Como
soy una señora mayor, me gusta ir al cine. ¡Cómo va a ser lo mismo
sentarte en la oscuridad, con una pantalla enorme, que ver una
película en la tablet, en el ordenador o en la pantalla de la
televisión! No hay posible comparación. Pero éste no es el momento
de defender la sala de cine. Escribo por otra cosa. Porque me fui al
cine que todavía hay al lado de mi casa, el cine Rex, a ver
Asesinato en el Orient Express. Me
fui sola porque nadie tenía fe en esa película, y lo mío realmente
era un ejercicio de melancolía.
Siendo una cría, entre los doce y
los catorce años más o menos, leí casi todas las novelas de Agatha
Christie, por no aventurarme
a decir todas. Mis amigas y vecinas María Bárbara y Amparo tenían
una buena colección de ellas, y en la biblioteca de mi padre había
también unas cuantas. En las tardes interminables del verano nos
juntábamos en casa de las dos hermanas y hacíamos una pila de
novelas. Cada una tomaba una y se la leía, dejándola luego en otro
montoncillo. De ese modo sabíamos que una de nosotras las había
leído y podíamos pedir opinión. Leíamos una o dos novelas cada
tarde, cada una a lo suyo, en silencio, y cuando terminábamos de
leer una cerrábamos el libro con un suspiro y al montón. Una rara
costumbre la de leer novelas juntas en las tardes de verano.
De
todas aquellas novelas, Asesinato en el Orient Express era
una de las más celebradas y comentadas entre nosotras. Era
misteriosa la historia, envuelta en lujo y ensoñación. Hércules
Poirot estaba en ella especialmente fino. El viaje en tren era
subyugante, y la idea de la venganza (o justicia, según se mire)
siempre es atractiva en las novelas. Este recuerdo juvenil me llevó
a ver la nueva versión cinematográfica.
También,
tengo que decirlo, porque Keneth Branagh, que no siempre está
acertado, me gusta por su teatralidad, la
dirección de actores y la
magnífica ambientación y puesta en escena de sus películas.
La verdad es que la película
no me defraudó. Como la novela, es una historia que comienza como
alta comedia, con personajes de la alta sociedad, refinados y
despreocupados, en un ambiente de lujo, que pasa a convertirse en una
novela policíaca, cuando Rachett es asesinado y Poirot entra en
escena como detective, y que termina revelándose como tragedia. La
secuencia novelesca está perfectamente reflejada, la transición es
imperceptible; quiero decir que sin advertirlo te encuentras ya en
otro lugar, en un espacio narrativo diferente que se acepta sin
discusión. Todo lo inverosímil del argumento se deshace gracias al
ritmo narrativo y a la excelente presencia de los personajes. Es un
verdadero artefacto literario que se convierte en un artefacto
cinematográfico. Obra de la señora Christie, obra del señor
Branagh.
Visualmente la película es
espectacular. Ese tren detenido en los montes yugoslavos por un alud
de nieve, en la mitad de un puente de vértigo, resulta
impresionante, vértigo que se aprovecha para una conversación de
Poirot con una de las pasajeras, y por tanto, sospechosa, al borde de
la puerta abierta del vagón de equipajes, a un paso del precipicio.
Creo que por innecesario, fue el detalle que más me gustó de la
película.
Nada
hay que añadir a las interpretaciones cuando se examina el reparto.
Un despliegue de viejas y nuevas glorias: Michelle Pfeiffer, William
Dafoe, Penélope Cruz, Johny Depp, Judi Dench, y el propio Branagh,
en el papel de Poirot, por cierto, un Poirot inusitado, diferente al que siempre hemos imaginado, hacen un
magnífico trabajo.
Por si alguien se anima a realizar ese novelesco viaje, el de verdad, en un tren de lujo desde París a Estambul, aquí facilito el enlace:
Sólo puedo decir que pasé un
rato muy agradable, y eso es todo lo que las señoras mayores le
pedimos al cine. No todos los críticos están de acuerdo con las
señoras mayores, pero qué le vamos a hacer.
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