30 septiembre 2006

¿Qué quería Benedicto XVI?

He oído y leído por ahí, en la radio, en la tele, en los periódicos, mucho sobre la polémica que han levantado las palabras acerca del Islam de Benedicto XVI. No eran exactamente sus palabras, sino la cita de un teólogo medieval; pero no nos hemos caído de un guindo y sabemos que quien cita, o refuta o asume el pensamiento del citado. Como parece ser que no refutó al medieval, asumió, vaya que asumió.
Autoridad moral para tachar de violenta a ninguna otra religión, este buen hombre no tiene. ¿Tenemos que recordarle las torturas, las cárceles para intelectuales disidentes, el olor de las hogueras, las guerras de religión, las matanzas colectivas? Me viene a la memoria la cruzada contra los albigenses, cuando tenían que tomar una ciudad y alguien preguntó cómo sabrían quienes eran herejes y quienes no. Respuesta del obispo: "Matadlos a todos que Dios conocerá a los suyos". Si alguien ha leído actas de interrogatorios de la Inquisición, se habrá enfrentado cara a cara con el horror. Léase el acta transcrita por Margarita Yourcenar en "¿Qué? La eternidad?" sobre el interrogatorio de Giordano Bruno. Si hay estómago, porque hay que tenerlo para llegar al final.
No es que las demás religiones sean inocentes, es que esta católica ha sido especialmente cruel y sanguinaria en la propagación y preservación de su fe fanática.
Este Papa es inquisidor, lo sigue siendo, pero además es amnésico, el pobre. Sin embargo, yo no me lo creo. Luego pidió perdón, no sabemos si por las palabras del teólogo medieval, por las suyas, por sus intenciones o por su amnesia. Movilizó a la diplomacia vaticana para arreglar las cosas, y visto lo visto, nos preguntamos si estamos ante un Papa imprudente o ignorante. Ninguna de las dos cosas. A estas alturas nadie nos va a convencer de que todo ha sido un desgraciado incidente. Se trataba de algo muy bien organizado, pensado y previsto en sus repercusiones. Me explico:
Uno. Este Papa es un hombre con poca gracia, sin carisma mediático, un teólogo, un profesor, un inquisidor. No provoca más que las imprescindibles apariciones en los medios, las inevitables, apenas se le veía, nadie le hacía ni caso, no se hablaba de él. Con estas palabras que ha dicho, una simple frase, ha tenido más cámara que la Rocío Jurado durante una semana o más. Que se hablara de él, bien o mal, pero que se hablara. Primer objetivo conseguido.
Dos. A las huestes católicas, excepto a unos cuantos incondicionales, no se les movía un pelo por este Papa. La Cristiandad ha cerrado filas en torno a su persona y ha sido apoyado a troche y moche sin ningún reparo. Segundo objetivo conseguido.
¿Y los musulmanes? Los pueblos musulmanes le importan un rábano. Las reacciones de las minorías fanatizadas serían la confirmación de lo que él decía. Los dirigentes musulmanes serían calmados convenientemente por la habilidosa diplomacia vaticana. Y pelillos a la mar.
Que su primer objetivo está ampliamente cumplido, el de la propaganda fácil, está cumplido, lo demuestra el hecho de que yo misma esté escribiendo ahora sobre un viejo solterón que se parece a Nosferatu y que lleva zapatos de charol rojos.
Lo ha conseguido, B16.

15 septiembre 2006

Cañón de los Almadenes




Hicimos un domingo un paseo de cinco kilómetros en una barca zodiac por un tramo del Cañón de los Almadenes, entre Calasparra y Cieza. Entre tanto destrozo como se está llevando a cabo en esta Región a fuerza de ladrillazo, es un consuelo encontrar un paraje natural silencioso, limpio, con el bosque de ribera conservado, el río limpio, el aire transparente. Comentamos que había que mirarlo bien, disfrutarlo intensamente, porque no sabíamos cuánto tiempo podría durar esa belleza. Los tiburones de la construcción no tienen límite en sus ambiciones depredadoras. Nada ni nadie está libre de su amenaza.
El paseo, para quien no tenga inconveniente en mojarse los pies, es muy recomendable. Se parte de la Venta Reales, cerca de Cieza y se termina en la presa de la Mulata, en un paraje de la ribera del Río Segura, donde se puede comer a la sombra de un enorme taray, granados e higueras gigantes, y donde el baño en el Río es una delicia.

05 septiembre 2006

La playa


No me puedo quejar. No me he movido de media losa en todo el verano, pero he podido ver el mar durante unos días y bañarme a mi modo: a las ocho y media de la mañana y a las siete de la tarde. Esta playa no era así hasta hace unos años. Era una playa de piedras y rocas con erizos. Recuerdo que un vecino se comía a los pinchosos animalillos con una cucharilla, después de partirlos por la mitad y rociarlos de limón. Luego les dio a los prohombres aguileños por convertir aquello en una "verdadera playa" e hicieron el espigón que se ve. Cada vez hay más arena y menos agua, pero así parece más turístico y atractivo, dicen ellos. A mí me gustaba más antes, cuando había que entrar con cangrejeras y con mucho cuidado. De todos modos, hay pocas cosas más placenteras para mí que el baño mañanero o al atardecer. Prefiero el sol benigno que se levanta o que se acuesta, el agua más fresca y la playa más solitaria.

01 septiembre 2006

Últimas canciones de Richard Strauss

Un verano recogido, dedicado a requerimientos familiares sobre todo, se convierte en un verano lector y musical. Siempre, siempre, el gran consuelo de la música.

Otros muchos temas y compositores han sido gozados este verano, que ya se va yendo, con el regalo de unos días preotoñales, frescos y pacíficos, pero el gran descubrimiento ha sido este maravilloso disco que recoge en dos partes lieder de Richard Strauss, cantados por una de las voces femeninas que prefiero, la de la soprano Jessye Norman.

Los cuatro últimos lieder forman la primera parte. Fueron compuestos en el último año de vida del compositor, que los concluyó a los ochenta y cuatro años, justo un año antes de morir. Parecen el punto final melancólico y por fin conforme a toda una vida de creatividad. Las canciones, los lieder, tienen siempre un algo de más personal que el resto de los géneros. Es un género “menor” en el que el creador puede dejar los rastros inmediatos, urgentes, puntuales, de su carácter y de su vida. Son a la sinfonía lo que el poema a la novela. No sé si la comparación será afortunada y quizás puristas de uno y otro arte se echarían la mano a la cabeza, pero yo lo siento así. Y siento además que hay un tiempo de entrar a la andadura del gran relato y el tiempo de sentir el deslumbramiento momentáneo de un poema, como se puede disponer el corazón para seguir la grandiosidad de una sinfonía o dejarse llevar por el encanto súbito de una canción. Estas de Richard Strauss son un sueño melancólico. Van ganándote el terreno sentimental con su suave tristeza y no es extraño que produzcan la armonía de lo psíquico y lo físico, cuando sientes que se escapa una lágrima solitaria al tiempo que te sientes llevada a un mundo diferente, interior, donde se siente y se comprenden otras cosas.

Andersen en España

Soy aficionada a leer relatos de viajes por España realizados y escritos por extranjeros. La mayoría de estos viajeros escritores son europeos del siglo XIX, cuando España se puso de moda como país romántico, exótico, lleno de la pasión y pintoresquismo, lo que era de un enorme atractivo para aquellos hombres soñadores. Resultaba cómoda la evasión por medio del viaje, pero cercana. No tenían que irse muy lejos para encontrar algo completamente diferente a su aburrida vida cotidiana: en España no había aburrimiento, porque lo mismo te podían asaltar unos bellos ojos negros que una cuadrilla de bandoleros. Conocía yo muchos viajeros de esa época por sus relatos y por sus dibujos, grabados y cuadros, pero no sabía que Andersen, algo tardíamente, se había sentido seducido por el exotismo y la pasión. Me sorprendió mucho encontrar, editado en un económico libro de bolsillo, el testimonio de su paso, que fue extenso e intenso, por nuestras tierras, incluso por mi propia ciudad. Lo compré pensando que, ya que este verano por circunstancias varias, no iba a poder salir de mis lugares habituales, ni siquiera dentro de España, sobre la que llevo una exploración minuciosa y pausada, me iría de viaje con un compañero incomparable, con el bueno de Andersen, que siempre, desde que yo era una niña y hasta hoy, ha gozado de mis simpatías. No me ha defraudado. Es un viaje positivo, entretenido, con pequeños hallazgos que me recuerdan mi propia forma de viajar y conocer las ciudades: más de la gente y del ambiente, más de la naturaleza íntima del lugar, antes que los grandes monumentos y los lugares comunes. No puede escapar, lógicamente, de estos tópicos viajeros, porque supongo que pensaba él que a sus lectores le interesarían las raíces históricas y aquellas maravillas arquitectónicas, las ruinas, los vestigios árabes y lo popular tópico, porque Andersen viene ya influido por anteriores viajeros y por un concepto romántico del viaje hispano, pero no puede evitar que su viaje tenga otro color y otro sentido: la observación de una gente que le resulta cómica o agradable, una mirada irónica que sólo se pierde ante lo que él ve como belleza exótica de las mujeres, sobre todo de las más humildes.

Me ha resultado curiosa su excursión a Tánger, ciudad que conozco muy bien y que reconozco en su relato. Ahí es donde encuentra el verdadero exotismo y el interés por lo extraño, porque España, se percibe continuamente, se ha vuelto más civilizada, ya no implica tanta extrañeza y peligro. El viaje lo realiza en 1862, bajo Isabel II, un momento en el que el país, aunque no por completo, se ha europeizado en cierto modo.

Luego me entero en una suerte de epílogo de que se sintió defraudado por un simple hecho: ver burlada su vanidad de escritor famoso en toda Europa. En España no lo conocía nadie prácticamente, ni siquiera los intelectuales, que hicieron caso omiso de su presencia. No era lo que solía ocurrirle en otros países, donde era agasajado por príncipes, nobles, intelectuales y políticos.

Como simple curiosidad transcribo aquí algo sorprendente para nuestros días:

De San Sebastián dice: Es una ciudad genuinamente española, con un paisaje maravilloso. En el verano florecen los jazmines silvestres en las montañas, el aire está lleno de fragancias. San Sebastián es la meta de las excursiones de muchos franceses. Se nota que aquí está uno entre los descendientes de las primitivas tribus del país, los fornidos iberos, en su lengua vasca: escauldunac.”

De Madrid: “Vienen en verano, el sol los derretirá; vienen en invierno, recibirán la caricia de los témpanos de hielo, se les helarán los dedos y el aguanieve les penetrará por la parte superior del cuero de las botas los chanclos, y en caso de quedarse en Madrid, ¿qué habrán visto de España? Madrid no tiene carácter de ciudad española, y mucho menos de capital de España.”

El libro se cierra con una frase preciosa:

LA VIDA ES EL MÁS MARAVILLOSO DE LOS CUENTOS