30 noviembre 2012

Amor no correspondido... de momento




Mira que se lo tengo dicho, que no se puede ir. “Eres sólo un objeto”, le digo, “no puedes irte cuando quieras”. Y le pido que me comprenda, pero sobre todo que me dé un tiempo para conocerla. También le digo que si me tomo ese tiempo, seguro que terminará por quererme y querrá quedarse conmigo, que ya le ha pasado a otras. Pero ella, que no, que no quiere dejarse conocer ni querer. 

A veces, la quiero muchísimo. A veces, la odio con toda mi alma, sobre todo cuando no hace lo que yo quiero. Creo que añora a la persona que la tuvo antes; desde luego, era mucho más joven y guapo que yo. A veces también la noto celosa de mi compañera anterior, que era pequeña y fácil de manejar, y yo, por mi parte, sigo prestándole atención, eso le debe de molestar mucho, que ante su superioridad no me haya rendido y abandonado a otra. Hay determinados lugares a los que no la llevo a ella, sino a la otra, y eso se ve que tampoco le agrada. Pero es que no me obedece y hace lo que le da la gana.









 La supercámara prestada a prueba


Tengo una extraña relación de amor y odio con la cámara que me ha prestado mi hijo para que la tenga el tiempo que quiera y aprenda a manejar una cámara más profesional que mi vieja cámara de bolsillo.  Sé que finalmente conseguiré que me quiera y entonces se la devolveré a su legítimo dueño, toda despechada, y si puedo, me compraré otra como ella o mejor.


 Mi pequeña y vieja cámara

Como bien se puede deducir, la foto de la supercámara está hecha con la vieja y pequeña, y la de la cámara de bolsillo con la supercámara. No sé cuál es mejor. Supongo que irá en gustos.

Con ciertos objetos establezco unas relaciones muy extrañas, como si fuera algo muy personal. No sólo con las máquinas -le hablo al ordenador, al vídeo, al frigorífico... ¿será grave esto?- sino también a otras cosas que sería cansado enumerar. Pienso que guardo en mi interior la niña animista que dota de vida a los objetos.

26 noviembre 2012

Lo romántico

 Teníamos en la casa del campo esta chimenea clásica, de ladrillo, que daba mucho calor, sobre todo si te sentabas dentro, digamos encima del fuego. Gastábamos leña a montón y la casa no estaba caliente. Fue la chimenea que quisimos al planear la construcción, porque es la imagen de hogar que tenemos en mente. Los ideales entorpecen mucho la vida, es la verdad.


Decidimos tirarla este año y llamamos a los albañiles. ¡Albañiles! Quien dijo albañiles dijo demonios emplumados y cuarenta furias desatadas, pero que suelen tardar mucho en venir, hay que llamarlos mil veces, suplicar, y luego ponerse a rezar para que todo salga medio bien. El hueco que nuestra clásica chimenea, hogar, o como se llame, ocupaba, quedó así. Ahorro contar cómo quedó la casa de polvo y otros materiales menos etéreos. Pero al final, se fueron los albañiles, recogieron sus demonios y sus furias, y se fueron.

 Y entonces vinieron otros, un poco menos furias y un poco menos demonios emplumados, y nos pusieron esta estufa de hierro, que consume poca leña, que no suelta hollín, que no hace humo, que calienta toda la casa y se porta muy bien. Todos contentos.



¿TODOS?


Todos no. Marcelo no lo está, no señor. Marcelo ha vivido una buena parte de su infancia en el campo y ha sido muy feliz allí. Esta foto, por ejemplo, es la que se hizo al lado del enterramiento de una lechuza que se coló en la casa y murió (supongo que de aburrimiento, porque no estábamos en ese momento). Marcelo la enterró... iba a decir cristianamente, pero no fue así. No le puso cruz, sino una piña que pilló por ahí, porque dijo que la lechuza no era persona cristiana, sino de la naturaleza. Y como epitafio puso: "Que Isis te proteja en el más allá". A Marcelo le ha gustado siempre la mitología, y casi la mitomanía. Marcelo se ha dormido muchas noches al calor de la vieja chimenea.



Y ahora, que tiene ya quince años, aunque parezca más, se ha dolido mucho de que hayamos tirado la chimenea para poner la casa mejor. Sí, dice que seguramente es mejor, pero que ha perdido...


ROMANTICISMO


P.S. Él ha ganado romanticismo, todo el que ha perdido la estufa, porque ha comprendido algo hermoso y terrible: el paso del tiempo, la "extraña flor de la melancolía".

19 noviembre 2012

Raúl Guerra Garrido, un autor descubierto

 Realmente no sé cómo llegué a este autor, a Raúl Guerra Garrido. Nadie me lo recomendó, no leí ninguna reseña, no lo vi en televisión ni lo escuché promocionarse en la radio. Mirando libros, no en las mesas de novedades, sino en los estantes giratorios que presentan colecciones o libros de autores, encontré este nombre. Los títulos me atrajeron: son realmente títulos muy sugerentes. Compré primero "La costumbre de morir", porque prometía ser una especie de novela negra o de intriga al menos. Dicho esto, se agradecería a los editores que no dieran tantos datos al respecto en la contraportada. Quien se anima a leer un libro es siempre un ser inteligente que sabe colegir un argumento de unas pocas palabras. Si alguien se decide a leer este libro, que no lea la parte de atrás antes de haberlo terminado. Demasiada información. Es un libro interesante y atractivo, con mucha intriga. No puedo decir que esté maravillosamente escrito; es limpio y transparente, ágil y sin florituras, como corresponde a un libro de suspense. No me explico cómo a nadie se le ha ocurrido convertirlo en un guión de cine. Quizás no sea políticamente correcto o agrave ciertos asuntos pendientes, quizás no convenga. Para mí fue un descubrimiento. Con lo cual, cuando terminé de leerlo, quise seguir con el mismo autor y me hice con este otro libro delicioso.



Para los provincianos que visitamos Madrid de vez en cuando, y que tenemos especial predilección por la Gran Vía y calles aledañas, es una verdadera delicia. Para los madrileños, supongo que lo será en otro sentido, más de reconocimiento de lo propio. Es un libro misceláneo, donde se combina la historia de la emblemática calle madrileña con relatos que bien pueden transcurrir en ella, si es que son pura ficción, que a veces no lo parece, conversaciones escuchadas al vuelo, anuncios de comercios, personajes, miradas retrospectivas, historia, esplendor y decadencia de nobles edificios. Como éste sí tiene un estilo bien marcado, y está muy bien escrito, aunque no renuncie el autor al sentido del humor y a la agilidad narrativa, no se lee con la premura de una novela de intriga, sino con el recreo del paseante observador.

En la mesa tengo un par más de Raúl Guerra Garrido, pero el comentario vendrá cuando los haya leído y disfrutado como estos dos.

12 noviembre 2012

Sunyata


 Amaia está en el porche, sentada en una hamaca, silenciosa, abrigada con una manta roja, con la mirada perdida. 
Le pregunto: "¿Qué? Aquí tan tranquila, ¿eh?"



Contesta como somnolienta: "Estoy mirando los dibujos de las nubes".

10 noviembre 2012

El mejor regalo

A cambio de esa edición artesanal de "Valentín", y de mi trabajo y compañía durante tantos años, mis compañeros querían darme algo. Buscaron lo que mejor les pareció que me convenía. Supongo que pensaron en libros, pues conocen mi pasión desmesurada -y a veces enfermiza- por los libros, pero finalmente me regalaron el libro de los libros. No la Biblia ni el Quijote, sino uno que puede contener esos y muchísimos más. Un libro electrónico. Una maravilla técnica y el mejor regalo para mí. Aunque, realmente, el mejor regalo eran ellos, su jovialidad, su alegría y buena amistad.


No contentos con sorprenderme con semejante don tecnológico, al abrirlo por primera vez me encontré con el siguiente obsequio, sentimental, amoroso, único. No sé si lo pensaron o les salió así, pero ninguna acción es casual, desde luego. Tres libros llevaba. Uno ni lo nombro de momento, aunque me atreveré a leerlo por gusto de saber qué suele contener un best-seller. Otro era "El gato negro" de Poe, que formó parte de los terrores nocturnos de mi primera juventud, cuando leer aquellas historias era prepararme para ser valiente. El primero que apareció ante mi vista, sin embargo, era "David Copperfield" de Dickens, casi diría que el primer libro largo -eso llamaba yo entonces a las novelas de verdad- que leí. Y tanto me gustó a mis doce años, que al terminarlo, sospechando que algo se me había escapado, ya que no sabía dónde estaba la fascinación que había sentido, volví a comenzar por el principio y, página a página, me lo leí entero de nuevo.
Ante esto, ante esta invitación del destino, no me ha quedado más remedio que volver a leerlo, ahora ya en este maravilloso lector que mis compañeros, tan generosamente, me han regalado. Vuelve a ser para mí una maravilla, en sí mismo, y porque me regresa a mis doce años.