Del libro "Cosas que quedaron en la sombra", de Fulgencio Martínez, tomo aquí uno de los poemas más emotivos: "ESPAÑA A SUS HIJOS CAÍDOS EN EL LAGER DE MAUTHAUSEN". Es un dolido homenaje a la memoria de aquellos seres humanos "asesinados, torturados, desenterrados vivos".
El poema va precedido de una cita de Montserrat Roig:
"La existencia de las canteras Wiener-Graban en el pueblecito de Mauthausen fue la causa de que Hitler decidiera construir allí el más importante campo de concentración de Austria... En él perecieron las dos terceras partes de los deportados españoles".
Vienen dedicados los sentidos versos a Joaquín López Mansilla, in memoriam.
(En este enlace se podrá encontrar documentación sobre las víctimas de Mauthausen)
Una reflexión múltiple: la recuperación de la memoria histórica, el dolor que aún sigue produciendo aquel conflicto bélico, del que la Guerra Civil española fue sólo un preludio cruel, el aviso de que un monstruo semejante no muere nunca del todo, el convencimiento mayor que nunca de que la guerra nunca es la solución, sino el problema, un problema estructural creado por un sistema en el que la vida humana no es sino una ficha más en el juego. Siempre mueren los peones, es decir, los más débiles, los inocentes, para que un rey dé jaque mate.
Ahora mirad la piedra rodada por brazos filiales
desde la memoria de un país que casi todo lo olvida.
Piedra de sentimiento allí clandestino, piedra
traída en la noche española
sin dormir, sin pretender despertar las pesadillas.
Piedra donde se abre la rosa de la verdad
de aquellos muertos nuestros
que por fin ahora se levantan y hablan.
Extraño que una pequeña lápida
con una inscripción escueta, informativa,
"España a sus hijos caídos en el lager de Mauthausen",
no "a los asesinados, torturados, desenterrados vivos"
(ni siquiera "a los supervivientes")
en este campo de exterminio...
Extraño y conmovedor que un fragmento solo de piedra
desvele y cifre la cantidad infinita de dolor
de los que construyeron, forzados, este lugar rocoso,
enclavado frente al optimismo de la especie.
Como si la materia, que es luz,
rechazara de su seno la sombra
por ese emocionante trozo de piedra
inscrita con los signos de las veinticuatro costillas
de una madre que, secuestrada un tiempo,
soltó las manos de sus hijos que cayeron aquí.
Mudos vamos contemplando la piedra inscrita.
Sus transformaciones... sus silencios,
como los ríos caudalosos de Centroeuropa,
parece que no acaban nunca de pasar.
Sus vocales que traen aún arena del desierto,
sus vocales como en sordina ahora,
comienzan a secarnos los labios.
Y ya esa explosión de consonantes extrañas
en el nombre maldito de este lugar sin nombre.
Un no nombre para siempre: Mauthausen.
Y quién describiría después de eso
la música como caída de la tierra,
la música que nos reúne al fin
todas las piedrasinfinitas
que creíamos no podría contener
lápida tan leve como un rasguño.
Unas pocas notas de violín nos unen todo el dolor.
De repente la piedra se ha convertido en casa.
El poema va precedido de una cita de Montserrat Roig:
"La existencia de las canteras Wiener-Graban en el pueblecito de Mauthausen fue la causa de que Hitler decidiera construir allí el más importante campo de concentración de Austria... En él perecieron las dos terceras partes de los deportados españoles".
Vienen dedicados los sentidos versos a Joaquín López Mansilla, in memoriam.
(En este enlace se podrá encontrar documentación sobre las víctimas de Mauthausen)
Una reflexión múltiple: la recuperación de la memoria histórica, el dolor que aún sigue produciendo aquel conflicto bélico, del que la Guerra Civil española fue sólo un preludio cruel, el aviso de que un monstruo semejante no muere nunca del todo, el convencimiento mayor que nunca de que la guerra nunca es la solución, sino el problema, un problema estructural creado por un sistema en el que la vida humana no es sino una ficha más en el juego. Siempre mueren los peones, es decir, los más débiles, los inocentes, para que un rey dé jaque mate.
Ahora mirad la piedra rodada por brazos filiales
desde la memoria de un país que casi todo lo olvida.
Piedra de sentimiento allí clandestino, piedra
traída en la noche española
sin dormir, sin pretender despertar las pesadillas.
Piedra donde se abre la rosa de la verdad
de aquellos muertos nuestros
que por fin ahora se levantan y hablan.
Extraño que una pequeña lápida
con una inscripción escueta, informativa,
"España a sus hijos caídos en el lager de Mauthausen",
no "a los asesinados, torturados, desenterrados vivos"
(ni siquiera "a los supervivientes")
en este campo de exterminio...
Extraño y conmovedor que un fragmento solo de piedra
desvele y cifre la cantidad infinita de dolor
de los que construyeron, forzados, este lugar rocoso,
enclavado frente al optimismo de la especie.
Como si la materia, que es luz,
rechazara de su seno la sombra
por ese emocionante trozo de piedra
inscrita con los signos de las veinticuatro costillas
de una madre que, secuestrada un tiempo,
soltó las manos de sus hijos que cayeron aquí.
Mudos vamos contemplando la piedra inscrita.
Sus transformaciones... sus silencios,
como los ríos caudalosos de Centroeuropa,
parece que no acaban nunca de pasar.
Sus vocales que traen aún arena del desierto,
sus vocales como en sordina ahora,
comienzan a secarnos los labios.
Y ya esa explosión de consonantes extrañas
en el nombre maldito de este lugar sin nombre.
Un no nombre para siempre: Mauthausen.
Y quién describiría después de eso
la música como caída de la tierra,
la música que nos reúne al fin
todas las piedrasinfinitas
que creíamos no podría contener
lápida tan leve como un rasguño.
Unas pocas notas de violín nos unen todo el dolor.
De repente la piedra se ha convertido en casa.
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