01 noviembre 2018

Señor don Gato



Dueto de los gatos de Rossini


A propósito de gatos, sobre estos misteriosos animales hay tradiciones de todas clases, representaciones pictóricas, cuentos, tanto clásicos como populares, canciones, refranes, y hasta un dueto maravilloso de Rossini y una novela de Galdós. Y estoy hablando sólo de Occidente, y, desde luego, no puedo abarcarlo todo. Por eso me limito a mis recuerdos y a mis escasos conocimientos.
Por ejemplo, ese dueto de Rossini que me parece una delicia, lo conocí gracias a mi padre, gran aficionado al bel canto, al que le parecía un precioso divertimento.
Pero también he bailado de pequeña con mis amigas en la Glorieta o en el patio de recreo un viejo romance infantil, El señor don Gato, que no se sabe si su tema principal se basa en una prosopopeya o en una zoomórfosis, es decir, si se atribuye al animal la humanidad o a un humano se le transforma en gato para disimular. Para mí que don Gato es un animal personificado. Sólo sabemos que es un gato porque: primero, está sentadito en su tejado; segundo, es enamoradizo y lascivo, así que es capaz de despeñarse por su prometida, cosa que hacen los gatos siempre; tercero, le gustan las sardinas, y cuarto, tiene al menos dos vidas, porque resucita, y todavía le quedan cinco, si es verdad el refrán.
A mis hijos les he cantado de pequeños dos canciones infantiles sobre gatos, con gran éxito de crítica y público. Una es un canon, sencillo y fácil, que dice sólo que mi gato (yo no tenía gato, pero colaba) quería un lacito colorado y yo, hecha una malvada bruja, en un claro caso de maltrato animal, no se lo compraba porque me encantaba ver al gato enfadado. Todo era una patraña cantada, claro, pero ellos se dormían que era un gusto. El otro hablaba de lo que los gatos hacen para acicalarse, que todo el mundo sabe lo que es, lamerse por todos sitios que pueden y con las patas llenas de su saliva atusarse los pelos.
Ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron,
los gatitos al lavarse
y a su modo acicalarse,
ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron.
Ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron,
sus patitas remojando,
piel y orejas atusando,
Ron, ron, ron; hacen ron, ron, ron.
Etc.

De niña encontraba muy raro el cuento de El gato con botas. Me parecía estrafalario. ¿Un gato que habla y se viste? ¿Un gato con poderes mágicos? ¿Un gato en mi colección de cuentos maravillosos? Ninguna de estas cosas es rara, pero sin saber por qué, este cuento en concreto me parecía extravagante, y quizás fuera que el contexto de las ilustraciones era preciso y realista, la nobleza francesa rural del siglo XVIII en todo su esplendor. De mayor me empezó a gustar que ese Gato, así con mayúsculas, fuera un perfecto cortesano, elegante, redicho y mentiroso y, sin duda, mucho más listo, astuto y animoso que su pobre amo. Demasiado tarde, ya tuve que dejarlo para disfrute de mis hijos pequeños, a los que, según creo, tampoco les entusiasmaba.
Mi abuela María era de tener amimales domésticos en abundancia y en alegre convivencia con los humanos. Que yo recuerde, tuvo tres gatos bien guapos. El más viejo se llamaba Fígaro, el segundo Lunares y el tercero Monín. Como se puede apreciar, el buen gusto para los nombres gatunos fue decayendo y, en extraña trayectoria, pasó de lo cultural a lo apariencial para caer finalmente en lo “cuqui”. Yo también tuve un gato en Marruecos que empezó llamándose Visir y terminó como Gusi, el mismo gato. Cuando volví a Murcia, se lo dejé a mis padres en el chalet de Alcantarilla, donde disfrutó del jardín mientras quiso, que los gatos son muy suyos. Según mi padre, les “hablaba” a los demás gatos del vecindario, y yo me lo creo. Era muy especial, el Gusi, y mi padre también, pero de otro modo.
Ahora no tengo gato, pero me encantaría tenerlo. Lo malo es que no puedo. El campo donde vivo tiene una rica fauna de pajarillos, lagartos y culebras, todos los cuales serían presa de un gato bien plantado. Cada mañana me encontraría un presente de mi señor don Gato en la puerta de mi casa. Y eso no.


2 comentarios:

Elconesa dijo...

Estupendo relato.
Muy responsable la decisión de no tener gato viviendo en el campo, está demostrado que está haciendo mucho mucho daño a multitud de especies.

mariano sanz navarro dijo...

Precioso relato. No creo que haya problema alguno en tener un gato en el campo. El equilibrio se establece enseguida. Lleva muchos años haciéndolo así. Un abracete, Sarashina.