Estábamos todos los turistas y viajeros allí, en el Piazzale Michelangelo, unos más activos en hacer compras y fotografías, y todas esas cosas que suelen hacer los turistas, otros más tranquilos, como nosotros, sentados en un banco, mirando a la gente y comentando, que no criticando, que es lo que da gusto, pero todos esperando lo mismo: ver desde allí el atardecer sobre Florencia, ese momento único en que el Arno parece una cinta de oro viejo pasando por los broches de sus puentes. En ese justo momento se disparan todas las cámaras, pero hay un silencio impresionante. Quien termina de hacer sus fotos, se queda contemplando aquello muy callado, admirado de la hermosura de la puesta del sol. Algunos inician el descenso lentamente, echando miradas de despedida a este espléndido final del día.
4 comentarios:
¡Qué bonito!
Sobran los comentarios y es mejor ver en silencio la belleza detenida en las fotografías, pero te pongo estas palabras, muy bajito, para darte la bienvenida a Murcia. Y un beso, Aurora
Yo también, en un susurro, te doy las gracias por tu comentario. Era una hermosura, de las cosas más hermosas que he visto en mi vida.
Pues sí, debieron ser momentos mágicos. A la vista de estas fotos, recuerdo otros momentos míos de belleza y silencio parecidos, y los añoro.
Florencia es así, ofrece muchas posibilidades de gozar de estos momentos, pero creo que la belleza es resultado de una colaboración entre una sensibilidad y un objeto capaz de llegar hasta ella.
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