09 febrero 2010

La historia continúa a peor

Como ya he trabajado y ya he dormido, ahora puedo continuar la historia donde la dejé ayer. A ver si hoy la termino y no tengo a la gente devanándose el cerebro y pensando mal del pobre Cura de San Patricio.
Al día siguiente, como era de esperar, el Cura tampoco fue a la tertulia. Don Carlos María, que no las tenía todas consigo, decidió ir él solo a visitarlo, sin decir nada a los demás contertulios. A eso de la media tarde, se dirigió a la parroquial dándole vueltas a la cabeza para ver cómo convencía al Ama del Cura de que le dejara ver al enfermo, Sin embargo no encontró dificultad alguna aquella tarde, pues nada más verlo en la puerta, el Ama le comunicó que el señor Cura había dicho, aunque le había costado trabajo, que ganas de hablar tenía las menos, que si era don Carlos, que lo pasara a su alcoba.
Así lo hizo don Carlos María y fue para más pesar suyo, porque encontró al Cura metido en su cama, pálido y desencajado, visiblemente más delgado, con las mejillas hundidas y los ojos de fiebre. Se interesó el caballero por si lo había visto el médico; así había sido, pero no había podido decir qué tenía. De hecho, sólo había dicho al Ama antes de irse que más parecía aquello un susto que una enfermedad, una dolencia del alma antes que una del cuerpo. El señor Cura llevaba dos días sin comer, y apenas sin dormir, que el Ama lo oía gemir y hablar en sueños. Que si seguía así, terminaría mal. Pero cuando vio a su buen amigo, intentó incorporarse en la cama y saludarlo, haciendo un gran esfuerzo. Trajo el Ama un sillón para don Carlos y lo puso cerca de la cabecera del doliente. La pregunta de rigor era ¿qué tiene usted, buen hombre? Y el Cura no se hizo mucho de rogar. Necesitaba, como cualquiera, contar sus penas a alguien. Y lo que contó fue esto.
"Pues mire usted que el lunes yo dije la misa última en la Colegiata y después me vine a cenar a mi casa. Esto se lo digo para que vea lo tranquilamente que estaba yo aquella tarde y cómo se vino a trastornar todo. Cené poco, que ya no tengo edad de excesos, me tomé un vaso de vino dulce, un poco nada más, apenas dos dedos, y me senté a leer un rato con la intención de rezar luego y acostarme pronto, que al día siguiente tenía muchas ocupaciones. Al poco vino el Ama y me dijo que si necesitaba algo, que ella se retiraba ya. Le di las buenas noches con mi bendición y le pedí que mirara que el portón quedara bien cerrado. Todo estaba silencioso y tranquilo.  Cuando empecé a cansarme, y la vista ya se me nublaba, apagué el quinqué, después de encender una vela para ir a acostarme. Eso hice y me dormí al momento. No sabía yo entonces lo que me esperaba en aquella noche espantosa, que así como ve usted ahora me tiene desde el amanecer de ese día". 
Aquí el Cura se detuvo y se quedó mirando el techo, rememorando el espanto de la noche. Por lo menos eso es lo que podemos imaginar, pues don Carlos María no dio estos detalles tan literarios, pero es que si lo contamos todo seguido pierde gusto el relato.
Al cabo prosiguió el bueno del Cura con su relato, imaginemos que un poco entrecortado por la angustia. 
"No sé qué hora sería, porque no lo miré, cuando empecé a oír unos golpes muy fuertes en el portón. Me puse oído atento y escuché que el Ama iba escaleras abajo con pasos cortos. Supongo que ella tenía miedo de aquellos golpetazos a semejantes horas. Oí que se abría el ventanuco de la puerta y una conversación que no pude entender. Era la voz de un hombre que hablaba con mucha fuerza, y la voz temerosa del Ama que le contestaba. Vuelvo a escuchar sus pasos por la escalera y llama a mi puerta la buena mujer muy asustada. Me dice que hay un caballero en la puerta pidiendo que me levante rápidamente, que tengo que ir a dar la extremaunción a una persona moribunda. Pues qué iba a hacer... Le dije al Ama que esperara el caballero de la puerta a que me vistiera y recogiera todo lo necesario, como lo hice lo más deprisa que pude. Le digo al Ama que se acueste y que se duerma, que ya llevo yo la llave del portón para no despertarla y me voy por las escaleras con un frío horrible y un negror de noche cerrada. Al abrir la puerta, me veo delante a un caballero desconocido, todo de negro, con un sombrero de ala ancha que le oculta el rostro, pero intuyo que no es paisano. Me dice que suba rápidamente al coche de caballos que en ese momento me di cuenta que estaba delante de la Colegiata. Le pregunté a dónde íbamos. No me contestó a eso, sino que me dijo que era un caso de necesidad muy urgente y que no perdiera mucho tiempo. Me subí al coche, no sin algunos reparos. El cochero arrea a los caballos, comienza el traqueteo, y entonces el caballero me dice que he de ir con los ojos vendados todo el camino. Como se puede figurar, yo me negué a una cosa tan inconveniente. El caballero no se arredró; me dijo con gran arrogancia que si me negaba, detenía el coche en ese momento, que la persona a la que tenía que dar la extremaunción moriría sin mi auxilio espiritual y que en mi conciencia quedaría. Que a otro cura no iban a llamar. Y yo qué iba a hacer. Pues, hala, a jugar a la gallinita ciega. Mire usted, tengo un soponcio..." También aquí el cura demostró claramente el soponcio que tenía con nuevos gemidos y quejas, y con mucho mesarse los cabellos, que no eran muy abundantes, pero suficientes para mesárselos y demostrar así su soponcio. Don Carlos María estaba consternado, pero podemos imaginar que también complacido, porque era un romántico total y estos casos de misterio le complacían.
"No se pude usted imaginar, don Carlos, la de revueltas que dimos por los peores caminos. Yo ya no sabía para dónde íbamos. Sé que el coche se detuvo y que me hizo bajar el caballero, y que escuché voces de otros hombres, que me hicieron pasar a un lugar, el zaguán de una casa tenía que ser, la misma casa en cuyo salón yo estuve luego, y que subí escaleras y recorrí pasillos, todo eso con los ojos vendados. Hasta que nos paramos y me quitaron la venda de los ojos. Estaba en un salón del tiempo de mi abuelo, polvoriento y abandonado, lleno de telarañas. Cinco caballeros me miraban muy circunspectos, todos vestidos de negro: un viejo canoso y estirado, un joven como de veinte años, y tres caballeros de edad madura. Todos tenían entre sí un aire familiar, de lo que deduje que el viejo sería el padre y los otros sus hijos. Ninguno dijo ni una palabra. Y yo les pregunté, un tanto desconcertado, quién era el moribundo. El más joven señaló una puerta. Yo entendí que allí se encontraba la persona a la que tenía que dar la extremaunción. Me indicaron que entrara, que la puerta estaba abierta. Ninguno me siguió. Empujé la puerta... Ay, don Carlos, no puedo seguir con tranquilidad". Don Carlos se esperó a que se le pasara el nuevo ataque de pasmo a su amigo el Cura, pero como esto se está haciendo ya muy largo, mañana continuará y, si puede ser, terminará esta historia.


15 comentarios:

Isabel Martínez Barquero dijo...

Aguantaré, a ver qué remedio.
Una narración como Dios manda y la época romántica aconseja.

Fernando Manero dijo...

A esperar tocan y nada de devanarse los sesos con suposiciones que pronto quedarán desmentidas por unos hechos que se antojan extraños y repletos de misterio e intriga. Un brindis por el Cura y otro por el Ama, personajes de los que ya no hay. Salvo Miguel Angel y pocos más, cualquiera encuentra hoy un Cura para que a las tantas se sumerja con generosidad y desprendimiento a una aventura tan llena de nubarrones. A esperar, que mañana será otro día. Un brindis por ambos, de momento.

Laura dijo...

No se si no acabaré con todas las uñas de las manos doy de los pies.

Hasta mañana

Miguel Ángel Velasco Serrano dijo...

¡Vive el cielo! Esto es un sinvivir. Pues nos pones a todos en un brete, será menester aguantarse las ganas, y ya que no podemos pasar página, que aquí no hay libro, ni embobinar, que tampoco hay cinta, a esperar…, ¡qué remedio!
Pero ya te digo que no me voy a quedar mano sobre mano. En cuanto termine el “despacho parroquial” me largo a la pisci municipal, luego a cenar y luego a ver la peli de la uno, que ya me han embarcado para una discusión sobre el particular. Se trata de “Camino”, y alguien quiere saber si como pienso, escribo.

Mañana será otro día, y nos dirás el desenlace, ¡sí o sí! Y no vayas a decirnos que en otra tampoco te cabe y que ha de haber una cuarta entrega, que por ahí no paso.

Tengan ustedes, pues, buenas noches.

Unknown dijo...

¿Será posible? Pues paciencia, no queda otra...

Sarashina dijo...

Eso, paciencia, que yo también la tengo para ir escribiendo todo esto, pero que lo de retrasar el final no lo hago a propósito, sino que es así, que se me hacen unas entradas sin fin y me canso de escribir, además de que al pobre Cura hay que darle un respiro, que está el hombre que le va a dar un algo. A ver mañana que tenga yo tiempo y termine de contar este terrible caso.

rubencastillogallego dijo...

Eres muy mala y folletinesca. Que sepas que Dios te va a castigar

Yolanda dijo...

¡Pero bueno, Clares, qué forma de dejarnos intrigados! ¿Seguro que mañana acabas? ¡Ojalá!
Un beso.

Sarashina dijo...

Perdonad todos este retardeo, ya veo que no tenéis tranquilidad de ánimo y que sois unos narrativos compulsivos. Pues vale, hoy terminaré, pero no ahora, que tengo trabajo.

Yolanda, amiga, ya sabes que no siempre se tiene tiempo de terminar las cosas en su momento, así que espera un poquico.


Rubén, por mala y folletinesca ya me castigó el señor, así que no me va a castigar dos veces por lo mismo.

Leandro dijo...

Non bis in idem. No, no te puede castigar dos veces por lo mismo. O por lo menos, no debe

Anónimo dijo...

Si ya lo dije ayer, esto es iuna prueba de paciencia, pero de muuuuuuucha paciencia.

Sigues enganchándonos con el relato, que no podemos deternos ni un segundo en su lectura y, ZAS, (continuará). Buena novela por entregas ¡Pardiez!

Y todos de los nervios. jajaja

No se si aguantaré hasta la próxima.

Sarashina dijo...

Qué gusto da tener un jurista en el blog, porque así nos evitamos muchas equivocaciones. Estupendo, Leandro, otra vez no me puede castigar por lo mismo, y menos aún si fue su santa voluntad que yo fuera así.

Ernesto, no es una novela, es algo real que ocurrió. Tú algo debes de saber porque visitas el blog de mluz. No pondré el enlace hasta el final del relato realista que os voy contando.

Pilar dijo...

Pues venga Shererzade, que ya impaciente está el sultán. Vamos pallá

Sarashina dijo...

Si tú sabes también la historia, mujer. Para ti no hay intriga ninguna.

Wendy dijo...

Estupendo relato, vale la espera la espera, es más lo hace mucho más sugerente.
Descansa y sigue con ella, como ves todos esperamos su desenlace.