20 noviembre 2018

Relatos de gatos


A propósito de gatos, la Editorial Quaterni, especializada en literatura japonesa, publicó este mismo año un librito pequeño, pero intenso, con protagonismo de estos enigmáticos animales. Se trata en realidad de una breve antología de relatos en los que el gato es el tema fundamental, aunque no en todos con igual presencia y protagonismo.
A mí me gustan los gatos, como todo el mundo sabe, y también me gusta la literatura japonesa, así que esta combinación es perfecta para hacer mis delicias. Como así ha sido. Son sólo cinco relatos, pero todos ellos interesantes, aunque a mi parecer se destacarían dos de ellos, “El gato”, así de simple el título, de Osamu Dazai, y “El honor de Otomi” de Ryonosuke Akutagawa, este último bien conocido de lectores y cinéfilos por ser el autor de los dos cuentos que Akira Kurosawa refundió en su magnífica película “Rashômon”. Lo cuál no quiere decir que los otros tres relatos no sean también de gran calidad.
 Abre el tomito antológico un irónico relato llamado “La oficina gatuna”, de Kenji Miyazawa, una auténtica fábula en la que donde pone Gato Negro podemos poner “jefe” y donde pone Gato Ceniza podemos poner “último gato”, siempre despreciado y sometido a acoso inmisericorde por sus compañeros felinos. Lo cierto es que, a pesar de esconder una negra amargura por la competitividad y la crueldad humana, el relato es en sí muy divertido cuando se imagina el aspecto de esos gatos casi humanos y esa inoperante oficina gatuna.
El relato “Ratones y gatos” de Torahiko Tekada es un delicado y tierno paseo por la vida cotidiana de una familia japonesa en su lucha contra los ratones. Como el narrador es un padre de familia nipón y no son ellos de luchar a brazo partido contra lo inevitable, al final hay una pacífica convivencia de todos los seres sintientes de la casa. Y una bella reflexión del narrador-protagonista al final del relato:
Últimamente los veo sentados, con el lomo arqueado, en el leño del porche que hace las veces de escalón. Observan el jardín iluminado por la luna de otoño. Al mirarlos, siento la serenidad de la noche. A veces me parece que estos no son los gatos que conozco sino seres de otro mundo, un mundo del que los humanos no tenemos ni idea. Seguramente, esta sensación no nos la provocaría ningún otro animal doméstico”.
 Sin duda, mi relato preferido de esta serie es “El honor de Otomi”, tanto que quizás le dedique toda mi atención y lo analice a fondo, porque es de una belleza asombrosa. Aunque a mí ya nada me asombra de Akutagawa, un maravilloso narrador de talla universal. En “El honor de Otomi” ha plasmado Akutagawa todo un período histórico de Japón, la entrada de la era Meiji y el fin del feudalismo, de un régimen cruel y militar a un estado civilizado, sin olvidar su implicación en los acontecimientos de las vidas humanas particulares, con dos grandes ejes, el amor y la ética. Y no digo más, porque hay que leerlo, aunque me temo que no está fácil buscarlo en la red, si no es en japonés.
De “La gata y la Muramasa” merece la pena el extraño ambiente que se crea entre dos personajes en un tren. Fuboku Kusakai recupera la figura del Bakeneko, el espíritu malvado de un gato, en un relato sombrío y penoso, que da más pena que miedo. Un cuento inquietante en la mejor línea de los relatos fantásticos japoneses de yokais.
Y el último, una joya diminuta que apenas ocupa una página, “El gato” de Osamu Dazai , otro de mis preferidos por su sencillez y humor ácido. Realmente trata de un amor no correspondido, que avisa de que donde no hay no se puede esperar nada. O también, no hay que hacerse falsas ilusiones amorosas. O qué simple es enamorarse. O hay amores muy interesados. O sea, que es un cuento con múltiples lecturas a pesar de ocupar solamente quince líneas de un libro pequeño.
Aparte los deliciosos textos, el libro viene ilustrado con preciosas estampas de gatos. Vamos, que es para no olvidarlo. Incluso es algo para recrearse de vez en cuando, sobre todo cuando, como esta tarde, el tiempo está lluvioso, hace frío y la naturaleza está callada.

01 noviembre 2018

Señor don Gato



Dueto de los gatos de Rossini


A propósito de gatos, sobre estos misteriosos animales hay tradiciones de todas clases, representaciones pictóricas, cuentos, tanto clásicos como populares, canciones, refranes, y hasta un dueto maravilloso de Rossini y una novela de Galdós. Y estoy hablando sólo de Occidente, y, desde luego, no puedo abarcarlo todo. Por eso me limito a mis recuerdos y a mis escasos conocimientos.
Por ejemplo, ese dueto de Rossini que me parece una delicia, lo conocí gracias a mi padre, gran aficionado al bel canto, al que le parecía un precioso divertimento.
Pero también he bailado de pequeña con mis amigas en la Glorieta o en el patio de recreo un viejo romance infantil, El señor don Gato, que no se sabe si su tema principal se basa en una prosopopeya o en una zoomórfosis, es decir, si se atribuye al animal la humanidad o a un humano se le transforma en gato para disimular. Para mí que don Gato es un animal personificado. Sólo sabemos que es un gato porque: primero, está sentadito en su tejado; segundo, es enamoradizo y lascivo, así que es capaz de despeñarse por su prometida, cosa que hacen los gatos siempre; tercero, le gustan las sardinas, y cuarto, tiene al menos dos vidas, porque resucita, y todavía le quedan cinco, si es verdad el refrán.
A mis hijos les he cantado de pequeños dos canciones infantiles sobre gatos, con gran éxito de crítica y público. Una es un canon, sencillo y fácil, que dice sólo que mi gato (yo no tenía gato, pero colaba) quería un lacito colorado y yo, hecha una malvada bruja, en un claro caso de maltrato animal, no se lo compraba porque me encantaba ver al gato enfadado. Todo era una patraña cantada, claro, pero ellos se dormían que era un gusto. El otro hablaba de lo que los gatos hacen para acicalarse, que todo el mundo sabe lo que es, lamerse por todos sitios que pueden y con las patas llenas de su saliva atusarse los pelos.
Ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron,
los gatitos al lavarse
y a su modo acicalarse,
ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron.
Ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron,
sus patitas remojando,
piel y orejas atusando,
Ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron.
Etc.

De niña encontraba muy raro el cuento de El gato con botas. Me parecía estrafalario. ¿Un gato que habla y se viste? ¿Un gato con poderes mágicos? ¿Un gato en mi colección de cuentos maravillosos? Ninguna de estas cosas es rara, pero sin saber por qué, este cuento en concreto me parecía extravagante, y quizás fuera que el contexto de las ilustraciones era preciso y realista, la nobleza francesa rural del siglo XVIII en todo su esplendor. De mayor me empezó a gustar que ese Gato, así con mayúsculas, fuera un perfecto cortesano, elegante, redicho y mentiroso y, sin duda, mucho más listo, astuto y animoso que su pobre amo. Demasiado tarde, ya tuve que dejarlo para disfrute de mis hijos pequeños, a los que, según creo, tampoco les entusiasmaba.
Mi abuela María era de tener amimales domésticos en abundancia y en alegre convivencia con los humanos. Que yo recuerde, tuvo tres gatos bien guapos. El más viejo se llamaba Fígaro, el segundo Lunares y el tercero Monín. Como se puede apreciar, el buen gusto para los nombres gatunos fue decayendo y, en extraña trayectoria, pasó de lo cultural a lo apariencial para caer finalmente en lo “cuqui”. Yo también tuve un gato en Marruecos que empezó llamándose Visir y terminó como Gusi, el mismo gato. Cuando volví a Murcia, se lo dejé a mis padres en el chalet de Alcantarilla, donde disfrutó del jardín mientras quiso, que los gatos son muy suyos. Según mi padre, les “hablaba” a los demás gatos del vecindario, y yo me lo creo. Era muy especial, el Gusi, y mi padre también, pero de otro modo.
Ahora no tengo gato, pero me encantaría tenerlo. Lo malo es que no puedo. El campo donde vivo tiene una rica fauna de pajarillos, lagartos y culebras, todos los cuales serían presa de un gato bien plantado. Cada mañana me encontraría un presente de mi señor don Gato en la puerta de mi casa. Y eso no.


16 octubre 2018

Neko no kafe. Acariciar gatos (o tigres)



Paseando por Akihabara, sin creerme aún que fuera cierto que yo estuviera allí, casi esperando despertar y ver que era algo soñado, los chicos vieron que se anunciaba un “café de acariciar gatos”. Ni idea de que tal cosa existiera, pero ellos sí lo sabían y estuvieron listos para ver el rótulo en la entrada: “Coffee cat” (en japonés, Neko no kafe, o algo así). Allá que nos metimos. Si aquello era un sueño, todo absurdo podía tener lugar. 


Dijo Borges que Dios había creado el gato para dar al ser humano el placer de acariciar un tigre, aunque parece que este precioso hallazgo sensual-literario ya lo dijo otro antes, pero quizás con menos gracia. Y tanto le gustaban a Borges el gato, concretamente su gato, Beppo, que le dedicó un bello y relamido poema:



No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.



En la historia del Arte hay gatos por doquier; ha sido un misterioso compañero del ser humano desde muy antiguo, unas veces amado y admirado por su belleza, su andar sinuoso y elegante, sus ojos de gema, la suavidad de su pelaje, e incluso por sus cualidades personales, su independencia, su tranquilidad, sus largos y profundos silencios. Otras veces odiado y temido por ser tan miseriosamente hermoso, que tanta belleza y sensualidad ya mosquea, o sea, perturba; por sus ojos como gemas, que parecen los del mismísimo demonio; por ser compañía de brujas y trasgos; por su sensualidad, que no es nada respetable. Y para algunos por ser ladrón subrepticio de comida en las cocinas, que es menos misterioso, pero mucho más cierto.
Los japoneses también se encuentran culturalmente en esa dicotomía de amor y odio al gato. No parece que haya un animal más acorde a la cultura japonesa que un gato, por todas esas cualidades antedichas, pero al mismo tiempo, Japón ha creado dos seres sobrenaturales a partir del gato: un yokai, el bakeneko,  gato monstruoso con poderes mágicos malignos, y el gato prostituta. Sí, está bien leído. Algunos gatos mágicos tienen el poder de convertirse en bellas mujeres y acostarse con hombres a los que llevan irremediablemente a la perdición, Si no se cree, hay que mirar la verídica e inquietante información de este enlace.





Dicho todo esto, acariciar un gato acompañado de su suave ronroneo es una de las cosas más relajantes que existen. El animal ronronea y el acariciador se sume en ensoñaciones y profundos pensamientos. La mano se desliza por un pelo delicado como seda, sin cansarse de esa suavidad. Un placer de dioses (egipcios). 




En aquel café de gatos de Akihabara yo no pude disfrutar plenamente de todas estas delicias, debido a que una emoción más potente me lo impedía: el asombro. Ni me podía imaginar que algo así existiera en el mundo. Los gatos eran verdaderas bellezas de su especie, de razas refinadas, persas y siameses, cuidados con esmero (uno de ellos tenía sus patas en manos de una eficaz manicura que le arreglaba las uñas). Los visitantes podían acariciarlos directamente con sus manos o con unas plumas que había por allí a este fin. Dormitaban o estaban atentos a los visitantes en columnas con escalones en los que reposaban como pequeños dioses. Mis chicos disfrutaban de esta extravagancia japonesa. Al fondo del salón había una maquinilla expendedora de chucherías para gatos. Cuando la chica fue con unas monedas a sacar algo para obsequiar a los felinos, todos se arremolinaron a su alrededor, perdiendo totalmente la compostura y la pose. Al fin, el interés por encima del mito. 

Fue toda una experiencia, que yo creí exclusiva de Japón. Pues no, resulta que en España empiezan a aparecer, o llevan ya tiempo y yo no me había enterado, los cafés de acariciar gatos.

Para quien no puede permitirse el lujo (es un verdadero lujo, sí) de tener un gato en exclusiva, es una buena oportunidad de acariciar un tigre y disfrutar de ese regalo divino.



10 mayo 2018

Muro de las lamentaciones de Rubén Castillo


Ya está en las librerías la nueva novela de Rubén Castillo, La voz oscura, y en ensayo la adaptación teatral de su novela Los días humillados, mientras que yo ando dándole vueltas aún a su último libro de cuentos, Muro de las lamentaciones. Es decir, él va a la velocidad del rayo escribiendo, y yo parezco un caracol asmático leyendo y escribiendo. 
 
Me consuelo pensando que nunca es tarde si la lectura (y su reseña correspondiente) es buena, y para mí lo ha sido.

Ya declaré en algún sitio, no recuerdo dónde, que Muro de las lamentaciones me parecía la obra más madura y redonda de Rubén Castillo. Lo dije entonces y lo mantengo. He seguido a este escritor amigo con más o menos asiduidad, o sea, he leído casi todo lo que ha escrito, que no es poco, y siempre me ha parecido bueno, con oficio, con mucho que decir, pero encontraba que le faltaba algo, un punto que no sé cómo explicar, y que yo ahora ya sé lo que es, y era la madurez, la seriedad irónica y distante que da la vida con su implacable decurso. Conseguido, puedo decir con la jovialidad que también da la madurez.
Muro de las lamentaciones es un conjunto de cuentos que pueden parecer dispares, por sus variantes tácnicas y por la temática, pero que al fin tienen en común lo más importante, que para mí es la autenticidad de la voz narrativa y el sentimiento, la impresión emocional que un cuento deja tras leer la última palabra. Esas dos características son el hilo conductor de todo el conjunto. La autenticidad de la voz narrativa, la no impostación, que tiene que ver con algo que sale de dentro, y que una lectora avezada reconoce siempre, es algo que tiene difícil explicación. No hay parámetros ni datos objetivos, es simple cuestión de oído. Cuando se lee, se quiera o no, se escucha una voz interior, la voz del que narra, y se intuye si está resonando tras una máscara o en un micrófono, o en un gran espacio, o si es la voz directa, personal e intransferible del que habla. No puedo decir más, excepto que en esta ocasión he escuchado la voz natural del narrador que es Rubén Castillo, o el que él es cuando escribe, que esto también es cosa compleja.
Lo otro, el sentimiento o la impresión emocional de cada cuento, tampoco es fácil de explicar, pero sí de observar. En el caso de estos cuentos de Muro de las lamentaciones, lo que queda tras la lectura de cada uno de ellos es una profunda melancolía, un penar suave, distante e irónico que se advierte en uno mismo cuando se ha llegado a una cierta madurez y se echa la vista atrás, y se reconsideran los sucesos pasados. No necesariamente los acontecimientos de la propia vida, esa melancolía no tiene por qué afectar a la propia biografía, aunque también ciertamente. Así, en los cuentos de Rubén Castillo podemos encontrar el trampantojo literario que nos arranca de nuestra comodidad ante las certezas, como en el primer cuento, Alucinaciones; los recuerdos penosos de las vidas ajenas, semejantes a los propios y a la vida penosa del momento, como en Blas; la inquietud y la miseria de la derrota, en los dos dedicados al final del nazismo; el juego culturalista de profundidad, muy emotivo, de Las lágrimas de Gontard; e incluso la ironía de las instrucciones para que cualquier lector escriba su propio cuento. Son muchos más que estos y todos tocados de la gracia que debe tener un cuento.  
Por eso los recomiendo y celebro esta colección. Y vale, la siguiente será más rápida y oportuna. Prometido.
Nota importante: para otro punto de vista, aunque no muy diferente, ver también esta reseña de Mariano Sanz Navarro: Otra reseña

25 enero 2018

Relatos sombríos y traducción brillante.







Tuve la suerte, en uno de mis últimos años de profesión, de compartir curso con un compañero excepcional, Paco Gómez. Su discrecion, su sentido del humor y su estupenda profesionalidad sin estridencias, me cautivó. Gran aficionado al jazz, a pesar de sus audífonos, y hombre tranquilo donde los haya, se jubiló unos años antes que yo y pasó a disfrutar de sus aficiones y de su tranquilidad. Pero su conocimiento añadió otro buen hallazgo para mí, y fue que tenía un hijo llamado Gonzalo G. Montoro, el cual escribía muy bien y era un excelente traductor,  además de ser un excelente muchacho, cuyo blog recomiendo visitar para comprobarlo. Desde entonces voy siguiendo sus andanzas de emigrante en Montpellier, como tantos jóvenes valiosos de nuestro país, sus traducciones y sus artículos en periódicos digitales, y puedo decir que nunca me defrauda.
Edith Nesbit
Un poco tarde respecto a su fecha de publicación, pero con mucho gusto, quiero dejar por escrito algo acerca de su última traducción, “Relatos sombríos” de Edith Nesbit, que, como todas las suyas, es perfecta.
Esta autora no es muy conocida en nuestro país, quizás sólo la conocerán los estudiosos de la literatura infantil, género en el que alcanzó gran fama en su tiempo, y gracias al cuál llegó a disfrutar de una situación desahogada tras muchos años de estrechuras. Su literatura ha influido en autores contemporáneos de gran éxito, como J.K. Rowling, la creadora de la saga de Harry Potter. Recomiendo seguir el enlace propuesto y conocer su biografía, pero también leer el excelente prólogo del libro que propongo, donde se proporcionan ideas muy acertadas acerca de sus relatos y pinceladas de su vida muy interesantes.
También escribió esta autora relatos para adultos, y sobre todo es celebrada por sus cuentos góticos. Con la traducción de Gonzalo G. Montoro entramos en un mundo de sombras y misterios de la mano de esta inglesa excepcional y escandalosa para su época.
Para un análisis muy detallado de cada uno de los cuentos, recomiendo acudir a un blog que tiene el hermoso nombre de Leer sin prisa.
A mí los relatos de Nebit me han producido muchas emociones. El género gótico es muy previsible y, por tanto, para lectores avezados, poco emocionante, pero en este caso la tensión de la intriga, la voz viva del narrador en primera persona, el ambiente natural  en que se desarrollan los extraños acontecimientos, sin artificios ni excentricidades, hace que lo misterioso y sobrenatural parezca algo cotidiano y por tanto mucho más inquietante.
También quiero agradecer esta publicación a las dos editoras, María Pérez de San Román y Sheila Correa, por la cuidada selección de los relatos, que pone al alcance de los que leemos en lengua española una autora poco traducida y accesible.
La edición, en sus aspectos externos, es correcta y apropiada, con clara referencia en su colorido y presentación al tono de los relatos.
A mi parecer, un libro muy recomendable. Enhorabuena a Gonzalo por su traducción, y a todos los que lo han hecho posible.

18 enero 2018

El gran showman o el empresario canalla





Me fui a ver El gran showman con muchas expectativas por tres razones: una, porque me gusta ir al cine, que ya es bastante, y los martes, al ser una señora mayor, tengo una entrada barata; dos, porque me encanta el circo, desde el más rastrero y menesteroso hasta el triunfante y grandioso: y tres, porque me gustan también los musicales, tanto en cine como en teatro.
La verdad es que no me defraudó, mirando la película como la espectadora ingenua y entregada que soy. Visualmente es una maravilla de colorido y movimiento. Es vibrante en su narración y tiene la estupenda interpretación de Hugh Jackman, mi lobezno preferido.
Luego no me conformo con lo visto y me voy a investigar por ahí (por ahí de internet) sobre la película y me encuentro con que los grandes críticos no la valoran tanto como el público. La gente normal estamos abducidos por este siglo XXI de psicópatas y grandes corporaciones. No lo digo de broma, es la pura verdad. A mí particularmente me falta esa capacidad crítica para enfrentarme a la ideología más o menos oculta bajo una producción cinematográfica. A decir verdad, hay veces en que lo veo claro, pero otras no tanto. Este artículo deFotogramas deja bien claro lo que yo no vi. Incluída la comparación con el actual presidente de los EEUU.
Como hace tiempo estudié los orígenes del circo, pues también me voy a ver eso en algún lugar interesante. Encontré varios, pero todos decían lo mismo más o menos. Origen: habilidades especiales que se desarrollan para la guerra o el trabajo (funambulismo, fuerza extrema, lanzamientos, malabarismos, etc.) y que son mostradas a los asombrados congéneres para animarlos, seducirlos o convencerlos. Con el paso del tiempo, se usan para entretenimiento del pueblo, pudiendo ser crueles espectáculos o simplemente inocentes diversiones, según hablemos del circo romano o de las trupes de juglares de la Edad Media. Sin embargo, algo tienen todos en común, que es el afán de provocar emociones, sobre todo el asombro y la risa.
Pero el primer circo moderno, más o menos como lo conocemos hoy, fue una genial idea de Philip Astley, un oficial de caballería inglés.
Sin embargo, a la creación del circo moderno no es ajena la figura de (4) Phineas T. Barnum, al que ya también conocemos como un hombre de negocios no demasiado cuidadoso éticamente. Las casetas de feria que mostraban monstruos humanos o animales exóticos eran comunes en los EEUU de principios de siglo. La idea de Barnum fue reunirlos a todos en un espectáculo, añadir música, baile y algunos animales amaestrados y convertir este espectáculo en itinerante. Y éste es el tipo que pretende retratar la película. O a lo mejor no lo pretende y por eso les ha salido un tipo mucho más simpático que su modelo histórico. Y por supuesto la película es mucho más hermosa y brillante que serían las funciones de su circo.
Vamos, que se pasa un rato agradable, que las canciones son muy bonitas, que es lo que tiene que sean los mismos compositores de La la land, que las coreografías son espectaculares, y que los actores están estupendos.
Para espectadores ingenuos, entregados y abducidos.








14 enero 2018

Asesinato en el Orient Express



Como soy una señora mayor, me gusta ir al cine. ¡Cómo va a ser lo mismo sentarte en la oscuridad, con una pantalla enorme, que ver una película en la tablet, en el ordenador o en la pantalla de la televisión! No hay posible comparación. Pero éste no es el momento de defender la sala de cine. Escribo por otra cosa. Porque me fui al cine que todavía hay al lado de mi casa, el cine Rex, a ver Asesinato en el Orient Express. Me fui sola porque nadie tenía fe en esa película, y lo mío realmente era un ejercicio de melancolía. 
Siendo una cría, entre los doce y los catorce años más o menos, leí casi todas las novelas de Agatha Christie, por no aventurarme a decir todas. Mis amigas y vecinas María Bárbara y Amparo tenían una buena colección de ellas, y en la biblioteca de mi padre había también unas cuantas. En las tardes interminables del verano nos juntábamos en casa de las dos hermanas y hacíamos una pila de novelas. Cada una tomaba una y se la leía, dejándola luego en otro montoncillo. De ese modo sabíamos que una de nosotras las había leído y podíamos pedir opinión. Leíamos una o dos novelas cada tarde, cada una a lo suyo, en silencio, y cuando terminábamos de leer una cerrábamos el libro con un suspiro y al montón. Una rara costumbre la de leer novelas juntas en las tardes de verano.
De todas aquellas novelas, Asesinato en el Orient Express era una de las más celebradas y comentadas entre nosotras. Era misteriosa la historia, envuelta en lujo y ensoñación. Hércules Poirot estaba en ella especialmente fino. El viaje en tren era subyugante, y la idea de la venganza (o justicia, según se mire) siempre es atractiva en las novelas. Este recuerdo juvenil me llevó a ver la nueva versión cinematográfica.
También, tengo que decirlo, porque Keneth Branagh, que no siempre está acertado, me gusta por su teatralidad, la dirección de actores y la magnífica ambientación y puesta en escena de sus películas.
La verdad es que la película no me defraudó. Como la novela, es una historia que comienza como alta comedia, con personajes de la alta sociedad, refinados y despreocupados, en un ambiente de lujo, que pasa a convertirse en una novela policíaca, cuando Rachett es asesinado y Poirot entra en escena como detective, y que termina revelándose como tragedia. La secuencia novelesca está perfectamente reflejada, la transición es imperceptible; quiero decir que sin advertirlo te encuentras ya en otro lugar, en un espacio narrativo diferente que se acepta sin discusión. Todo lo inverosímil del argumento se deshace gracias al ritmo narrativo y a la excelente presencia de los personajes. Es un verdadero artefacto literario que se convierte en un artefacto cinematográfico. Obra de la señora Christie, obra del señor Branagh.
Visualmente la película es espectacular. Ese tren detenido en los montes yugoslavos por un alud de nieve, en la mitad de un puente de vértigo, resulta impresionante, vértigo que se aprovecha para una conversación de Poirot con una de las pasajeras, y por tanto, sospechosa, al borde de la puerta abierta del vagón de equipajes, a un paso del precipicio. Creo que por innecesario, fue el detalle que más me gustó de la película.
Nada hay que añadir a las interpretaciones cuando se examina el reparto. Un despliegue de viejas y nuevas glorias: Michelle Pfeiffer, William Dafoe, Penélope Cruz, Johny Depp, Judi Dench, y el propio Branagh, en el papel de Poirot, por cierto, un Poirot inusitado, diferente al que siempre hemos imaginado, hacen un magnífico trabajo.
Por si alguien se anima a realizar ese novelesco viaje, el de verdad, en un tren de lujo desde París a Estambul, aquí facilito el enlace:


Sólo puedo decir que pasé un rato muy agradable, y eso es todo lo que las señoras mayores le pedimos al cine. No todos los críticos están de acuerdo con las señoras mayores, pero qué le vamos a hacer.











04 enero 2018

El Hostal del Inglés de F.J.Segura Garrido



Para mí, como para mucha gente, fue un grato descubrimiento el de Francisco José Segura como escritor, y más aún, como escritor de novela negra. La chica olvidada, su primera novela que ha sacado ya su segunda edición, tenía una trama tan trepidante, un asunto tan sensible y cruel, y una escritura tan rápida y torrencial, que, contradiciendo a su título, se convertía en algo inolvidable. Sus potentes imágenes perduran en la memoria mucho tiempo después de su lectura.
Esta segunda novela de Segura Garrido es literariamente más sosegada, pero argumental y estructuralmente igual de apasionante. El comisario Campillo, protagonista de lo que promete ser saga, toma cuerpo y peso, y a pesar de sus modos rudos y poco ajustados a derecho, se le toma un respetuoso cariño, principalmente por su inagotable afán de justicia.
Sé que una novela es buena cuando, como lectora, podría contarla, es decir, explicar el argumento, pero me cuesta seguir todos los hilos técnicos que el autor ha desplegado, y mucho más las múltiples emociones que me ha suscitado. Esto quiere decir que el autor ha sido muy hábil en su abracadabra. Me detengo, reflexiono y adelante, porque hay que hilar fino con una novela que parte de un gran amor para llegar a la ruina absoluta, que saca las vergüenzas ocultas a una dictadura que nos mantuvo amordazados cuarenta años y lo que colea, donde el deterioro personal corre parejo con el deterioro de la naturaleza, y la hermosura de la costa cartagenera acompaña la delicadeza de un amor profundo y trágico. Toda la novela está teñida de la melancolía de la pérdida. Es una elegía narrativa por una naturaleza profanada, por un amor destruido, por un pueblo amordazado.
Por decirlo en breve y sin estropear el interés de la trama, El Hostal del Inglés trata de la reavivación en la transición española de un viejo crimen sin resolver ocurrido durante la dictadura, parece ser que basado en hechos reales sobre los cuales el autor aventura la posible solución de un caso sepultado en el silencio. Naturalmente, el inspector Campillo es el encargado de resolverlo pese a todas las dificultades que el sector resistente del antiguo régimen opone. Con lo cual, un nuevo tema de fondo aparece ante los que leen: el cierre en falso de la anterior etapa política y sus desmanes. Desde instancias superiores se quiere cubrir todo lo anterior con una gruesa capa de olvido. Las viejas estructuras persisten y resisten, y se hacen fuertes en esa especie de ley del silencio. Hasta aquí llega esa pretensión y quienes tienen los ojos abiertos lo ven cada día.

El ritmo narrativo ha ganado en madurez y en reposo en relación a la anterior novela, La chica olvidada, que era apasionante desde la primera línea a la última, pero que adolecía de presentarse como un torrente desatado en el que ambos, lector y autor, hubieran perdido el control de los acontecimientos. En esta ese aspecto cambia, sin perder el buen ritmo, el interés y la intriga. Además de que esto nos permite disfrutar de unos personajes perfilados que se reconocen en sus tipos al momento, y de unos diálogos que son uno de los mayores logros de la novela, por su naturalidad y la descripción indirecta de los tipos populares.
Por lo cual, y una vez más, hay que felicitar a Francisco José Segura Garrido por su trabajo creativo y desearle el éxito que se merece.
Un buen regalo para los amantes de la novela negra sería el conjunto de las dos novelas publicadas hasta el momento. No hay que perder de vista a este talento emergente.