbuja. Y bajo las grúas, verán un edificio como un castillo que no tenía que estar ahí. 

Y ahora sí que se ve bien el desastre. Junto a la sólida torre alfonsi, se alza el horror proyectado y a medio construir de un fantasmagórico parador de turismo, el delirio de don Miguel Navarro, a quien Dios guarde, porque si no lo guarda Dios, no sé qué le puede pasar un día de estos, que será día glorioso para la justicia tan malandada de este país.

En realidad el desastre comenzó cuando convirtieron este Castillo, cuyo único resto medieval era esa torre y todo el resto fortificación contra las invasiones napoleónicas, en un afectado parque temático medieval, con calderas de aceite hirviendo y armaduras por doquier. Pero la cosa no quedó ahí, porque hacía falta un parador no se sabe para qué, y el único sitio que se les ocurrió fue justo al lado del Castillo, en competencia con esa silueta clásica que todos veíamos en llegando a Lorca; cada época pone -ustedes perdonen la expresión- su cagada sobre la belleza, y la época que le tocó a la belleza del Castillo de Lorca fue la de los delirios inmobiliarios.


Ha quedado así de bonito, para deleite de propios y extraños. Lo que no se sabe es cuándo los nuevos castellanos ocasionales ocuparán sus modernas habitaciones y se despertarán con la vista de la noble torre alfonsí en sus venanales. No está consumado el crimen, pero algún día lo estará si la justicia no lo remedia.
Ahora que parece que los murcianos se mueven por su patrimonio, bien podrían echar una mano a los lorquinos y presionar a favor de que no quede piedra sobre piedra de este engendro. Ah, la justicia, por dónde irá. Lenta, despreocupada de la verdad y de la sensatez, despreocupada de la belleza y de la cultura, hundida en sus propias luchas internas, tampoco llegará a tiempo de parar este crimen o, al menos, de castigarlo con rigor. 

Un grupo de lorquinos lucharon en su momento contra el engendro urbanístico crematístico, que nadie sabe qué beneficios se llevó quién con el horror -cui prodest?- y llegaron hasta Europa, pero todo es lento, muy lento, y los intereses muchos, así que ya veremos. Que hablen los lorquinos. Yo, por la parte que me toca, digo todo esto.

16 febrero 2010

Aprender español


Un amigo nuestro, extranjero y profesor de español, decía que nuestro idioma podrían aprenderlo hasta los gatos si no fuera por la conjugación. Quizás era razonable lo que decía, porque cuando un extranjero ya lo domina todo, le queda aún por manejarse más o menos bien con los subjuntuvos y los condicionales, que no son moco de pavo.
Como últimamente he estado de narradora y de persona seria, escribo hoy algunas gracias para descansar, y mañana pasaré a hablar del Castillo de Lorca, que también es cosa difícil de comprender para los foráneos, casi tanto como la conjugación.

Siempre me ha hecho gracia el proceso de aprendizaje del español para un extranjero, y guardo el recuerdo de las cosas en las que, atreviéndose por fin a completar una frase, se equivocaban y daban que reír.

Un amigo holandés, que dominaba bastante bien el español y se expresaba ya con gran fluidez, ante un hecho terrible, dijo una vez que se le ponía "la carne de conejo", o sea, no erizada como las de las gallinas, sino peluda y suave como estos prolíficos animales.

Para una amiga de origen húngaro, el vino rojo era "vino tonto" y un conocido plato marroquí se llamaba "pinchazos morunos".

La tía de una amiga mía, emigrante en Francia desde la niñez, contaba una película de acción bélica, hispanizando palabras francesas: "se tiraban todos los parachutistas con sus metrallosas".

Y lo más bonito, mi cuñada, en trance de aprender el español, algo que al fin logró, mirando el cielo veraniego desde la terraza de la casa, a la orilla del mar, declaró: "Mañana va a llorar, porque no hay estrechas en el cielo".

Un niño, amigo de mis hermanos, de origen alemán, le decía a uno de la pandilla, que se había caído a la piscina: "Haber no te puesto ahí". 

Seguro que todos tenéis el recuerdo de un error de un extranjero hablando nuestro idioma. Los errores de conjugación hacen menos gracia, pero los de léxico y sintaxis son siempre estupendos. Unas risas, por favor, que la semana va cargada.

14 febrero 2010

Amor de segundas de don Carlos María


"Una dulzura penumbrosa le traía la imagen de su mujer, perdida demasiado pronto: siempre habria sido demasiado pronto. Había sido para él un ángel, desde el día en que bajó los ojos tímidamente y aceptó la petición que se le hacía por boca de su padre. Don Carlos María había visto correr unas lágrimas por aquella cara menuda hasta perderse en el cuello cerrado del traje de luto. Bibiana iba de segundas, pero él la quería para madre de sus hijos y para compañera de su vida. Sería la que ocuparía el lugar de la hermana muerta, y en ello veía don Carlos María algo del destino arcaico que regía las vidas bíblicas. Había estado enamorado de la hermana mayor de Bibiana, y como pretendiente aceptado por la familia la cortejaba honestamente. Cayó enferma la madre de la novia, y ésta, en el último momento, cuando el sacerdote entraba a la alcoba para darle los últimos auxilios, se echó de rodillas ante el Sacramento y ofreció su vida por la de su madre, ofrecimiento que fue aceptado por el Altísimo sin reparos, pues a los pocos días mejoró la madre y murió la hija generosa. Pasado un tiempo prudencial de respeto al luto, don Carlos Maria pidió la mano de Bibiana, la hermana menor de la novia difunta. Ahora, entre sueños cercanos a la muerte, el anciano comprende el sentido de aquella decisión y agradece al Cielo la inspiración de tomar como esposa aquel ser angelical que extendía ahora con su imagen un bálsamo de consuelo sobre su alma cansada".

Estas palabras son un fragmento de una semblanza que en el año 1988 hice sobre mi tatarabuelo don Carlos María Barberán, con motivo del centenario de las procesiones de Lorca. Se publicó entonces un opúsculo de don Carlos en el que analizaba el sentido religioso de las procesiones de su ciudad, porque lo cierto es que con tanto personaje pagano, mitológico y bíblico, aquello se parecía bastante a una ópera de Verdi, y de algún modo habría que justificar la cosa. Escribí entonces esta semblanza que se publicó en la edición conmemorativa y he elegido este fragmento por ser hoy día 14 de febrero, pues cuenta un caso de amor algo extraño. La prometida pide al Cielo morir ella misma en lugar de su madre moribunda y su ruego es escuchado. Don Carlos María, después de hacer el duelo, se conforma y pide la mano de la hermana menor de la muerta, a la que llega a querer con enorme ternura y con la que tiene un montón de hijos guapos y artistas, la mayoría de los cuales mueren tempranamente.

10 febrero 2010

Y fin de la historia

 

Lo que el Cura de San Patricio encontró al otro lado de la puerta no era sino una mujer joven, que no llegaría a los veinte años, pero no así como la que aparece en la imagen, que si así fuera doble susto le habría dado, sino una joven dama vestida por completo de negro, demacrada y temblorosa. El Cura no entendía nada, porque aquella mujer estaba, a pesar de su mal aspecto, en plena salud y juventud, pero pronto supo a qué se debía el que lo hubieran llamado a esas horas para asistir a esta pobre muchacha.
"Don Carlos, amigo mío", prosiguió el Cura, "lo que a continuación tuve que escuchar sobrepasó todos mis temores e imaginaciones. La joven dama de negro me hizo una confesión completa de su vida anterior y de las causas por las que en breve iba a morir. Sus cuatro hermanos y su padre habían celebrado un juicio de familia y la habían sentenciado culpable, así que el castigo era una horrible muerte. No puedo relatarle las culpas de la joven, porque fueron depositadas en secreto de confesión, pero sí decirle que no puedo pensar en el horror que aquellos hombres se proponían, y finalmente cumplieron, sin enfermar, ya me ve usted, que estoy aquí, sumido en los más lúgubres pensamientos, sin encontrar el modo de salvar a esa pobre mujer. Porque, créame, se podría salvar aún, si supiéramos dónde está esa casa, quiénes son ellos, de dónde vienen. Pero cada hora que pasa su salvación se hace más difícil, y no sé qué hacer, de modo que aquí me tiene, angustiado y enfermo, consumido por la culpa y la impotencia. Esos hombres sin alma ni corazón, amigo mío, la emparedaron viva. Un albañil, forzado o comprado, levantó una pared en un nicho del sótano y allá quedó la desventurada para morir de hambre y sed. Cuando yo les dije que aquello no era cristiano, mostraron su indiferencia y su arrogancia. Cuando les recriminé duramente su acción, alegando que no era humano, me replicaron que ella había violado las leyes más sagradas de la sociedad y de la familia, y que merecía ese castigo, y aún peor. No sé qué podía ser peor, si quiere que le diga la verdad. Sólo mentes perversas como aquellas podían haber ideado semejante ejecución. Cuando les amenacé con denunciarlos, se burlaron de mí, diciendo que ellos vigilarían la casa hasta una semana después, que nadie sabía lo que allí había, y que si por casualidad ocurriera que se acercara alguien, tendrían cumplida explicación para su presencia en la vieja casa solariega después de tantos años de abandono. Nadie se atrevería a poner en duda sus palabras, pues eran ricos y poderosos, de gran influencia. Sólo sé una cosa de ellos: eran valencianos. Por el acento lo supe. Sin duda, tenían aquella casa en herencia y en abandono desde hacía tiempo, pero para llevar a cabo su crimen se acordaron de ella. Don Carlos, ¿podemos hacer algo? Sólo hace tres días de esto, aún seguirá viva, podríamos salvarla, si hacemos las indagaciones". 
El Cura, después de esta terrible confesión, lloraba como un niño, y gemía de impotencia y dolor. Don Carlos María entendía que sería muy difícil encontrar la casa entre las muchas casas solariegas de los campos de Lorca, que, como ellos mismos había supuesto, incluso si daban con ella, ¿cómo entraban sin el permiso de los señores y registraban hasta el último rincón?  Incluso, ¿qué valdría la palabra del viejo Cura de San Patricio contra la de cinco caballeros ricos y poderosos?

Esta historia pasó de mi tatarabuelo a mi abuela. Mi abuela se quedó huérfana a edad muy temprana y se crió en casa de su abuelo don Carlos María Barberán, al menos hasta cierta edad, en que pasó a vivir con sus tíos, los Castillo, por parte de madre, después de una temporada con su tía Ramona Barberán. Mi abuela la contó a mi padre y mi padre  nos la contó a  nosotros, sus hijos. Incluso escribió un artículo en La Verdad acerca de este suceso. Por los años sesenta, en la demolición de una vieja casa solariega a las afueras de Lorca apareció un esqueleto en un nicho. Era de una mujer joven. 

Y la entrada del blog que me dio la idea de volver a contar esta vieja historia terrible fue esta:


Pues a veces olvidamos quiénes fuimos y quiénes somos ahora, y cuanto les debemos a mujeres casi olvidadas que lucharon por el fin de las crueldades de un sistema patriarcal que aún funciona, aquí moderadamente, en otros lugares en toda su crudeza.


09 febrero 2010

La historia continúa a peor

Como ya he trabajado y ya he dormido, ahora puedo continuar la historia donde la dejé ayer. A ver si hoy la termino y no tengo a la gente devanándose el cerebro y pensando mal del pobre Cura de San Patricio.
Al día siguiente, como era de esperar, el Cura tampoco fue a la tertulia. Don Carlos María, que no las tenía todas consigo, decidió ir él solo a visitarlo, sin decir nada a los demás contertulios. A eso de la media tarde, se dirigió a la parroquial dándole vueltas a la cabeza para ver cómo convencía al Ama del Cura de que le dejara ver al enfermo, Sin embargo no encontró dificultad alguna aquella tarde, pues nada más verlo en la puerta, el Ama le comunicó que el señor Cura había dicho, aunque le había costado trabajo, que ganas de hablar tenía las menos, que si era don Carlos, que lo pasara a su alcoba.
Así lo hizo don Carlos María y fue para más pesar suyo, porque encontró al Cura metido en su cama, pálido y desencajado, visiblemente más delgado, con las mejillas hundidas y los ojos de fiebre. Se interesó el caballero por si lo había visto el médico; así había sido, pero no había podido decir qué tenía. De hecho, sólo había dicho al Ama antes de irse que más parecía aquello un susto que una enfermedad, una dolencia del alma antes que una del cuerpo. El señor Cura llevaba dos días sin comer, y apenas sin dormir, que el Ama lo oía gemir y hablar en sueños. Que si seguía así, terminaría mal. Pero cuando vio a su buen amigo, intentó incorporarse en la cama y saludarlo, haciendo un gran esfuerzo. Trajo el Ama un sillón para don Carlos y lo puso cerca de la cabecera del doliente. La pregunta de rigor era ¿qué tiene usted, buen hombre? Y el Cura no se hizo mucho de rogar. Necesitaba, como cualquiera, contar sus penas a alguien. Y lo que contó fue esto.
"Pues mire usted que el lunes yo dije la misa última en la Colegiata y después me vine a cenar a mi casa. Esto se lo digo para que vea lo tranquilamente que estaba yo aquella tarde y cómo se vino a trastornar todo. Cené poco, que ya no tengo edad de excesos, me tomé un vaso de vino dulce, un poco nada más, apenas dos dedos, y me senté a leer un rato con la intención de rezar luego y acostarme pronto, que al día siguiente tenía muchas ocupaciones. Al poco vino el Ama y me dijo que si necesitaba algo, que ella se retiraba ya. Le di las buenas noches con mi bendición y le pedí que mirara que el portón quedara bien cerrado. Todo estaba silencioso y tranquilo.  Cuando empecé a cansarme, y la vista ya se me nublaba, apagué el quinqué, después de encender una vela para ir a acostarme. Eso hice y me dormí al momento. No sabía yo entonces lo que me esperaba en aquella noche espantosa, que así como ve usted ahora me tiene desde el amanecer de ese día". 
Aquí el Cura se detuvo y se quedó mirando el techo, rememorando el espanto de la noche. Por lo menos eso es lo que podemos imaginar, pues don Carlos María no dio estos detalles tan literarios, pero es que si lo contamos todo seguido pierde gusto el relato.
Al cabo prosiguió el bueno del Cura con su relato, imaginemos que un poco entrecortado por la angustia. 
"No sé qué hora sería, porque no lo miré, cuando empecé a oír unos golpes muy fuertes en el portón. Me puse oído atento y escuché que el Ama iba escaleras abajo con pasos cortos. Supongo que ella tenía miedo de aquellos golpetazos a semejantes horas. Oí que se abría el ventanuco de la puerta y una conversación que no pude entender. Era la voz de un hombre que hablaba con mucha fuerza, y la voz temerosa del Ama que le contestaba. Vuelvo a escuchar sus pasos por la escalera y llama a mi puerta la buena mujer muy asustada. Me dice que hay un caballero en la puerta pidiendo que me levante rápidamente, que tengo que ir a dar la extremaunción a una persona moribunda. Pues qué iba a hacer... Le dije al Ama que esperara el caballero de la puerta a que me vistiera y recogiera todo lo necesario, como lo hice lo más deprisa que pude. Le digo al Ama que se acueste y que se duerma, que ya llevo yo la llave del portón para no despertarla y me voy por las escaleras con un frío horrible y un negror de noche cerrada. Al abrir la puerta, me veo delante a un caballero desconocido, todo de negro, con un sombrero de ala ancha que le oculta el rostro, pero intuyo que no es paisano. Me dice que suba rápidamente al coche de caballos que en ese momento me di cuenta que estaba delante de la Colegiata. Le pregunté a dónde íbamos. No me contestó a eso, sino que me dijo que era un caso de necesidad muy urgente y que no perdiera mucho tiempo. Me subí al coche, no sin algunos reparos. El cochero arrea a los caballos, comienza el traqueteo, y entonces el caballero me dice que he de ir con los ojos vendados todo el camino. Como se puede figurar, yo me negué a una cosa tan inconveniente. El caballero no se arredró; me dijo con gran arrogancia que si me negaba, detenía el coche en ese momento, que la persona a la que tenía que dar la extremaunción moriría sin mi auxilio espiritual y que en mi conciencia quedaría. Que a otro cura no iban a llamar. Y yo qué iba a hacer. Pues, hala, a jugar a la gallinita ciega. Mire usted, tengo un soponcio..." También aquí el cura demostró claramente el soponcio que tenía con nuevos gemidos y quejas, y con mucho mesarse los cabellos, que no eran muy abundantes, pero suficientes para mesárselos y demostrar así su soponcio. Don Carlos María estaba consternado, pero podemos imaginar que también complacido, porque era un romántico total y estos casos de misterio le complacían.
"No se pude usted imaginar, don Carlos, la de revueltas que dimos por los peores caminos. Yo ya no sabía para dónde íbamos. Sé que el coche se detuvo y que me hizo bajar el caballero, y que escuché voces de otros hombres, que me hicieron pasar a un lugar, el zaguán de una casa tenía que ser, la misma casa en cuyo salón yo estuve luego, y que subí escaleras y recorrí pasillos, todo eso con los ojos vendados. Hasta que nos paramos y me quitaron la venda de los ojos. Estaba en un salón del tiempo de mi abuelo, polvoriento y abandonado, lleno de telarañas. Cinco caballeros me miraban muy circunspectos, todos vestidos de negro: un viejo canoso y estirado, un joven como de veinte años, y tres caballeros de edad madura. Todos tenían entre sí un aire familiar, de lo que deduje que el viejo sería el padre y los otros sus hijos. Ninguno dijo ni una palabra. Y yo les pregunté, un tanto desconcertado, quién era el moribundo. El más joven señaló una puerta. Yo entendí que allí se encontraba la persona a la que tenía que dar la extremaunción. Me indicaron que entrara, que la puerta estaba abierta. Ninguno me siguió. Empujé la puerta... Ay, don Carlos, no puedo seguir con tranquilidad". Don Carlos se esperó a que se le pasara el nuevo ataque de pasmo a su amigo el Cura, pero como esto se está haciendo ya muy largo, mañana continuará y, si puede ser, terminará esta historia.


08 febrero 2010

Una historia terrible del siglo XIX


El abuelo de mi abuela Bibiana, que era la madre de mi padre, es decir, mi tatarabuelo, era el Presidente del Colegio de Abogados de Lorca, el mismo que firmó aquel mensaje de tranquilidad al pueblo lorquino con motivo de la llegada de la Primera República. Se llamaba el hombre don Carlos María Barberán, y era carlista, como su propio nombre indica. Un rancio, vamos. Nada más que hay que decir que fue uno de los fundadores del Paso Azul, y de todos  sus desfiles bíblicos-pasionales-históricos, Cleopatra incluida, que no sé yo muy bien qué tiene que ver con la Semana Santa. Algunas historias de este prohombre lorquino son dignas de ser contadas, pero hay una, que transmitió a mi abuela, y que pasó de mi abuela a mi padre, y de mi padre a mí, que me ha venido a la memoria con una entrada estremecedora que ha hecho mluz en su blog "Cuentos de bolsillo".


Mi tatarabuelo acudía a una tertulia en un café de la calle Corredera con otros caballeros de la ciudad de Lorca, a la que se acercaba también el Cura de San Patricio, que es, como se sabe, un templo barroco magnífico. Allí se pasaban unos buenos ratos hablando de lo humano y de lo divino, y ninguna tarde faltaba ningún contertulio, como no fuera que estuviera enfermo, lo que los demás ya sabían, porque si ahora Lorca no es una ciudad muy grande, entonces sería propiamente un pueblo.


Pues bien, una tarde no fue el Cura, sin previo aviso y sin que nadie supiera la causa. Los amigos se amoscaron un poco, porque no era él de faltar ni a sus obligaciones ni a sus devociones. Pensaron que quizás le había surgido alguna obligación o devoción más importante que acudir al café. Pronto les llegó la noticia de que el Cura estaba malo. Por la tarde, después de estar un rato de cháchara en su tertulia, dos que estaban desocupados esa tarde, uno de los cuales era don Carlos María, decidieron hacer una visita en la parroquial al Cura, cumpliendo un deber cristiano y de amistad, que ellos eran muy analíticos para estas cosas y sabían muy bien distinguir los diferentes intereses. Para allá que se fueron y los recibió el Ama, que no había cura entonces, y menos aún si era de San Patricio, que no tuviera un ama gorda y bien criada que lo cuidara. Les dijo que el señor Cura no estaba para ver a nadie, que tenía unas fiebres y un pasmo, que no sabía ni de qué podía ser, como no fuera que se había enfriado dos noches atrás cuando salió él sólo a dar la extremaunción a un moribundo. Los caballeros dejaron una atenta tarjeta deseando que se restableciera pronto y se marcharon. Mi tatarabuelo, mientras tanto, se quedó pensando, pensando, hasta que se le ocurrió una idea; le preguntó al otro caballero que iba con él si sabía de alguien que hubiera muerto en Lorca hacía dos noches. Pues no, que se supiera, no había muerto nadie. Pensaron que sería en el campo, pero esto tampoco les convenció, que el campo tendría sus curas y no iban a ir a buscar al de San Patricio. La verdad es que no sabían qué había puesto al Cura con fiebre y pasmado. Lo de pasmado era lo que más les preocupaba. ¿Por qué se iba a pasmar un hombre que estaba ya curado de espanto, siendo como era el cura más viejo de toda la ciudad? Algo grave tenía que haberle ocurrido. Lo cual mi tatarabuelo averiguó al día siguiente. No se sabe si por ser el más curioso o el más amigo del Cura, fue él quien recibió la terrible confidencia. Mañana sigo, que ahora tengo que trabajar un poco y dormir otro poco.

05 febrero 2010

Divertimento sobre el profesorado




 

Creo haber oído que la profesión del que enseña es tan dura, pese a lo que la mayoría de la gente cree, que nos volvemos tarumbas en cuanto nos descuidamos. Al parecer, nuestras enfermedades profesionales, algunas no reconocidas, tienen mucho que ver con la dureza del trabajo, siendo la primera de ellas la referida a trastornos psíquicos, del tipo burnt out, o sea, síndrome del quemado, que es depresión más estrés. La depresión pura, curiosamente, va en número de afectados en relación directa a la edad de los educandos o discípulos, o sea, que cuanto más edad tienen ellos, más depresiones tenemos los que les enseñamos: los de educación infantil, poco, y los de universidad mucho. Eso dicen las estadísticas. Otras dolencias se refieren a determinadas actividades físicas: las enfermedades osteo-musculares se dan mucho entre las parvulistas, por razones obvias, y las afecciones de garganta nos afectan a todos más o menos por igual.

Pero esto es sólo un previo. Lo que yo quería contar son simplemente anécdotas de profesores, ya que tanto y tan injsutamente a veces se prodigan las de alumnos. Allá vamos.

Tuve una vez una compañera de una asignatura que no mencionaré, tan extravagante que en muchas ocasiones dio mucho que hablar en el ámbito del instituto. En cierta ocasión, siendo viernes y trabajando ella en el nocturno, encontró un gatito abandonado en la calle, y como no podía llevárselo a su casa, decidió que el mejor sitio era el Departamento de su asignatura. Allí lo dejó todo el fin de semana, con un platito de comida y un poco de agua. El lunes, el jefe del Departamento se encontró con que el gato había tratado de leer a su modo todos los libros que allí había, que los había desparramado y arañado todos, que se había subido por las cortinas, que había hecho sus necesidades en las actas de rigor y que no había manera de sacarlo de allí, todo bufado y maullando como un poseso.

"¿Que no os sabéis los verbos ............... ? No lo puedo soportar", bramaba una compañera mía, y a continuación se metía debajo de la mesa, dejando a los alumnos estupefactos y aplicados a estudiarse los susodichos verbos para que la profesora saliera de su escondite.

"Venga, chicos, que ya tengo la regla", decía un compañero de matemáticas cada mañana cuando había encontrado por fin el adminículo geométrico que le permitía hacer sus dibujos en la pizarra. Los chicos le llamaban "Evax". Naturalmente, cada mañana el delegado se encargaba de esconderla en los sitios más inverosímiles antes de que él llegara. Pura inocencia del colega.

Un día vino un compañero que coordinaba el nocturno a preguntarme si yo podía hacer una selección de poemas eróticos latinos. Bueno, sí, más o menos podía, tras rebuscar en mi biblioteca, mientras iba pensando en las inscripciones pompeyanas y en Catulo. Cuando le entrego algo parecido a lo que me había pedido, le pregunto para qué los quiere. "No son para mí, son para una compañera de Arte que quiere leerlos mientras proyecta una serie de diapositivas sobre esculturas, pero sólo las partes nobles de las esculturas, ya me entiendes". Menos mal que era para adultos. 

En Ceuta hay una fiesta preciosa, la de la Mochila, en la noche de Todos los Santos, en que la gente joven se va al monte en pandilla, con la mochila bien cargada de frutos secos y otras viandas, a pasar la noche junto a una hoguera. Esa tarde, con el pretexto de preparar la mochila, los alumnos se escapaban de la clase del vespertino; al menos eso pasaba cuando yo estaba allí. Viéndolos escaparse a las siete de la tarde, un compañero mío, a punto de jubilarse, con mirada entre admirativa, añorante y censuradora, me dice: "Se van a hartar de f......." Perdonad mi mojigatería, pero es que soy muy pudorosa. Poned el resto de la palabra, teniendo en cuenta que cada dos puntos equivalen a un grafema o letra. 

Una compañera, sorprendida por el jefe de estudios, cuando se iba media hora antes de terminar su clase, y preguntada por si se encontraba mal, le respondió: "No, me encuentro bien, muy bien, lo que pasa es que ya les he dicho todo lo que tenía que decirles".
Un profesor sordo como una tapia, ve entrar a una alumna que llega tarde a la clase. Le pregunta el motivo de su retraso y la muchacha le contesta que esa noche se había muerto su abuela. El profesor le contesta: "Vale, siéntate y que no vuelva a ocurrir". Este mismo profesor, ante una chica que permanecía de pie, le preguntó por qué no se sentaba. "No tengo silla, profesor". Y él le contesta: "Bueno, tú siéntate y luego hablamos de eso".

Pues nada, estas son unas pocas anécdotas locas de mis treinta y tres años de servicio. Para haber trotado tanto por institutos, y para tantos años, no son muchas, ni todas tan disparatadas, así que ya se ve que no estamos tan locos, aunque algunos sí sordos. La mayoría tenemos demostrada una templanza y una salud mental a prueba de bomba, qué de bomba, de adolescencia y otras edades no menos peligrosas.






03 febrero 2010

Ungaretti y Pavese

Como se sabe ya de hace tiempo, en el instituto en el que al parecer trabajo coordino una actividad de lectura en voz alta, a la que hemos dado en llamar "Lecturas compartidas". Cada martes, en la hora del recreo, en la biblioteca, alguien se presta a compartir una lectura con todos los que quieran escucharlo. Leen profesores, profesoras, gente que viene de fuera, amigos y amigas, alumnos y alumnas. Lo pongo así, en masculino y femenino, porque mi norma es ir alternando adultos con chicos, hombres con mujeres, para que todo el mundo esté suficientemente representado, de modo que nos vamos haciendo un panorama de los gustos literarios de la gente.

El último martes fue un verdadero regalo. José Ángel Rasilla es un profesor de Literatura, que fue antes profesor de italiano en la Escuela de Idiomas, un profesor vocacional y dedicado, con un gusto literario exquisito, que nos ofreció cuatro poemas, dos de Cesare Pavese y dos de Ungaretti. Los leyó en italiano y luego en español, en traducción propia. Nos ilustró sobre la vida de estos dos poetas y nos hizo reír con sus bromas, pues José Ángel goza y hace gozar de un excelente sentido del humor, lo que siempre es muy de agradecer en las personas y más aún en los profesores.
Como me gustaron tanto, creo que los voy a incluir en mi cuaderno de poesía, si nadie tiene nada en contra.

CESARE PAVESE

VERRÁ LA MORTE E AVRÀ I TUOI OCCHI

Verrà la morte e avrà i tuoi occhi-
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Così li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla
Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.

(Vendrá la muerte y tendrá tus ojos 
esta muerte que nos acompaña 
desde el alba a la noche, insomne, 
sorda, como un viejo remordimiento 
o un absurdo defecto. Tus ojos 
serán una palabra inútil, 
un grito callado, un silencio. 
Así los ves cada mañana 
cuando sola te inclinas 
ante el espejo. Oh, amada esperanza, 
aquel día sabremos, también, 
que eres la vida y eres la nada. 

Para todos tiene la muerte una mirada. 
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. 
Será como dejar un vicio, 
como ver en el espejo 
asomar un rostro muerto, 
como escuchar un labio ya cerrado. 
Mudos, descenderemos al abismo.)


THE NIGHT YOU SLEPT

Anche la notte ti somiglia
la notte remota che piange muta,
dentro il cuore profondo, e le stelle passano stanche.
Una guancia tocca una guancia – è un brivido freddo,
qualcuno si dibatte e t’implora, solo,
sperduto in te, nella tua febbre.
La notte soffre e anela l’alba,
povero cuore che sussulti.
O viso chiuso, buia angoscia, febbre che rattristi le stelle,
c’è chi come te attende l’alba scrutando il tuo viso in silenzio.
Sei distesa sotto la notte come un chiuso orizzonte morto.
Povero cuore che sussulti, un giorno lontano eri l’alba.


(También la noche se te asemeja,
la noche remota que llora,
muda, en el corazón profundo,
y las estrellas pasan cansadas.
Una mejilla toca una mejilla-
es un estremecimiento frío, alguien
se debate y te implora, solo,
perdido en ti, en tu fiebre.
              
La noche sufre y anhela el alba,
pobre corazón sobresaltado.
¡Oh rostro tapado, oscura angustia,
fiebre que entristece las estrellas,
hay quien, como tú, espera el alba
escudriñando tu rostro en silencio!
Estás tendida bajo la noche
como un cerrado horizonte muerto.
Pobre corazón sobresaltado,
en un tiempo lejano eras el alba.)   


         

GIUSEPPE UNGARETTI

    VEGLIA 
     
    (Cima Quattro il 23 dicembre 1915) 
    Un’intera nottata 
    Buttato vicino 
    A un compagno 
    Massacrato 
    Con la bocca 
    Digrignata 
    Volta al plenilunio 
    Con la congestione 
    Delle sue mani 
    Penetrata 
    Nel mio silenzio 
    Ho scritto 
    Lettere piene d’amore. 
    Non sono mai stato Tanto Attaccato alla vita.
     
    Vigilia 
     
    Una entera velada 
    tendido al costado 
    de un compañero 
    masacrado 
    con su boca 
    desencajada 
    vuelta al plenilunio
    con la congestión 
    de sus manos 
    penetrada 
    en mi silencio 
    he escrito 
    cartas llenas de amor. 
    No me he sentido nunca
    tan
    aferrado a la vida.   
     
    PER SEMPRE
Senza niuna impazienza sognerò
Mi piegherò al lavoro
Che non può mai finire,
E a poco a poco in cima
Alle braccia rinate
Si apriranno mani soccorrevoli,
Nella cavità loro
Riapparsi gli occhi, ridaranno luce,
E, d’improvviso intatta
Sarai risorta, mi farai da guida
Di nuovo la tua voce,
Per sempre ti rivedo…




    (De este último no tengo la traducción, pero sé que está dedicado a su mujer, que había muerto)

01 febrero 2010

Leer teatro


Novelas, cuentos, poemas, ensayos y divulgación, todo esto es lo que la gente lee, cuando tiene esa afición. Al final, podríamos resumirlo diciendo que la gente se distrae, reflexiona y aprende con la narrativa, se emociona y reflexiona con la poesía, y se informa y aprende con el ensayo. Si hay más cosas que se pueden obtener con cada género de los nombrados, que se vayan añadiendo. En total, disfrutamos las personas que somos lectores, más o menos voraces, con lo escrito. Sin embargo, es rarísimo que alguien te diga que lee teatro con cierta frecuencia; a continuación empiezas a sospechar que pertenece a ese extraño mundo, que actúa, dirige o escribe dramas. No suele leerse teatro si no se está en esa fregada. Además, los libros que contienen una obra dramática no son libros, son casi libricos de papel de fumar, casi folletos, casi nada. Se pierden en las bibliotecas. A no ser que su autor haya alcanzado un gran renombre, con lo cual al cabo del tiempo se publican las obras completas. Y en esto también los que escriben teatro son diferentes: su obra parece efímera, liviana, aparece y desaparece rápidamente con pocos lectores. Con suerte habrá tenido espectadores y oyentes. Para que un autor dramático tenga muchos lectores tiene que pasar mucho tiempo y considerarse que ha traspasado las fronteras del guión y llegado a las puertas gloriosas de la literatura. Es justo lo contrario que el novelista. Puede tener muchos lectores de golpe y luego ser olvidado; una novela es ya considerada de antemano literatura. Un poeta es más constante, pero su difusión es selectiva y limitada, con la ventaja también de ser considerado literatura en el mismo momento. Al dramaturgo le cuesta mucho más. Se lee a Shakespeare por el común de los mortales que saben leer y tienen afición, pero no todos lo hacen; el siglo de Oro español tiene lectores, pero tampoco para hacer un club. No digo nada de los dramaturgos del siglo XIX o incluso de los del XX.Ya los leerá alguien a finales del siglo XXI.
En principio el teatro, la literatura dramática, no pasa de ser un guión para otra construcción artística que puede realizarse o no en un acto teatral. El autor pondrá toda su imaginación a trabajar y su proceso de visualización  imaginativa quedará reducido a una cosa breve, que puede ser bonita también, que se llaman acotaciones. Todo lo demás es diálogo. Sin más. A poca gente le gusta leer con tan poca carne, con tan poca guía, con tan poca referencia. Yo, que estoy y no estoy en el mundo extraño del teatro, defiendo la lectura de textos dramáticos. Explico cómo se debe hacer, según yo creo y lo hago.
Imaginad que vivís en una casa cuyas paredes son muy finas, o que os habéis colado en un jardín sin que nadie lo sepa, o cualquier otra circunstancia en la que podáis oír lo que habla una gente a la que no veis. Por las voces sabéis si son hombres o mujeres, si tienen esta u otra edad. Por lo que dicen conocéis su situación y sus relaciones. Seguís día a día sus palabras y sus silencios, y de todo ello deducís una historia completa y sois capaces hasta de ponerles rostro y mirada, de imaginar sus muebles y los objetos que manejan, de afinar en el conocimiento de sus pasiones. Eso es leer teatro. Simplemente palabras escuchadas en otra habitación. Además, con un poco de imaginación y gusto, cualquier lector de teatro se convierte en el mejor director de escena. Si quien lo ha escrito es literato, si sabe construir y modular los diálogos, se puede disfrutar mucho de la lectura. Es una recomendación. Más allá de Shakespeare y Calderón.