22 diciembre 2009

Dalí: Vestuario para Don Juan


 
 

Con esta colección de preciosos diseños de vestuario para Don Juan Tenorio, obra de Salvador Dalí, que están ahora mismo expuestos en el Museo de Santa Cruz de Toledo, quiero desearos a todos

FELICES FIESTAS

20 diciembre 2009

Encuentro en Zocodover


De izquierda a derecha, Fernando y Amaia, Sandra, Fuensanta,

No hay mejor sitio en Toledo para quedar y no perderse que el Zocodover, que para eso es un zoco de ver. Muy cerca de allí, en una tienda de un especiero y librero del Alcaná, encuentra Cervantes la continuación de los Anales de la Mancha, en aljamía, para poder continuar el Quijote donde lo dejó en el capítulo anterior, con el Vizcaíno a punto de ser acometido por el Héroe. Así que el sitio también es ideal para encontrar a un bibliotecario, que no es un bibliotecario cualquiera, sino Eusebio, amigo ciber hasta ese momento, en su blog Una vuelta por la red. Yo estaba allí para pasar unos días disfrutando de Toledo con la familia, y él iba de vuelta para Madrid desde La Puebla de Montalbán -exacto, donde nació Fernando de Rojas- y pasaba a comprar mazapanes en la confitería de Santo Tomé. A pesar de muchos errores anteriores, lo conocí a la primera, sin dudarlo. Fue un placer encontrarnos. Como era tarde, no nos dio tiempo a tomar un café, pero al menos hablamos de tomárnoslo la próxima vez en Madrid, organizando un encuentro de blogueros. Cuando se arme, aviso, que eso va estar muy bien. Él y Sandra nos recomendaron que compráramos los mazapanes en esa confitería a cuya puerta estamos, y eso hicimos. Estaban exquisitos. Gracias, Eusebio. Un placer encontrarte en el mundo real, después de tantas charlas en el virtual.

Te dedico este poema que recoge Isabel Escudero en su Cancionero didáctico:

Iba la niña Rahel,
carita de mazapán,
por el Zoco de Toledo,
¡quién la pudiera comprar!
Así la miraba el moro,
ojillos de gavilán,
así la miraba el moro,
de lo oscuro del zaguán.
Iba la niña Rahel,
carita de mazapán,
iba a casa del rabino
que la  tiene que casar
con su primito Samuel
como manda la Misná,
que ni niña ni mujer
doce añitos cumple ya,
Mírala el señor Obispo
de la umbría catedral:
¡quién meneara campanas
por novia tan celestial!

Toledo, ya se sabe, es tierra de las tres culturas, como la mía.

Noches toledanas III: psicofonía y el Infante

Estábamos, como ya sabemos por todo lo anteriormente dicho, en una calleja empinada de Toledo, y el Caballero se disponía, ante la puerta de una noble casona, a poner ante nosotros lo más impresionante de su narración. Nos puso antes en antecedentes de diversos sucesos y fenómenos extraños que se dan en casas de Toledo, como apariciones, movimientos violentos de cuerpos, escuchas de gritos, susurros y voces, y no sólo en casas, sino también en hoteles. El miedo cundió entre todos los asistentes, más que el frío. "Bueno, si no estáis alojados en algún hotel de la Puerta de Bisagra, no hay problema". Me repasé el plano de Toledo en un momento, a ver dónde estaba nuestro hotel, pero como me repasé el que hizo el Greco, que era el único que recordaba, no pude decidir si esa noche tendría visitas inoportunas en la madrugada.


La foto la he pedido prestada en Artehistoria,
que es gente muy culta y generosa.


 Ya tranquila, más o menos, sigo las maniobras del Caballero, que nos  avisa gentilmente de lo que vamos a oír: unas voces de mujeres que gritan "Miguel, Miguel, cerdos, cerdos, fascistas, fascistas". Y eso es exactamente lo que oímos. El niño me pregunta: "Yaya, si cuando uno ve cosas raras, ve visiones, cuando oye cosas raras, ¿qué oye?". "Audiciones, hijo, audiciones", le contesto, pero no se queda muy convencido, porque en su colegio las audiciones son otra cosa. Mientras nosotros dilucidamos esta cuestión tan profunda, el Caballero nos aclara la psicofonía. Ellos se van con todos sus aparatos a una casa abandonada o no donde parece ser que ocurren cosas extrañas. Se aseguran de que nadie diga nada, y a una hora en que los ruidos externos sean los mínimos. Ponen la cinta y graban el silencio, pero luego, cuando la escuchan, se oyen voces de gente que no estaba allí, o mejor dicho, que posiblemente estaban allí pero en forma fantasmal o en otro tiempo, porque, nos aclara el Caballero, no siempre la gente está muerta cuando sale en una psicofonía. En este caso, y a la vista de, perdón, a la audición de aquellas palabras, investigan quién vivía en esa casa entre 1936 y 1939, por la palabra "fascistas", claro, que no hay que ser muy perspicaz para suponerlo. Todo coincide. Una familia de tres mujeres y un chico que se llamaba Miguel, el cual huye cuando entran los nacionales en Toledo, es capturado y fusilado in situ. Su mejor

amigo corre a decírselo a la familia y entonces es cuando las mujeres dicen esas cosas que se oyen en la psicofonía. Los Caballeros de la Orden de Toledo, investigadores infatigables, miran si están vivas estas mujeres, y lo están. Confirman los hechos y las palabras y se oyen a sí mismas con estupor, pero reconociendo sus voces. Esto sí que da un poco de repelús, pero lo superamos, porque somos gente ya curtida en los misterios.
Ya parece que se deshace todo el miedo que traíamos al principio, porque el Caballero ha resultado ser, aunque serio como un Greco, amable e inofensivo. Nos conduce por más callejones y vericuetos, en cada uno de los cuales nos explica alguna anécdota misteriosa sin demasiada importancia, y terminamos en la puerta de la mismísima Escuela de Traductores de Toledo. Ya no es lo que era, desde luego. Ahora la gerencia está a cargo de la Universidad, y con eso y con las hamburgueserías que hay por toda la ciudad, léase tiempos modernos, ha perdido mucho. Pero, bueno, nunca tuvo un local y ahora sí lo tiene; antes eran todos sabios y ahora son todos aprendices. Ahora no tienen conocimientos esotéricos y antes eran todos unos magos redomados.
Alli, en tan insigne lugar, nos cuenta el Caballero un cuento, uno que yo tengo por el más redondo y hermoso de toda la cuentística española, el de don Illán y el deán de Santiago del Infante don Juan Manuel.
Como es cuento que me sé de memoria, voy comprobando si el Caballero olvida algún detalle, y no, se lo sabe muy bien. Yo le ayudo un poco al final, cosa que él no esperaba, pues pregunta al público presente: "¿Y qué vio delante de sí el deán de Santiago?" Y yo digo: "La perdices". Me apunta con un dedo casi mágico y yo me quedo petrificada, por si me va a lanzar algún hechizo, pero no era eso, era para declarar que eso era exactamente lo que vio el deán.
La noche era más fría que nunca; la hora de los espectros se acercaba. El Caballero nos repartió unos marcapáginas muy bonitos en rojo y negro, en cuya cabecera figuraba este título: "El pozo y el péndulo". Hay una librería esotérica que así se llama, que han tomado el título de un cuento de Poe que se desarrolla en Toledo, en los calabozos de la Inquisición toledana. Quien se anime a leerlo, sabrá de verdad lo que es, no una, sino muchas noches toledanas. Y con esto y un somero agradecimiento, se despidió el Caballero de la Orden de Toledo. Nos dejó en la puerta de la Catedral sumidos en nuestros amedrantadores pensamientos.

"¿Te ha gustado, Marcelo?", le pregunté al niño de vuelta al hotel. "Sí", contestó. No dijo ni una palabra más. El niño es enjundioso. No sé si será por los genes navarros o por la adolescencia.



18 diciembre 2009

Noches toledanas II



Continúo, pues, con mi espeluznante relato toledano, para que nadie diga que se quedó sin saber el final. Nos quedamos en la entrada de la iglesia de San Miguel, después de escuchar horripilantes cuentos verídicos sobre apariciones de caballeros templarios. Olvidé contar antes que el caballero de negro nos hizo un examen previo de conocimientos sobre magia de varios colores, y visto que éramos unos ignorantes, pasó a comunicarnos que pertenecía a la Orden de los Caballeros de Toledo, lo cual no era ninguna novedad, que la única palabra que había que añadir a lo que yo ya sabía era Orden. De allí nos dirigimos a una visita que sólo estaba a unos pasos de la iglesia, a visitar unas cuevas no menos misteriosas que la parroquia que dejábamos atrás, no sin volver la cabeza varias veces por si nos seguía algún espectro. Doña Manolita o Doña Teresita o Doña lo que Fuerita tardó un poco en abrirnos la puerta, y cuando abrió le dijo al Caballero -ya lo pongo como propio- que había aún otro grupo dentro. Esperamos un poco más y cuando salieron aquellos desventurados, entramos nosotros a un bonito patio toledano con sus plantas en tiestos que era una alegría verlas. Y bajamos a las cuevas. Ya nos avisó el Caballero de que nos anduviéramos con ojo, que era leyenda que siempre salía uno de menos. El niño no se inquietó, el padre del niño tampoco, la gente tan tranquila, y yo pensando en estar bien localizada siempre conmigo misma -usted está aquí- para no quedarme.

Recorrimos las cuevas, que tienen la fama de horadar el Toledo subterráneo, y allí mismo nos contó el Caballero la leyenda del tesoro de Hércules, que era un refrito de paganos, moros y cristianos. Al niño, acostumbrado a los mangas, le gustó mucho. En esas cuevas hubo en su tiempo de todo: acusados de masones, tertulias literarias y hasta cabaret. Últimamente, lo ocupó un alfarero, y de ahí el cacharrerío en cajas de madera. Había un respiradero que el Caballero tachaba de punto mágico y energético donde los haya, que el que se ponía debajo se sentía electrizado, con la piel de gallina y eso. Era verdad, que los que se atrevieron a ponerse debajo estaban como erizados. Pero a lo mejor era el biruji que entraba por el respiradero. "No tenéis temor de Dios", pensé yo, "que si no os entra energía diabólica en el cuerpo, al menos os puede entrar un mal aire y coger cualquier plaga de las que corren por el mundo".


De ahí salimos aliviados con la cuenta hecha de los que habíamos entrado, estando todos los mismos sin falta. El Caballero nos llevó por callejas y vericuetos toledanos, a buscar la casa de una bruja que intervino en los amores de un caballero cristiano y una hermosa judía. La pena fue que el caballero  enamorado de la judía no supo con quién se jugaba los cuartos, y cuando se vino a dar cuenta resultó que le había vendido su alma al diablo sin saberlo; que lo tengo dicho, que hay que mirar la letra pequeña y no firmar cualquier cosa que nos pongan delante. Verdaderamente, esto es lo único que el diablo nos dejó ver de su persona, la placa de la calle que Toledo le dedica, que ya es mucho, porque no todas las ciudades tienen una calle para este interesante personaje.
Para el siguiente paso tuvo que explicarnos el Caballero de negro que ellos no eran guías turísticos, no, sino investigadores de lo misterioso, y que habían participado en montones de congresos y de jornadas,  y que sabían lo que no está escrito de fenómenos extraños. De eso sé yo también un poco, pero no me mandan a congresos, a lo mejor porque los fenómenos extraños que yo veo son de otro orden. Lo que nos contó era bastante extraño, es cierto. Una psicofonía. Nos la puso en el aparato que llevaba en el maletín. Se oía perfectamente la voz de una mujer y se entendía lo que decía. Estábamos a la puerta de una casona toledana de aspecto noble. La psicofonía quedó explicada, pero como esta entrada ya está siendo demasiado larga, a otra cosa, mariposa, que mañana a lo mejor me da tiempo de explicarla y acabar de una vez con el Caballero de la Orden de Toledo.





17 diciembre 2009

Noches toledanas I






La próxima vez que alguien me diga que ha pasado una noche toledana, le diré que el dicho puede ya ir dejándose caer en desuso, porque para mí una noche toledana ya es otra cosa. Que no cunda el pánico, porque no voy a contar nada de orgías nocturnas ni de desenfrenos a la luz de la luna en la ciudad imperial. Mayormente porque la compañía no daba para eso y porque a esas horas hacía un frío, este sí, toledano. Que no estaba el ambiente para mucho escote.
Tres orígenes se suponen para el dicharajo: o los mosquitos del Tajo, tamaños como ninfas, que a lo mejor era eso lo que veía Garcilaso, o la salida de mozas a buscar novio en la noche de San Juan, que armaban un poco de lío en la calle, me imagino; o quizás, y dice mi fuente de información que es la más fundamentada, por un hecho histórico del tiempo de los moros, una traición acaecida en el año 800 en que un walí pasó a cuchillo a una pandilla de nobles que tenía invitados en su casa por un quítame allá esas pajas, que era bonita costumbre de la época.
Indudablemente, mi noche toledana no tiene nada que ver ni con mosquitos ninfa, ni con los novios de San Juan, ni con traiciones, sino con esto (que suenen redobles y que todo el mundo se espante):




Procedo a contar la aventura. Llegamos al hotel y comienzan los trámites que hay que hacer para que te admitan como huésped. Yo me entretengo por allí con folletos, tarjetas y anuncios de los que hay en todos los hoteles para que los viajeros encuentren los peores restaurantes y los entretenimientos más idiotas de la ciudad. Entre ellos, al menos cuatro anuncios de paseos nocturnos por Toledo, referidos a sucesos mágicos que parecen muy propios de tan vetusta ciudad. El que más me llama la atención es uno bien negro, lleno de signos cabalísticos, que anuncia momias, apariciones, cuevas, brujas, y misterios de los más misteriosos. Los demás folletos son en vistosos colores fosforitos. Le pregunto al recepcionista si el más siniestro será apropiado para un niño de doce años y el hombre se trasmuda patéticamente y me dice que no, que son más apropiados los de vistosos colores, porque ese en negro es una secta satánica. Madre mía, qué susto. No me lo puedo creer. Pues justo a ese es al que llamo, a ver qué dicen. Me dicen que claro que puedo llevar a un niño, pero ya no sé si fiarme, porque a lo mejor al niño lo quieren para un sacrificio humano o algo así, después de haberle dado a la abuela alguna pócima soporífera. Nada, que yo, erre que erre, me arriesgo a caer en las garras del mismo satanás, junto con mi pobre Marcelo, que también se arriesga. Dice que no le da miedo, toma ya. Allá él. Su padre, que no parece tenerlas todas consigo, y que es buen mozo para defendernos, dice que se viene también. Tres posibles víctimas, tres, que se van para un pub irlandés, donde hemos quedado con los demoníacos guías de Toledo, los cuales, después de tomar nota de que estamos allí, vaya una precaución, digo yo, nos invitan a una cerveza. Los satánicos es que son así, te invitan a una cerveza normal en un pub irlandés para disimular y luego sacarte el saín. Me dicen además que el niño no paga por el paseo nocturno; qué mosqueo. Y empieza a llegar gente muy normal, posibles víctimas también, algunos con un carricoche con niño dentro, que hay padres un poco alocados que llevan niños de teta a paseos misteriosos por Toledo. Eso sí, los llevaban forrados de lana. Por el frío, no por los colmillos, aunque no sé yo.


Dos de las presuntas víctimas
tan campantes ellos, como si no 
pasara nada.


A las ocho en punto, nos recoge un caballero todo vestido de negro con cara de personaje del Greco, concretamente de uno de los que están mirando con estupor al Conde de Orgaz. Lleva un interesante abrigo negro y un maletín en la mano; ojos penetrantes y fina perilla. Qué estampa. Un servidor, seguro. Nos saluda muy misteriosamente y nos propone empezar la visita en el Corralillo de San Miguel. Ya empezamos con propuestas siniestras. Pues bajo estas vigas, junto a la iglesia de San Miguel, que es arcángel muy viajado y culto, nos cuenta el caballero unas historias de templarios y pilas bautismales sangrantes, y noches toledanas de las de verdad, con abundante cerveza del santo del mismo nombre, y apariciones de esos templarios de ultratumba, que ponen unos pocos pelos de punta, no todos, que  la totalidad queda para más adelante. Y el niño, que no ha pagado el paseo y que no sabemos con qué lo pagará, dice: "Yaya, eso es como el Monte de las Ánimas". Se refiere al de Bécquer, y le digo que sí, pero que no llame mucho la atención con pedanterías de niño sabio, no sea que en vez de sacarle el saín lo capten para la secta. Y no sigo, que es de noche y me está dando miedo. Mañana, con la luz del día, sigo contando, que yo soy como aquel personaje de Dostoievsky, que de noche creía en Dios y de día ya no.


09 diciembre 2009

Marcelo y el Greco

No lo anuncié como otras veces, por falta de tiempo, pero es el caso que parte de este largo puente lo he pasado en Toledo, en estrecha comunidad familiar, para entendernos, con un casi adolescente y una pequeñaja de cuatro años, que, cómo no, aparecía misteriosamente en todas las camas, en todas las sillas, por todas partes, siempre presente y mágica, como un duende o un ratoncillo, preguntando dónde estaba la cocina de la habitación, mientras el grandullón de su hermano se quejaba de ella, de Toledo, de sus warhammer abandonados, de sus deberes sin hacer, de todo, menos de la comida y del Greco, que parece que le gusta mucho. Y la prueba está aquí, en esta foto, en la que hace la intención de convertirse en uno de sus retratos, para lo cual le sobra un poco de redondez y de buen color en la cara.


Aquí se puede apreciar el enorme parecido con cualquier cuadro del Greco que ha logrado Marcelo, y, como es consciente de que le sobra un poco de buena vida para lograr la perfección, ha prometido no comer chuches, estudiar un poco más y salir a caminar para perder un poco de lustre y parecerse más a los personajes del ilustre inmigrante griego.
Los padres de este místico muchacho, lo mismo que los abuelos, soportando y disfrutando de la murga del adolescente y persiguiendo a la enana por doquier. Para demostrar su querencia al Greco, hizo unas cuantas fotos él solito de algunos detalles de la Asunción, los que más le impresionaban, a cuyo fin yo misma le presté mi cámara.
Estos fueron los motivos del cuadro que más le gustaron, me parece, porque no hizo ningún comentario al respecto, sólo los fotografió. 





Luego descubrió que el Greco era un inmigrante y que se alquiló -o compró- su casa en un barrio no muy céntrico, en la Judería, donde ya no quedaban judíos porque habían hecho la gracia de echarlos, y esos eran españoles, pero los convirtieron en inmigrantes en el Norte de África y en el Este de Europa, para desgracia suya y vergüenza nuestra. Era el Greco, sin embargo, un inmigrante legal, porque en la época no se hacían distingos, y mira por dónde, por no ponernos pesados con esas cosas, nos encontramos con el Greco y con un tesoro pictórico exquisito para toda nuestra historia posterior. Aunque al fondo de ese callejón está la casa del pintor, no la pudimos ver, porque la tienen en obras, pero nos paseamos por los alerededores.

También hicimos otro descubrimiento importante: que el San Esteban del Entierro del Conde de Orgaz se parecía a él, pero algo mayor y, otra vez, con menos carnes.  El colorcillo de las mejillas sí coincide. Pues algo que tenemos ganados en la carrera de grequización, si es que esa palabra existe, y si no, pues nada, me la acabo de inventar.

Y pensar que de cría a mí me daba miedo la pintura del Greco, y más tarde en mi juventud pensaba que no me gustaba nada, que era algo así como incompatible con las Meninas. Apenas hace unos años empezó a gustarme, a maravillarme, a dejarme suspensa y sin palabras, como adentrándome en otro mundo desconocido. Marcelo me lleva una gran ventaja en esto, porque a él ya le parece de lo más grande.


Mientras tanto, Amaia, la duende, aprovechaba cualquier servilleta de bar, cualquier papelucho que había a mano para dibujar, uno, la casa y la yaya, dos, la casa y las flores, tres, un monstruo, cuatro, una composición abstracta sobre fondo rojo, y cinco, la casa y Marcelo. El sol, siempre presente. Mira que si luego es una greca... porque las casas son algo larguiruchas, la verdad.


04 diciembre 2009

Cambios históricos, y tanto

Dave Newaza, que es bloguero de pocas palabras, enlazó el siguiente perfil de Facebook:


Para unas risas en el puente kilométrico.