Aunque había oído su nombre, aunque algún amigo poeta o literato lo había nombrado alguna vez, quizás en una velada hace ya mucho tiempo, no conocía yo personalmente a Fulgencio. Como tampoco deseaba conocerlo entonces, el breve encuentro se convirtió en un agradable regalo, de esos que la vida te hace poco a poco, sin euforia y sin decepción. Para mejor entenderlo diré que nada valoro más que ese estado de ánimo y de conocimiento. No pude encontrarlo en mejor ámbito que aquel. Soren Peñalver organizaba, con exquisito gusto, como siempre, unas veladas poéticas finiestivales en el Museo de la Ciudad –las llamó “Trasnochando” –, en las cuales, por techo las estrellas y por dulce refrigerio un granizado de limón, quien había sido llamado y quien lo deseaba, leía poemas, bien ajena, bien propia, sin duda ambas opciones escogidas entre el amor y el pudor.
Por casualidad, vine a compartir mesa con Fulgencio. Le oí recitar sus poemas; hojeé, con su tácito consentimiento, el libro que tenía ante sí. Me gustó lo que oí y lo que leí, de un modo intuitivo. Intercambiamos señas –electrónicas, es el signo de los tiempos–, y a partir de entonces nos hemos mantenido en contacto. Eso ha hecho que yo haya podido disfrutar su libro de poemas “Cosas que quedaron en la sombra”, y hacer con ese libro lo que con todos los poetas hago: hablar con ellos un rato. Hablo con esta gente del verso hasta que me aprendo el tono de la voz, su voz más profunda y verdadera, o quizás aquella que mejor armoniza con la mía, y entonces escojo mis poemas de los suyos y los incorporo a mi cuaderno de lecturas poéticas. No es una metáfora, que yo apenas sé hacerlas, sino que es algo tan real como un cuadernillo que me regaló un hermano mío y en el que voy atesorando los poemas que son para mí hechizo, o juego, o saeta, o bálsamo, o misterio, o invitación, o koan. De todo esto he encontrado en el libro de Fulgencio. He pasado buenos ratos leyendo y saboreando los poemas, poniendo oído atento a su voz fuerte, reposada y reflexiva. He elegido algunos. Otros quizás los oiga con más claridad más adelante. De momento, elijo unos cuantos.
Por cierto, he pensado en ese nombre del poeta, tan nuestro, y he dado por buena la etimología para acordarla con sus poemas. Fulgores. Otros rescoldos. Otros ya cenizas.
Mirad este, tan triste, tan derrotado, tan hecho de cenizas:
OTRA PERSPECTIVA DEL VERANO
del viajante
que conduce de noche,
mostrando un catálogo de ungüentos.
Los dormidos pueblos que cruza,
el resplandor de los faros del auto,
se anuncian como una sombra que huye.
Los carteles venden el mar en verano.
Le espera la cena fría, la lluvia
y la soledad, y otra vez el frío
en algún tugurio de carretera.
Y esta otra, que es un fulgor que luego hay que pensar calmosamente:
REBELIÓN DE ELEGANCIA
es a la razón la poesía:
un lujo del desnudo, una póstuma
rebelión de elegancia.
Un poema de amor o de desamor, o de amor perdido, pero lleno de melancolía. Un rescoldo.
RECOMPOSICIONES
DESCOMPOSICIONES DE UN ÚNICO AMOR
Como se recompone
un juguete roto, con el afán
de vivir de nuevo las ilusiones
que, un día, estrenamos,
así mi pensamiento,
en el hueco que dejaste, reúne
los vuelos generosos,
las palabras de amor
y las nubes que cayeron a tierra.
Sube en el vacío sin perder pie,
sabiendo, al elevarse,
que decidiste guardar para ti
la magia que dio vida a un muñeco.
Hay poemas mucho más largos que he elegido para mí, pero dejo a quien se quiera acercar a la poesía de Fulgencio el placer de descubrirlos. Lo único que me queda por decir es aquello que me enseñaron de pequeña: “Da las gracias, niña”. Gracias, Fulgencio.
1 comentario:
Hola amiga Ibérica... pasé a saludar.. besos.. muchos besos y abrazos.
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