Es la cosa que tengo otras pruebas irrefutables, como por ejemplo, fotos. También tengo pruebas poéticas, como el entusiasmo que concretamente tres personas transmitieron a todos los docentes, y algún que otro no docente, que allí estábamos. Lo decía una de mis compañeras, que ya no era lo que se aprendía o no, sino recuperar el entusiasmo por la enseñanza, una enseñanza diferente, creativa, dinámica, jovial, enamorada de la profesión. Toda la razón tenía. Yo lo he experimentado algunas veces. Cuando, siendo muy joven, asistía a las Escuelas de Verano en Murcia, y venía Federico Martín, que nos mostraba una forma nueva y diferente de enfocar la enseñanza de la literatura. Pues aquí estaba, de nuevo, después de tantos años, y yo no pude por menos que hablar con él un momento, después de una de las sesiones y decirle: "Gracias a ti sigo siendo una maestra, aunque lleve más de veinte años rodando por esos institutos del mundo". Creo que le gustó que se lo dijera, porque él sabe perfectamente qué quería decir.
Su labor ha estado siempre en enseñar que la literatura no es materia muerta en la educación, sino materia viva y ceadora. Un juego para los más pequeños, un juego serio para los adolescentes, que encuentran en ella el refugio y el aprendizaje. Jugar con las palabras, jugar con las palabras y con las ideas, y con los sentimientos, expresar e interpretar, imaginar, transformar, pelear con el mundo y con nosotros mismos para encontrar la poesía oculta en la vida misma. Su extraordinaria memoria y el poder de creación que tiene es capaz de maravillar y entusiasmar a cualquiera. Profe, no te quedes nunca en el comentario de texto. No creas que los poetas escriben para que tú te ganes el sueldo buscando y listando metáforas. Las metáforas se encuentran con el corazón. Nada es tan difícil como lo cuentan, todo es tan fácil como lo cantan. Contar, cantar, y hacer números. Geometría de la poesía y barcos de nubes dibujando seres fantásticos en el mar del cielo. Cantar. Cantar romances y semitonar los cuentos. Y nunca perder la niñez, que no tiene vergüenza ni reservas. Desde aquí quiero dar las gracias a Federico Martín de nuevo, por haberme enseñado a conservarme siempre maestra. Por sus palabras nunca adquirí la seriedad total de quien cree que Garcilaso era una fábrica de métrica italianizante y de recursos literarios de lo más fino.
Ríete, profe, me dijo una vez un pequeñajo que me vio muy seria por el comportamiento de la clase. No lo pudo soportar y vino a la mesa a decirme: Ríete, profe. Más no me pude reír ni tampoco asombrar, ni admirarme, que con el tiritero Rodorín, del que se dice en un folleto de un festival de títeres:
"Retablillo de Títeres y Cuentos. José Antonio López Parreño, Rodorín, es el titiritero del optimismo y de lo minúsculo. La obra transcurre alrededor de una mesa. Oralidad y juego. Cuentos dramatizados a través de la manipulación de libros, marionetas y objetos que se utilizan de manera paradójica, humorística, poética o irónica".
Ríete, profe, me dijo una vez un pequeñajo que me vio muy seria por el comportamiento de la clase. No lo pudo soportar y vino a la mesa a decirme: Ríete, profe. Más no me pude reír ni tampoco asombrar, ni admirarme, que con el tiritero Rodorín, del que se dice en un folleto de un festival de títeres:
"Retablillo de Títeres y Cuentos. José Antonio López Parreño, Rodorín, es el titiritero del optimismo y de lo minúsculo. La obra transcurre alrededor de una mesa. Oralidad y juego. Cuentos dramatizados a través de la manipulación de libros, marionetas y objetos que se utilizan de manera paradójica, humorística, poética o irónica".
Nos dejó boquiabiertos, como a criaturas. Era como si de nuevo estuviéramos en el parque viendo los títeres, los cristobitas. Rodorín hace hablar a los objetos más variopintos. Un trozo de gomaespuma puede ser una oruga simpática; con un coletero de piel y su mano puede hacer hablar a un avestruz en diferentes edades; un trozo roto de loza, con un pañuelo y una varilla, se convierte en la Muerte del romance del Enamorado. Sobre una mesa, despliega figurillas y edificios... de papel, y va degranando un cuento delicioso... de papel. Con un viejo espejo retrovisor de moto, simplemente añadiendo una pajarita amarilla, crea un personaje lleno de vida, y despliega un libro-caja del que sale una retahíla de palabras y... papel. Si quieres describir la mirada de un niño con palabras, sencillamente no puedes hacerlo. Esto ocurre con Rodorín, no vale acumular adjetivos. Hay que verlo.
Aún me queda algo que contar y terminó de contagiarnos la alegría de vivir, el placer de enseñar y la jovialidad de la palabra, pero para no cansar, contaré lo de Boniface Ofogo en la siguiente entrada que haga.
Para que se vea que aprovecho bien las enseñanzas, un cuento de transmisión oral, primicia mundial, puesto que es algo que ha ido desde mis bisabuelos, rodando, rodando, hasta mí.
"En Lorca, hace mucho tiempo, pero no tanto como os estáis imaginando, había un barrio donde los vecinos, sobre todo los hombres, eran muy trasnochadores. Un día, cuando uno de ellos volvía de alguna jarana, le salió al paso una brujilla pequeña, con un desharrapado vestido, los pelos de punta y unos finos tacones, con los que hacía mucho ruido en los adoquines de la calle. Esta aparición nocturna hizo que el trasnochador se cayera al suelo, enredándolo con sus danzas frenéticas y diciendo a voz en cuello: "Salustiano, ¿quieres bailar? Salustiano, ¿quieres bailar?". El caso es que el hombre no se llamaba Salustiano, ni tampoco los que en sucesivas noches se encontraron con la brujilla, duende o lo que fuera. Así estuvieron una buena temporada, un poco atemorizados y sin ganas de salir mucho de jarana por la noche, hasta que por casualidad descubrieron el truco para hacer que la aparición se desvaneciera. Había que decir: "¡Estefanía, Estefanía!", y entonces la brujilla ponía el oído atento, y daba un salto muy grande diciendo: "Me voy, me voy, que me llama mi tía". Luego desaparecía. Así los hombres pudieron seguir trasnochando y corriéndose juegas sin miedo de que los saltos y danzas de la bruja los tirara al suelo con gran riesgo de sus huesos".
Aún me queda algo que contar y terminó de contagiarnos la alegría de vivir, el placer de enseñar y la jovialidad de la palabra, pero para no cansar, contaré lo de Boniface Ofogo en la siguiente entrada que haga.
Para que se vea que aprovecho bien las enseñanzas, un cuento de transmisión oral, primicia mundial, puesto que es algo que ha ido desde mis bisabuelos, rodando, rodando, hasta mí.
"En Lorca, hace mucho tiempo, pero no tanto como os estáis imaginando, había un barrio donde los vecinos, sobre todo los hombres, eran muy trasnochadores. Un día, cuando uno de ellos volvía de alguna jarana, le salió al paso una brujilla pequeña, con un desharrapado vestido, los pelos de punta y unos finos tacones, con los que hacía mucho ruido en los adoquines de la calle. Esta aparición nocturna hizo que el trasnochador se cayera al suelo, enredándolo con sus danzas frenéticas y diciendo a voz en cuello: "Salustiano, ¿quieres bailar? Salustiano, ¿quieres bailar?". El caso es que el hombre no se llamaba Salustiano, ni tampoco los que en sucesivas noches se encontraron con la brujilla, duende o lo que fuera. Así estuvieron una buena temporada, un poco atemorizados y sin ganas de salir mucho de jarana por la noche, hasta que por casualidad descubrieron el truco para hacer que la aparición se desvaneciera. Había que decir: "¡Estefanía, Estefanía!", y entonces la brujilla ponía el oído atento, y daba un salto muy grande diciendo: "Me voy, me voy, que me llama mi tía". Luego desaparecía. Así los hombres pudieron seguir trasnochando y corriéndose juegas sin miedo de que los saltos y danzas de la bruja los tirara al suelo con gran riesgo de sus huesos".