27 mayo 2008

El pensamiento mudo de los peces



Por medio de mi amiga Alicia Poza, de la que ya hablaremos en otra ocasión si ella quiere, conocí a Lola López Mondéjar. La primera impresión, que dicen que es la que vale, aunque yo no estoy tan segura, fue precisamente la contraria, la de una mujer que sí estaba segura. En todos los sentidos. Eso pasma siempre. De inmediato le supuse una sabiduría que yo en aquel momento no sabía de dónde podía venir. Mujeres que escriben somos muchas. Mujeres psicólogas, psicoanalistas, psicoterapeutas, ya no son tantas, pero tampoco podemos quejarnos de su falta. Mujeres simpáticas y vivas, abiertas, modernas, eso ya es legión. Pero lo difícil posiblemente es reunir en una misma persona todas esas cualidades. Si añadimos que escribe bien, muy bien, que su literatura es rica, imaginativa y entretenida, lo que para mí es mucho, y si añadimos además que como profesional del psicoanálisis es una persona muy valorada; si seguimos añadiendo que su simpatía y su vivacidad es además graciosa, no en el sentido que suele darse a este término, sino en el sentido más clásico, como un don recibido y natural, pues entonces, nos rendimos a lo evidente, estamos ante algo fuera de lo común.


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Esto vaya por delante, como un retrato de Lola. El de su rostro, con esa sonrisa que demuestra todo lo que digo, ahí está, junto a estas líneas, al otro lado de la portada de su último libro, “El pensamiento mudo de los peces”, (Páginas de Espuma, 2008) una colección de relatos, publicados por la Editorial Páinas de Espuma, que demuestran lo dicho acerca de su escritura: estilo, imaginación y entretenimiento. Aportaremos también unos cuantos adjetivos muy socorridos cuando se trata de una escritora: son, en muchos casos, relatos sensibles, delicados, tiernos, pero ni sensibleros ni banales. En su caso, el tópico se supera por el peso de la realidad.

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Un libro de relatos es algo muy peligroso para la vanidad de la persona que escribe. Inevitablemente las personas que leen eligen, prefieren, apartan unos, tuercen el gesto ante otros, pasan con indiferencia sobre este otro, y además suelen, si tienen ocasión, comunicarlo a la madre o padre de las criaturas. Lo sé por experiencia propia y como lectora no me he privado de hacerlo. Muy mal hecho, lo reconozco, porque alguien que ha puesto mucho amor en cada uno de sus relatos, como una madre que ha criado con esmero a todos sus hijos, no gusta que le salgan con preferidos. Sin embargo, también un libro de relatos es una prueba de personalidad para quien lee: al igual que en cualquier hecho vital elegimos y nuestra elección es reflejo de lo que somos, en un libro de relatos la personal antología nos dirá mucho de nosotros mismos. Doy por supuesta la calidad literaria de todos estos relatos de Lola, pero yo también, como lectora, tengo mi antología personal. A ver otras personas cuáles eligen para su rincón.


Disfruté del descubrimiento de un personaje y de un misterio con “Tomy Amador”. Curiosamente, por las fechas en que lo leía, un estudiante de una universidad española había desaparecido en el Amazonas cuando iba a ver a su profesor investigador en aquella recóndita y amenazada selva.

Me pareció de una exquisita delicadeza “La tristeza del naranjo”. Este relato guardaba además una relación conmigo que Lola desconoce. Hace un año escaso escribí un relato muy diferente, desde luego, cuyo protagonista era un árbol, en mi caso un laurel. Como en el relato de Lola, no estoy muy segura -ella sí lo estaría- de que realmente el árbol fuera el protagonista. El naranjo de Lola es un fino reflejo del paso del tiempo, un ser querido que decae como decaemos todos los seres de este mundo.

Podría añadir otros relatos, como el de la joven oriental en París, con su muñeco de goma en el que deposita todo su amor y confianza, un amuleto de felicidad. El melancólico cumpleaños de una mujer que lo tiene todo, excepto el amor de su vida, más amor aún porque no lo tiene ni lo tendrá, pues la realidad se impone siempre al deseo como un velo de cotidianeidad anulador de nuestras secretas pasiones. O “Acrílico sobre lienzo”, una meditación sobre el triste problema humano de la envidia, que tanto sufrimiento interior provoca desde el remoto origen.

Son muchos los relatos interesantes que contiene este libro. No puedo reseñarlos todos ni es conveniente; cada persona haga su especial selección. Hay que leerlo. Como son hijos de una misma mente, todos tienen un tema común: la soledad, el silencio, el secreto. ¿Quién no guarda silencio, quién no tiene un secreto, quién no vive la soledad como un gozo o como un dolor? Profundamente humanos, todos los relatos de Lola.




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