15 octubre 2006

Rubén Castillo: "La voz de los otros"


La Universidad de Murcia ha publicado este volumen del escritor -novelista, articulista- en el que se recogen una serie de artículos sobre literatura. Rubén Castillo busca en él las voces acordes con la suya, o quizás también algunas muy extrañas a él, porque precisamente el placer se busca en lo que nos es muy propio o completamente ajeno. Declara el ensayista que trata en ellos del placer que otras voces le han proporcionado. Nada hay más placentero que la voz humana, nada que pueda levantar en nuestro ánimo más sentimientos y emociones; pero no siempre es fácil escuchar la voz de quien escribe. Puede haber defecto en el que emite la voz o en el que escucha. La dureza de oído o la voz impropia, borrosa, pueden impedir la comunicación. No lo digo por la parte que me toca, sino a tenor de las distintas "audiciones" de Rubén Castillo, que tiene nuestro escritor el oído fino y cultivado.
Una cita del prólogo, que dice mucho de su gusto lector: "Así que devolver a mis autores favoritos una pequeña parte de la felicidad que ellos me han procurado se me antoja un tributo gozoso, que estaba dispuesto a acometer"

Curiosa dedicatoria de Rubén Castillo







Jamás me habían hecho una dedicatoria tan curiosa, aprovechando la propia titulación del libro. Tampoco queda atrás la letra. Una persona de un orden estricto, de una limpieza intachable, como que parece que hace la letra de molde. Lo pongo, además de por vanidad, que de vez en cuando no viene mal, dado que la dedicatoria es muy encomiosa, porque un ejemplo de caligrafía tan perfecto se ve pocas veces.

Lo que Rubén Castillo ha dicho

De la producción literaria de Fuensanta Muñoz Clares (Murcia, 1952) no se puede hablar sin añadirle, de forma casi inmediata, el adjetivo "irregular"; pero siempre que no entendamos la palabra en sentido negativo, sino como una simple traducción de la sorpresa cronológica y genérica que provoca en los estudiosos, pues comenzó cultivando el género teatral, con una brillantez notable; y, de pronto, su trayectoria quedó suspendida por un largo silencio que ha venido a romperse recientemente para mostrarnos otra faceta suya bien distinta: los cuentos. Su primera entrega fue La celada fuente[342], un libro delgadísimo que ofrecía tres monólogos femeninos de intensa hermosura. En el primero leíamos las reflexiones y los tormentos de Corina de Tanagra, instructora y mentora del poeta Píndaro, de quien se enamoró y por el que fue despreciada. Pasados ya los años de la juventud, Corina recuerda la delicadeza de aquellos amores, con palabras empapadas de melancolía ("A solas, me decía que mi amor era un arco tendido hacia los siglos... A los grandes espíritus les está negado el amor del momento, pues aman más allá", p.15). En el segundo de los monólogos descubríamos la figura de Christine de Pizan, una mujer fuerte, llena de decisión y arrojo, que escribe y que intelectualmente se ha adelantado a su tiempo. Y en el tercero encontrábamos a la Virgen María, en Éfeso, exonerada de ilusiones por el curso de los años, con unos ojos que están "cansados de ver" (p.33) y que "han llorado de sobra" (p.34). Su queja consiste en que ahora las personas de su entorno no la dejan languidecer y acabarse en paz. Al contrario, la acosan sin tregua acercándole a sus hijos para que los bendiga. Y ella teme impartir esas bendiciones, dado el precedente doloroso de su hijo ("Temo que mis dedos dejen en su piel la señal infame de los reos de muerte", p.36). Lo único que quiere es morir y descansar.

Poco después, publicaría una obra más extensa: Onégeses, los despojos de un sueño[343], una pieza de la que dice Ramón Jiménez Madrid que pertenece a un "arte minoritario y exquisito", donde Fuensanta indaga en fértiles exploraciones psicológicas sobre la soledad, el destino y la muerte. Tiene como protagonistas a Onégeses (un griego instruido que trabajó como ayudante y secretario de Atila), Evandro (un joven historiador, discípulo de Prisco, que acude al antiguo dominio del rey huno para comprobar el estado en que se encuentra tras la disolución de su imperio) e Ildico (última esposa del "Azote de Dios"). Y su trama es tan sencilla como embriagadora: Onégeses ha quedado, al cabo de los años, convertido en un despojo humano de mente tal vez extraviada, que custodia -como un Fafner heleno- el supuesto tesoro de Atila. Evandro, que acude al lugar donde éste se encuentra, es visto por el anciano como un ángel que lo liberará de su vigilancia. Y cuando escucha al propio Evandro decirle que no, que en realidad no es ningún ángel, hunde la mohosa espada de su señor Atila en el vientre del muchacho. La pieza nos traslada, aparte de sugerentes reflexiones sobre el género humano y sobre la voracidad del destino, algunas frases altamente poéticas ("Los ríos son inmortales y son dioses. También el río del corazón humano es sagrado. Y uno en el más allá puede acoger todos los llantos", p.52) y una consideración general que valdría para definir buena pare de la historia de la literatura: "La mentira es la patria del poeta" (p.70).

Y por fin, cuando la voz de la escritora parecía apagada, el año 2004 nos permitió descubrir que sólo estaba aletargada, y curtiéndose en otra dirección: la faceta narrativa. Y lo demostró con la entrega de Mixtura[344], un grupo de veintiún relatos donde muestra que se sabe desenvolver con la misma eficacia al abordar temas amorosos ("Primavera en la Isla"), memorialísticos (ese orinal obtenido en la feria, en "Falsa palangana") o costumbristas ("Travesti en el estanco"). Ninguno de los cuentos del volumen es desdeñable, y casi todos atesoran virtudes más que suficientes para galardonarlos con el aplauso lector, pero quizá los tres mejor construidos sean "La llave" (donde se aborda el espinoso y dolorosísimo tema del maltrato femenino), "Hugo el portugués" (donde la voz y las trenzas de una niña, ya transformada en mujer, nos invitan a reflexionar sobre los azares de la vida) y "La visita" (una amarga meditación sobre la marginalidad). Llama la atención el modo en que el personaje de Felicitas aparece, como un Guadiana protagonista, en varios relatos del volumen: "El Zapatero", "Travesti en el estanco", "Una caja blanca", “Falsa palangana”, etc. ¿Se esconderá ahí algún toque autobiográfico? ¿Y lo hará en esa profesora irónica que, tras leernos una redacción quinceañera refractaria a la ortografía, cierra con sus comentarios eruditos el cuento “Oveja mía, oveja mía”?



[342] MUÑOZ CLARES, Fuensanta: La celada fuente, Murcia, Universidad, 1986.

[343] MUÑOZ CLARES, Fuensanta: Onégeses, los despojos de un sueño, Murcia, Editora Regional, 1988.

[344] MUÑOZ CLARES, Fuensanta: Mixtura, Murcia. Editora Regional, 2004

Dos pintores: Manuel y Marcelo

Marcelo Urralburu es el biznieto de Manuel Muñoz Barberán. Quiere ser pintor como su bisabuelo y le tiene una admiración sin límites. En esta fotografía, el bisabuelo le muestra el catálogo de la exposición homenaje que la Comunidad Autónoma de Murcia ha organizado en la iglesia de San Esteban. Marcelo se sintió inspirado y realizó un dibujo coloreado para regalarle al bisabuelo. ¿Logrará Marcelo ser pintor? Una pregunta que se contesta fácilmente: ya lo es.

Molina Sánchez


Para mí es una persona familiar, de hecho, siendo niña, le decía tío. Era una alegría cuando llegaba a nuestra casa y lo primero que le pedíamos es que nos hiciera el "pajarico". Entonces juntaba los labios y emitía un gorjeo exactamente igual que el de un gorrión. Mis madre tenía té en el aparador cuando nadie en este país tomaba té, porque a él y a Amparo, su mujer, les gustaba tomarlo.
Hace unos días, en la inauguración de una exposición homenaje a mi padre, los dos, ancianos y cansados, se encontraron y se dieron un abrazo. Han sido amigos toda su vida, han viajado juntos, se han querido y conocido. Mi padre hizo un gesto señalando el bastón que José Antonio llevaba. Quería preguntarle algo que él ya sabía: "¿Tú también, amigo mío, llevas bastón? ¿Estás tan viejo como yo?", porque seguramente en la mente de mi padre José Antonio sigue siendo el hombre joven que conducía una moto con sidecar y que le gritaba desde el tendido que se retirara del ruedo donde se toreaban unos novillos. José Antonio, que no tenía hijos, quería preservar la vida de su amigo que sí los tenía. Él era prudente, mi padre quizás un poco temerario. Esa imagen debe ser la que mi padre tenía en su frágil memoria, no la de un anciano con bastón.
Hace unos días me contaron una hermosa contestación de José Antonio. Siempre ha tenido mala visión, pero con la edad este problema se ha agudizado. Alguien le preguntó si eso le daba muchos problemas para pintar, y él contestó: "Cuando me pongo a pintar no me acuerdo de que no veo"
Toda una definición del arte.

01 octubre 2006

75 años del voto femenino




Sólo un pequeño homenaje a Clara Campoamor. Lo digo y lo repito: lo sensato era aplazar el voto femenino, como defendía Victoria Kent. Lo ético y lo utópico dárselo ya, en aquel momento. A veces hay que dejar lo sensato por lo ético. Hoy todas votamos. Faltaría más. Para celebrarlo, este enlace a un visual.

Mujeres libres