Se suele considerar un género menor, o sencillamente un género,
algo especial, un poco degradado, de consumo popular y ligero. Yo
diría que son novelas de hamaca, es decir, de verano y
despreocupación. Entretenidas y absorbentes. ¿Quién ha matado a
quién? ¿Por qué? Ni el lector ni el inevitable investigador, sea
Poirot, Maigret o Holmes, sabe contestar a estas preguntas al
principio. Hay un ser superior que lo sabe, naturalmente el autor,
porque a veces ni siquiera lo sabe el narrador, si la novela es en
primera persona. Y muy hábilmente, a través de las pesquisas,
deducciones e intuiciones del investigador, nos va llegando
información. Hasta el desvelamiento final. Oh, qué descanso, éste
mató a éste de este modo (el modo ya se sabe y la ciencia forense
termina de explicarlo) y por estas razones, y ahora tendrá su justo
castigo, una vez acabada la novela. Lo que me hace pensar que todo
escritor de novela negra es un amante de la justicia. Al menos en las
novelas todos los casos se resuelven, cuando la realidad policiaca es
muy otra, y quizás la mayoría de los crímenes quedan impunes,
sumidos en la oscuridad de un sumario, nunca aclarados o incluso
nunca descubiertos. Por eso, cuando dicen que en este mundo no hay
justicia, o sólo de vez en cuando, una se consuela pensando que en
las novelas negras sí, siempre.
Pero quiero aventurar que el escritor o escritora de novela
policíaca, que siempre estará de parte de la victima y de los
justicieros sin asomo de duda, no deja de ser alguien que reconoce en
lo más profundo al asesino que lleva dentro. Si es capaz de
planificar un crimen en la ficción, y además su particular crimen,
es que sabe hacerlo, se lo ha imaginado, aunque sea de un modo poco
consciente. Busca investigar su propio crimen y espera ser
descubierto y castigado. Sólo que el que lo va a descubrir va a ser
él mismo. Los lectores, que también llevan su pequeño asesino dentro, también en lo más profundo, son simples testigos de su indagación, y a su vez desean justicia y verdad.
La novela negra moderna, sobre todo gracias a Vázquez Montalbán,
tiene una particularidad muy suya: un fuerte anclaje en lo local. Los
americanos ya lo hacían, pero creo que en España el primer escritor
en cantar su ciudad, su tierra, sus gentes y sus asesinos, fue
Vázquez Montalbán. Si me equivoco, que los sabios me corrijan.
Ese anclaje en lo local a mí me gusta mucho. Es realismo del bueno.
Si una calle está en tal sitio y se llama así, en la novela aparece
tal cual. Si hay un bar en esa esquina, va directo tal como es a la
novela.
El crimen es universal, desde luego, pues asesinato, robo, violación,
estafa, no es algo privativo de un pais o de un paisanaje. La
diferencia es que cada grupo humano lo hace y lo interpreta a su
manera, movido por las mismas pasiones que cualquier otro grupo
humano, pero a su modo. De la misma manera que los investigadores
siguen diferentes caminos y pautas según de dónde sean. No es lo
mismo Hércules Poirot, con su cosmopolitismo de alta burguesía, que
el comisario Montalvano, un siciliano de a pie, loco por la pasta
(italiana, no la otra), las mujeres y el buen pescado. Podríamos seguir las
comparaciones, pero cada cual que se las componga, que si no esto se
hace largo. Para resumir, no es lo mismo matar en España que en
Francia, ni es lo mismo matar en una gran urbe que en una pequeña
ciudad de provincias. Ni tampoco los asesinos son los mismos, ni los
comisarios e investigadores. La señorita Marple sólo puede ser una
señora madura inglesa, Brunetti sólo puede ser un plácido
veneciano, y sus métodos son diferentes, siendo universal su deseo
de justicia y el delito que investigan.
Entonces, y para concretar, una buena novela policíaca, hoy llamada
negra, tiene que tener unos cuantos elementos para servir a sus fines
de hamaca y entretenimiento: una buena trama sustentada en la
ignorancia de un personaje central, el que investiga, ignorancia
compartida con el lector, que irá compartiendo también el
progresivo conocimiento, elementos que deben estar sabiamente
dosificados; unos personajes creíbles y concretos en diferentes
planos de presentación; un lugar real en el que todos se mueven,
fielmente descrito; una prosa limpia y poco decorativa, yo diría que
casi seca, con diálogos dinámicos y significativos, pegados al
habla cotidiana. O sea, casi todo lo que debería tener una novela
cualquiera. Si además hay fondo, sabiduría y humanidad, no habría
diferencia alguna con las novelas de otros colores o con las
incoloras, excepto que habría un muerto para empezar y justicia para
terminar. Ese principio y ese final es lo que constituye el género. Y para mí, son, como la novela picaresca en su momento, un reflejo de la situación social y de los asuntos que preocupan a la gente. No es poco.
5 comentarios:
También podría ser que el hilo conductor de una novela policíaca empezara por alguien, –caballero, señora o señorita–, que espera, tranquilamente tomándose un te, café o vermú, en el salón de su casa, en una mesa de terraza o en el despacho oficial de cualquier comisaría, le llegue, vía telefónica, email, washap o subalterno a cargo, la noticia de la aparición o desaparición de un cadáver.
De donde puede deducirse que ya antes del hecho en sí la intriga existe, puede ser anterior a la investigación propiamente dicha. Esos prolegómenos a veces son tan interesantes, y dan lugar a descripciones de personas, situaciones y cosas sumamente aleccionadoras, como el núcleo de la trama.
Acepto que puedo llevar dentro de mí un asesino; piso flores, hablo (demasiado) alto y desconozco los miramientos en mi expresión verbal y gestual, o sea, que puedo perfectamente dar esa impresión. Y sobre todo, espero y no me canso de esperar…
En fin, Clares, que tu demora ha sido larga y tendida; y he aquí que llegas con esta disertación sobre la novela negra, así en general, que, además de instructiva, has escrito pedagógicamente muy de mi gusto y complacencia.
Celebro volver a leerte.
Querido Miguel Ángel, una alegría recuperarte. Han sido estos unos años en que han pasado muchas cosas, buenas y malas. Iré poniendo mi historia al día y volveré a las andadas, andar de blog en blog visitando a los buenos amigos.
Un placer reencontrarte. Un gran abrazo.
Y no, tú llevas bien poco de asesino. En realidad todos somos santos en origen, pero la mente humana enturbia mucho. De nuestra responsabilidad es encontrar la luz del santo o quedarnos en la turbiedad. Cada uno se libra de sus demonios como puede. Escribir puede ser un modo de reconocer
nuestras turbiedades, mirarlas de frente y ver tras ellas la luz. Son las sabandijas que dice Teresa de Ávila.
Amiga, una consideración previa a tu enjundiosa entrada bloguera: a los que ya ni peinamos canas ni peinamos ná, nos gusta enfrentarnos a cualquier escrito con letra de cierta dimensión. Habida cuenta de que el coste es el mismo, recomiendo trabajar en una caja más amplia. Por lo que se refiere a la novela negra (que me enteré de que era tal muchos años después de ser un habitual consumidor de ella, en mi juventud), coincido en la mayor parte de tus apreciaciones. Sólo matizaría que, antes de Carvalho, en el inspector Maigret se encuentra un recorrido costumbrista y social que hacen la novela interesante, más allá de lo sórdido o interesante de la intriga. En mi caso, y en del COMISARIO SOTO, creo que estamos lejos de lo policiaco, a no ser que así se quiera denominar a algo que le sucede a un policía. Otra cosa es que el editor, por conveniencias del mercado haya querido encasillarla en ese género. No fue mi intención al escribirla. En realidad, no he descubierto cual era mi intención. Y tampoco me preocupa, me ha divertido tanto que ya tengo bastante con eso. Y perdona la paliza. Un abrazo.
Solamente quiero saludarte y animarte a seguir con tu blog. Pasé muy buenos ratos con este invento y ya lo echaba de menos. Un abrazo.
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