28 abril 2008

"El ardor de la sangre" de Irene Nemirovsky


Llevo casi dos meses enredada con lecturas sobre Zen y Haiku para un trabajo didáctico que, por fin, ha terminado. No me ha importado mucho, porque en realidad ha resultado una recuperación de ideas y de sensaciones de otros tiempos juveniles, pero ya tenía ganas de meterme en una narración, una buena y arrebatadora, para irme a vivir a otra parte y asomarme a un mundo interior desconocido. No digo que con las Sendas de Oku de Bashoo no me haya ido bastante lejos, sino que es algo completamente distinto. Para matizar, el viaje con Bashoo o alguno de sus seguidores es un viaje tan lejano, tan trascendente y delicado que entra en otro mundo. Lo que yo quería era pasearme por este, por el cercano, aquí donde la vida de cada cual es una novela en construcción. Y me fui con Irene Nemirovsky otra vez. No me importa la traducción en novela, siempre que sea respetuosa y esté bien hecha; no me importa en absoluto porque lo que me interesa de las novelas es otra cosa; situaciones, sentimientos, conflictos, ideas, personajes, ambientes, sugerencias... Yo diría incluso que está la literatura y por otra parte la novela. Las novelas que se empeñan en ser "poéticas", que miran el lenguaje no como un instrumento sino como un fin en sí mismo, terminan por aburrirme. Para eso, sinceramente, me voy a leer poesía o cuentos. Lo que en absoluto impide que cada novela tenga su estilo, que no es más que la voz propia del narrador. Con Irene Nemirovsky me pasa siempre que me sume en un mundo que parece normal y nunca lo es. Más o menos como en la vida. Esta novela que me ha cautivado durante unos días ha sido otro enorme placer de lectura. En ella, desde un personaje maduro y desengañado, vemos la oposición entre la fuerza imparable de la juventud, las pasiones y el arrebato frente al orden social y lo conveniente. Con la tremenda melancolía de saber que al final siempre triunfa lo segundo, dejándonos convencidos de que aquellas pasiones deben ser ocultadas cuidadosamente para preservar la continuidad de la vida, y llegando incluso a la ocultación de lo éticamente intolerable con tal de que el orden social no sea alterado.
Transcribo aquí un párrafo muy ilustrativo acerca de las mujeres:

"¿Quién conoce a la verdadera mujer? ¿El amante o el marido? ¿Son realmente distintas la una de la otra? ¿O están tan sutilmente mexzcladas que resultan inseparables? ¿Están hechas de dos sustancias que una vez combinadas forman una tercera que ya no se parece a las otras dos? Lo que sería tanto como decir que a la verdadera mujer no la conocen ni el marido ni el amante. Sin embargo, se trata de la mujer más sencilla del mundo. Pero he vivido lo suficiente para saber que no hay corazón sencillo".

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