15 octubre 2006

Lo que Rubén Castillo ha dicho

De la producción literaria de Fuensanta Muñoz Clares (Murcia, 1952) no se puede hablar sin añadirle, de forma casi inmediata, el adjetivo "irregular"; pero siempre que no entendamos la palabra en sentido negativo, sino como una simple traducción de la sorpresa cronológica y genérica que provoca en los estudiosos, pues comenzó cultivando el género teatral, con una brillantez notable; y, de pronto, su trayectoria quedó suspendida por un largo silencio que ha venido a romperse recientemente para mostrarnos otra faceta suya bien distinta: los cuentos. Su primera entrega fue La celada fuente[342], un libro delgadísimo que ofrecía tres monólogos femeninos de intensa hermosura. En el primero leíamos las reflexiones y los tormentos de Corina de Tanagra, instructora y mentora del poeta Píndaro, de quien se enamoró y por el que fue despreciada. Pasados ya los años de la juventud, Corina recuerda la delicadeza de aquellos amores, con palabras empapadas de melancolía ("A solas, me decía que mi amor era un arco tendido hacia los siglos... A los grandes espíritus les está negado el amor del momento, pues aman más allá", p.15). En el segundo de los monólogos descubríamos la figura de Christine de Pizan, una mujer fuerte, llena de decisión y arrojo, que escribe y que intelectualmente se ha adelantado a su tiempo. Y en el tercero encontrábamos a la Virgen María, en Éfeso, exonerada de ilusiones por el curso de los años, con unos ojos que están "cansados de ver" (p.33) y que "han llorado de sobra" (p.34). Su queja consiste en que ahora las personas de su entorno no la dejan languidecer y acabarse en paz. Al contrario, la acosan sin tregua acercándole a sus hijos para que los bendiga. Y ella teme impartir esas bendiciones, dado el precedente doloroso de su hijo ("Temo que mis dedos dejen en su piel la señal infame de los reos de muerte", p.36). Lo único que quiere es morir y descansar.

Poco después, publicaría una obra más extensa: Onégeses, los despojos de un sueño[343], una pieza de la que dice Ramón Jiménez Madrid que pertenece a un "arte minoritario y exquisito", donde Fuensanta indaga en fértiles exploraciones psicológicas sobre la soledad, el destino y la muerte. Tiene como protagonistas a Onégeses (un griego instruido que trabajó como ayudante y secretario de Atila), Evandro (un joven historiador, discípulo de Prisco, que acude al antiguo dominio del rey huno para comprobar el estado en que se encuentra tras la disolución de su imperio) e Ildico (última esposa del "Azote de Dios"). Y su trama es tan sencilla como embriagadora: Onégeses ha quedado, al cabo de los años, convertido en un despojo humano de mente tal vez extraviada, que custodia -como un Fafner heleno- el supuesto tesoro de Atila. Evandro, que acude al lugar donde éste se encuentra, es visto por el anciano como un ángel que lo liberará de su vigilancia. Y cuando escucha al propio Evandro decirle que no, que en realidad no es ningún ángel, hunde la mohosa espada de su señor Atila en el vientre del muchacho. La pieza nos traslada, aparte de sugerentes reflexiones sobre el género humano y sobre la voracidad del destino, algunas frases altamente poéticas ("Los ríos son inmortales y son dioses. También el río del corazón humano es sagrado. Y uno en el más allá puede acoger todos los llantos", p.52) y una consideración general que valdría para definir buena pare de la historia de la literatura: "La mentira es la patria del poeta" (p.70).

Y por fin, cuando la voz de la escritora parecía apagada, el año 2004 nos permitió descubrir que sólo estaba aletargada, y curtiéndose en otra dirección: la faceta narrativa. Y lo demostró con la entrega de Mixtura[344], un grupo de veintiún relatos donde muestra que se sabe desenvolver con la misma eficacia al abordar temas amorosos ("Primavera en la Isla"), memorialísticos (ese orinal obtenido en la feria, en "Falsa palangana") o costumbristas ("Travesti en el estanco"). Ninguno de los cuentos del volumen es desdeñable, y casi todos atesoran virtudes más que suficientes para galardonarlos con el aplauso lector, pero quizá los tres mejor construidos sean "La llave" (donde se aborda el espinoso y dolorosísimo tema del maltrato femenino), "Hugo el portugués" (donde la voz y las trenzas de una niña, ya transformada en mujer, nos invitan a reflexionar sobre los azares de la vida) y "La visita" (una amarga meditación sobre la marginalidad). Llama la atención el modo en que el personaje de Felicitas aparece, como un Guadiana protagonista, en varios relatos del volumen: "El Zapatero", "Travesti en el estanco", "Una caja blanca", “Falsa palangana”, etc. ¿Se esconderá ahí algún toque autobiográfico? ¿Y lo hará en esa profesora irónica que, tras leernos una redacción quinceañera refractaria a la ortografía, cierra con sus comentarios eruditos el cuento “Oveja mía, oveja mía”?



[342] MUÑOZ CLARES, Fuensanta: La celada fuente, Murcia, Universidad, 1986.

[343] MUÑOZ CLARES, Fuensanta: Onégeses, los despojos de un sueño, Murcia, Editora Regional, 1988.

[344] MUÑOZ CLARES, Fuensanta: Mixtura, Murcia. Editora Regional, 2004

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