22 septiembre 2007

Una osadía

Para los osados, una osadía. Sólo quise leer en Florencia a Dante Alighieri, y además, en italiano, lengua que intuyo. No la domino, sino que me domina, pues toda mi vida he querido aprenderla y sólo he conseguido que el español se parezca un poco a ella. Por eso mi propósito era una osadía.
Y lo conseguí. Con malas artes, pero lo conseguí. Con el modesto resultado de leer solamente el Primer Canto del Paraíso de la Divina Comedia. ¿Qué puedo decir? ¡Cuánta belleza!
Invoqué al dios del laurel, como él mismo hace, y me puse a su amparo con estas mismas palabras:
"...venir vedra' mi al tuo diletto legno,
e coronarmi allor di quelle foglie,
che la matera e tu mi farai degno."

Y con toda la frescura del mundo, puse estos versos en mi cuaderno de viaje. Por si acaso se atendía mi ruego. Para los que ni siquiera intuyan el italiano, quiere decir: "me verás llegar a tu árbol predilecto y coronarme entonces con aquellas hojas, que la materia y tú me haréis digno."

Luego me sumergí con él en el gran "mar del ser", un hallazgo hermosísimo. Casi pude ver la sonrisa maternal de Beatrice, escuchar las palabras etéreas de la que ha ganado la sabiduría en el Paraíso y comprender de algún modo, más bien confuso, los siguientes versos:

"Trasumanar significar per verba
non si poria; però l´esempio basti
a cui esperienza grazia serba"

Yo, con esto y con todo lo que estaba viendo, me trashumanba continuamente, y, claro, no podía expresar con palabras todas aquellas experiencias.

Fue una osadía, pero me sirvió de mucho. Para no ir a ver la casa de Dante en Florencia, una de ellas. Para entrar en la pequeña iglesia que él frecuentaba, tranquila, oscura, austera. Allí me trashumané un poco.

20 septiembre 2007

Autorretrato a los diecisiete años

Este es el rostro juvenil del pintor viajero. Manuel Muñoz Barberán se retrató a sí mismo frente a un espejo roto en una esquina. Tenía diecisiete años, esa mirada limpia, esos rasgos que está ahora en mis hermanos y en algún sobrino. Llevaba esa camisa blanca de posguerra, y tras él, la modesta casa de Lorca o de Cehegín. En la mirada y en el mentón erguido, una firme determinación de muchacho. Esto nos deja el tiempo.

Cuaderno de viaje: una curiosidad


Para quien tenga curiosidad, una muestra. Este es el cuaderno que llevé en el viaje a Florencia, donde iba anotando mis impresiones, mis buenos y malos momentos -fueron casi todos buenos-, las anécdotas y las observaciones callejeras, tal como mi padre hizo en su viaje de 1983, que fue la motivación que me llevó a la ciudad italiana: un homenaje al viajero que ha sido mi padre. Comenté ese viaje de hace tantos años, me surgieron recuerdos y añoranzas, me enamoré de Florencia y de su viaje a Florencia, así que decidí que yo tenía que pisar las calles que él pisó, comer donde él comió y ver aquello que llenó sus ojos de pintor. Como él llevé un cuaderno de viaje, que había elegido hace tiempo y que no tenía destino, aunque estaba segura de que lo tendría finalmente, y muy preciso. Como lo tuvo y lo tendrá, porque está inconcluso. Viajes por Europa. En la otra imagen, para los curiosos, mi letra. Escribo con tinta violeta y tengo esa diminuta letra bien prieta. Si se amplia la imagen, incluso se pueden leer los párrafos de la página. Para los curiosos.

12 septiembre 2007

Marlon y el Ángel









Quien haya leído mi colección de relatos "Mixtura" quizás recuerde un relato que no destaca mucho entre el resto, pero al que yo le tengo un gran cariño. Se basaba en la intuición súbita de un parecido, quizás no demasiado patente, pero que surgió ante estas dos fotos que yo tenía por entonces en mi escritorio. Tal vez las dos imágenes de jóvenes más bellos que he visto en mi vida. Mi admiración por Marlon Brando tiene los límites exactos de mi capacidad de admiración y lo mismo puedo decir respecto al maravilloso Ángel de la Oración del Huerto de Salzillo. Si os fijáis bien, veréis que el cabello es el mismo, la forma de la nariz, el ángulo de la cara, la frente, y hasta la carnosidad de la boca. Pero ambos son completamente distintos en lo que expresan, y en eso estaba basado el relato, que, si acaso, podéis leer por curiosidad.

05 septiembre 2007

"GUFI" FLORENTINOS (o sea, búhos)



No sabemos por qué, es decir, debido a qué asociación o acontecimiento temprano, nuestra pequeña Amaia, que aún no tiene los dos años, ha desarrollado un temor ya casi mítico por los búhos. No por los búhos en general, sino por el BÚHO, imagen en la que centra todos los temores y miedos, el miedo metafísico, la representación del mal y de lo oscuro.


No es que en Florencia haya más búhos representados que en cualquier otra parte, pero lo cierto es que el temor de Amaia, que ya nos hace reír a todos, nos hace advertir la presencia de un búho en cualquier parte -nombro búho como ella lo hace, la primera palabra completa que aprendió, encerrando en esa palabra cualquier animal de la misma familia, nocturno, oscuro, y al mismo tiempo poniendo en ella la noche, el temor reverencial ante lo desconocido.
Dos escultores -rivales sin motivo, porque la grandeza de uno de ellos impedía toda rivalidad, amigos y enemigos- en el Renacimiento italiano esculpieron un búho o lechuza, que yo escribo y viajo, pero no soy naturalista. Miguel Ángel dio forma a la primera imagen en mármol blanco, un pequeño búho acogido al hueco del brazo de la Noche en las Capillas Mediceas. Giambologna dio forma a los otros búhos, los de bronce, entre otros muchos animales trabajados para ornato de los jardines de los Médicis.
Quizás a la pequeña Amaia le produzca más espanto en su temprana infancia la representación de Giambologna, porque es oscura, redundante, realista. Pero a mí me sobrecoge la de Miguel Ángel precisamente porque en ella sucede el milagro del arte que yo llamo "un poco más allá". Es decir, la cosa está ahí representada tal como es, pero hay "un poco más allá", casi inefable, que convierte a lo representado en un arquetipo.