08 junio 2017

Habesha Kuru: orgullo etíope

 
¿Qué sabía yo de un país tan extraño y lejano como Etiopía antes de la llegada a nuestras vidas de la pequeña Werkines? Lo podría decir en unas cuantas palabras. Que los abisinios, como eran llamados los etíopes antiguamente, tenían fama de ser muy agraciados físicamente, de alta estatura y facciones hermosas y regulares. Que la reina de Saba, etíope o abisinia, visitó a Salomón y parece ser que su visita tuvo algo más que cortesía política entre dignatarios. Que como esta reina era abisinia, era bellísima; quizás sea la belleza inspiradora que en el Cantar de los Cantares declara: “soy negra pero hermosa, hijas de Jerusalén”. También sabía que Haile Selassie fue un importante rey de la moderna Etiopía, el admirado Rastafari, y que los etíopes fueron brevemente invadidos por los italianos. Y muy poco más. 

Pero hace seis años llegó Werkines desde ese remoto país. La traían mi hijo y mi nuera en un viaje largo y complicado después de pasar un mes en Etiopía. Fue como un embarazo y parto del corazón. Tenía entonces la pequeña diez meses y ya era una niña con un encanto especial. Ahora tiene siete años y su gracia no deja de aumentar; cada día más inteligente, viva y bonita, nunca deja de sorprendernos con sus acciones y sus razonamientos. Ella tiene una idea de que es etíope de origen. Que es negra es una evidencia maravillosa, aunque yo ya no la veo ni negra ni blanca ni de ningún color; simplemente es mi nieta Werkines, especial como todas las criaturas, igual que todas las criaturas. 

Recuerdo una ocasión en Ceuta en que una mujer musulmana, ya mayor, que tenía una hija demasiado joven para su edad, me explicó cómo había adoptado a la niña, que fue abandonada por su madre biológica. Y terminó diciéndome: “Dios tiene muchas maneras de dar hijos”. Esas palabras me han venido muchas veces a la memoria cuando veo a mi nieta Werkines.

Nunca pude imaginar que una de mis nietas fuera de origen africano ni que ello me llevara a interesarme tanto por su país de origen, Etiopía. Cuando llegó, leí algunos libros sobre África y sobre Etiopía concretamente, pero el libro que me ha llegado al corazón y más me ha enseñado sobre el país de origen de mi nieta es “HabeshaKuru”. La autora se esconde humildemente bajo este seudónimo, que a su vez es el título del libro y el nombre de su principal protagonista y narrador en primera persona. Habesha Kuru significa en amárico “orgullo etíope”. El niño que lleva ese nombre, llevado por circunstancias adversas de su corta vida, realiza un viaje con una farenji, una extranjera, y guías etíopes, un largo y enriquecedor viaje por su país. El niño es de una valentía e inteligencia excepcional, y parece ser que tal niño existe en la realidad. 
 
A lo largo de las páginas de este libro, escrito desde el corazón y el amor, se recorre el país, sus diferentes, contrastadas y hermosas regiones; se conoce a sus gentes, las diferentes etnias, costumbres y creencias religiosas, pues en Etiopía conviven pacíficamente hasta el momento, y esperemos que para siempre, cristianos ortodoxos, musulmanes y animistas. Desde la mirada del joven Habesha y de los adultos que lo acompañan la pobreza digna y esforzada de los etíopes, sus lacerantes desigualdades, la vida durísima de los que trabajan la tierra, los lagos o las minas, y la gran desprotección social de los niños, mujeres y ancianos. Pero uno de los temas candentes a todo lo largo del relato es la adopción internacional, asunto que a mí y a mi familia nos atañe particularmente. Sabemos que la adopción de niños etíopes por occidentales se debe a la pobreza y a la desprotección social de la infancia. Cuando un niño etíope encuentra en su corta vida circunstancias adversas, la orfandad parcial o total, su futuro se vuelve muy oscuro. Sin embargo, el asunto no se comprende en todos sus aspectos y plenamente hasta que se leen estas páginas sinceras y ecuánimes, donde ni las familias etíopes son gente que entrega a sus hijos innecesariamente ni los occidentales que los adoptan son gente que se aprovecha de la precariedad de las familias. Tanto en unos como en otros, hay amor. Y las cosas son como son. Es cierto que se pueden cambiar, y ése es el proyecto del pequeño Habesha Kuru, pero mientras tanto hay adopción, y de esto habría mucho que hablar, y eso es lo que hace la autora escondida en su libro.

El nombre de Werkines, que es nuestra particular adaptación del nombre etíope original, significa en amárico “tú eres una joya” o “tú eres de oro”. Y así es para nosotros nuestra nieta, una joya regalada por el destino, el de ella y el nuestro. 


No puedo decir que el libro esté bien escrito desde el punto de vista literario, pues adolece de algunos defectos estructurales y expresivos, pero lo he leído con pasión y amor, que es lo que transmite, porque en él late la verdad de alguien que ama profundamente Etiopía y que la conoce muy bien. Después de leerlo, sólo pido a la vida salud y tiempo para algún día, cuando ella esté dispuesta, poder acompañar a mi querida nieta a su tierra de origen.