11 julio 2006

El orden alfabético

Mira que me gusta Juan José Millás en la mayoría de sus artículos de periódico. También me gusta él mismo como persona, con su simpático problema para pronunciar las erres. Sin embargo, siento decir que me parece mejor articulista y persona que novelista. Ya lo he intentado dos veces, quiero decir, que me guste como novelista, poniendo mucho interés en ello, con la lectura de dos novelas. La primera la leí hace muchos años, “La soledad era esto”, y la verdad es que me aburrí un poco, aunque le veía algo que hizo que superara irresistibles deseos de dejar de leer en algunos momentos y dar la historia por perdida, ya que tan poco me iba interesando. Como soy lectora implacable y disciplinada la terminé y me dije que quizás más adelante con otra novela quizás el autor consiguiera algo de mí. Al cabo de los años, para darle esa segunda oportunidad, me compro esta segunda novela y la tomo con ilusión, diciéndome que por fin se me va a redimir alguien que me cae tan bien y cuyos artículos busco en la última página de “El País”. Pues ha sido que no. El mismo arrastrar de zapatillas por toda la novela, con momentos de hartura que me tentaban con la idea de dejarlo, pero leída hasta el fin por simpatía y por ver cómo acababa aquello, es decir, cómo había podido el propio escritor dar fin a la novela.

La obra está dividida en dos partes: una primera toma un tiempo de la infancia del protagonista, yendo y viniendo de dos mundos, el real y otro fantástico, que se explica por la fiebre del niño o porque el niño ya está un poco loco. La historia febril es digna de un cuento infantil de Rodari, de esos puntos de partida que se les da a los principiantes o niños de escuela para que escriban un cuento: ¿qué pasaría si desaparecieran todos los libros, por ejemplo? Pues eso. La segunda parte abarca también un tiempo de ese mismo niño ya adulto, con la enfermedad de su padre y su muerte, y la persistencia de los dobles mundos, pero aquí sin explicación alguna, como no sea que el protagonista es un locucio. Ya se ve que es todo una parábola y que nos quiere decir que se pierden los libros, que se pierden las palabras, que todo se vacía de sentido, pero no sé por qué veo algo contradictorio en la actitud del autor. Al contrario que a otras personas, según he leído en las críticas de contraportada, a mí este supuesto de las palabras y los libros no me ha inquietado nada, y, teniendo en cuenta que, por ejemplo, “Fahrenheit 451” me puso de los nervios en su momento, creo deducir que, simplemente, Millás no lo ha conseguido esta vez. Al menos conmigo. De momento. Como me es muy simpático y leo todos sus artículos, seguiré insistiendo. Con otros no me molesto.

Para saber más sobre Millás

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay Fuensanta, que tenemos que quedar, que tenemos que vernos y hablar de libros y de cosas. Que siempre que te encuentro o sé de tí me digo lo mismo, pero ahora que llevo casi dos horas leyendo tu blog, lo unico que quiero es llamarte la semana que viene para tomar un té.
Que cuando leí el orden alfabético me pasó lo mismo, que cuando escribes te estoy viendo. Y yo que siempre me digo que no repetiría prácticamente nada de lo que ya he hecho, ahora pienso en lo que me diste, no solo la literatura en el Cascales, si no las demás cosas que aprendí contigo, en tu presencia y en tu ausencia.
Clara

Sarashina dijo...

Qué alegría, Clara, encontrarte por aquí y las cosas que me dices. Es como recuperar algo muy, muy bueno. Y es verdad, tenemos que vernos un rato y hablar. Hace poco estuve con una amiga común hablando de ti con mucho cariño. Ahí tienes mi correo electrónico para escribirme, porque no quiero dar mi teléfono por este medio, así que ponme un mensajillo y hablamos un rato.
Un abrazo muy fuerte