Rescatada entre las carpetas de mi padre, esta acuarela me devuelve también la dulce memoria de un amigo. Lino, que yo siempre llamé Lino, creyendo que era su nombre de pila, y que ahora descubro como apellido, Antonio Lino, éste era su nombre completo, salvó mi infancia de uno de esos sucesos penosos que sumen a la niñez en la tristeza. Lino (Antonio Lino), el pintor portugués amigo de mi padre, un hombrón grande como un oso y bueno como como una tórtola, lleno de fe y de cariño, cuyas cartas llegaban llenas de sellos de goletas y de animales raros. Lino, que escribía en portugués siempre, en la seguridad humilde de que entenderíamos su lengua. Lino, que ya ha muerto también.
A Lino lo convertí en literatura en un cuento de mi colección "Mixtura", y es de las cosas de las que nunca me arrepentiré. Si está en algún sitio, con su gabán y sus barbas valleinclanescas, que me perdone y me sonría un poco. Él era un artista. Lo comprenderá. Que recuerde también la corrida de toros incruenta en la que yo era espectadora atentísima, la única vez en que he asistido, porque era un ingenuo espectáculo en su honor. Las trenzas que se ofrecen a los dioses cuando la niña se hace una joven, yo se las ofrezco a Lino. A su sonrisa y a su dulce acento lisboeta.
A Lino lo convertí en literatura en un cuento de mi colección "Mixtura", y es de las cosas de las que nunca me arrepentiré. Si está en algún sitio, con su gabán y sus barbas valleinclanescas, que me perdone y me sonría un poco. Él era un artista. Lo comprenderá. Que recuerde también la corrida de toros incruenta en la que yo era espectadora atentísima, la única vez en que he asistido, porque era un ingenuo espectáculo en su honor. Las trenzas que se ofrecen a los dioses cuando la niña se hace una joven, yo se las ofrezco a Lino. A su sonrisa y a su dulce acento lisboeta.
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