05 septiembre 2006

La playa


No me puedo quejar. No me he movido de media losa en todo el verano, pero he podido ver el mar durante unos días y bañarme a mi modo: a las ocho y media de la mañana y a las siete de la tarde. Esta playa no era así hasta hace unos años. Era una playa de piedras y rocas con erizos. Recuerdo que un vecino se comía a los pinchosos animalillos con una cucharilla, después de partirlos por la mitad y rociarlos de limón. Luego les dio a los prohombres aguileños por convertir aquello en una "verdadera playa" e hicieron el espigón que se ve. Cada vez hay más arena y menos agua, pero así parece más turístico y atractivo, dicen ellos. A mí me gustaba más antes, cuando había que entrar con cangrejeras y con mucho cuidado. De todos modos, hay pocas cosas más placenteras para mí que el baño mañanero o al atardecer. Prefiero el sol benigno que se levanta o que se acuesta, el agua más fresca y la playa más solitaria.

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