La próxima vez que alguien me diga que ha pasado una noche toledana, le diré que el dicho puede ya ir dejándose caer en desuso, porque para mí una noche toledana ya es otra cosa. Que no cunda el pánico, porque no voy a contar nada de orgías nocturnas ni de desenfrenos a la luz de la luna en la ciudad imperial. Mayormente porque la compañía no daba para eso y porque a esas horas hacía un frío, este sí, toledano. Que no estaba el ambiente para mucho escote.
Tres orígenes se suponen para el dicharajo: o los mosquitos del Tajo, tamaños como ninfas, que a lo mejor era eso lo que veía Garcilaso, o la salida de mozas a buscar novio en la noche de San Juan, que armaban un poco de lío en la calle, me imagino; o quizás, y dice mi fuente de información que es la más fundamentada, por un hecho histórico del tiempo de los moros, una traición acaecida en el año 800 en que un walí pasó a cuchillo a una pandilla de nobles que tenía invitados en su casa por un quítame allá esas pajas, que era bonita costumbre de la época.
Indudablemente, mi noche toledana no tiene nada que ver ni con mosquitos ninfa, ni con los novios de San Juan, ni con traiciones, sino con esto (que suenen redobles y que todo el mundo se espante):
Procedo a contar la aventura. Llegamos al hotel y comienzan los trámites que hay que hacer para que te admitan como huésped. Yo me entretengo por allí con folletos, tarjetas y anuncios de los que hay en todos los hoteles para que los viajeros encuentren los peores restaurantes y los entretenimientos más idiotas de la ciudad. Entre ellos, al menos cuatro anuncios de paseos nocturnos por Toledo, referidos a sucesos mágicos que parecen muy propios de tan vetusta ciudad. El que más me llama la atención es uno bien negro, lleno de signos cabalísticos, que anuncia momias, apariciones, cuevas, brujas, y misterios de los más misteriosos. Los demás folletos son en vistosos colores fosforitos. Le pregunto al recepcionista si el más siniestro será apropiado para un niño de doce años y el hombre se trasmuda patéticamente y me dice que no, que son más apropiados los de vistosos colores, porque ese en negro es una secta satánica. Madre mía, qué susto. No me lo puedo creer. Pues justo a ese es al que llamo, a ver qué dicen. Me dicen que claro que puedo llevar a un niño, pero ya no sé si fiarme, porque a lo mejor al niño lo quieren para un sacrificio humano o algo así, después de haberle dado a la abuela alguna pócima soporífera. Nada, que yo, erre que erre, me arriesgo a caer en las garras del mismo satanás, junto con mi pobre Marcelo, que también se arriesga. Dice que no le da miedo, toma ya. Allá él. Su padre, que no parece tenerlas todas consigo, y que es buen mozo para defendernos, dice que se viene también. Tres posibles víctimas, tres, que se van para un pub irlandés, donde hemos quedado con los demoníacos guías de Toledo, los cuales, después de tomar nota de que estamos allí, vaya una precaución, digo yo, nos invitan a una cerveza. Los satánicos es que son así, te invitan a una cerveza normal en un pub irlandés para disimular y luego sacarte el saín. Me dicen además que el niño no paga por el paseo nocturno; qué mosqueo. Y empieza a llegar gente muy normal, posibles víctimas también, algunos con un carricoche con niño dentro, que hay padres un poco alocados que llevan niños de teta a paseos misteriosos por Toledo. Eso sí, los llevaban forrados de lana. Por el frío, no por los colmillos, aunque no sé yo.
Dos de las presuntas víctimas
tan campantes ellos, como si no
pasara nada.
A las ocho en punto, nos recoge un caballero todo vestido de negro con cara de personaje del Greco, concretamente de uno de los que están mirando con estupor al Conde de Orgaz. Lleva un interesante abrigo negro y un maletín en la mano; ojos penetrantes y fina perilla. Qué estampa. Un servidor, seguro. Nos saluda muy misteriosamente y nos propone empezar la visita en el Corralillo de San Miguel. Ya empezamos con propuestas siniestras. Pues bajo estas vigas, junto a la iglesia de San Miguel, que es arcángel muy viajado y culto, nos cuenta el caballero unas historias de templarios y pilas bautismales sangrantes, y noches toledanas de las de verdad, con abundante cerveza del santo del mismo nombre, y apariciones de esos templarios de ultratumba, que ponen unos pocos pelos de punta, no todos, que la totalidad queda para más adelante. Y el niño, que no ha pagado el paseo y que no sabemos con qué lo pagará, dice: "Yaya, eso es como el Monte de las Ánimas". Se refiere al de Bécquer, y le digo que sí, pero que no llame mucho la atención con pedanterías de niño sabio, no sea que en vez de sacarle el saín lo capten para la secta. Y no sigo, que es de noche y me está dando miedo. Mañana, con la luz del día, sigo contando, que yo soy como aquel personaje de Dostoievsky, que de noche creía en Dios y de día ya no.