11 marzo 2009

Génesis de una lectora


Mi amigo Mameluco ha hecho una entrada en su blog verde manzana en el que habla de los libros, y dice que son sagrados. Todos, no sólo unos pocos. Yo le doy la razón, en tanto, y hasta el momento, los libros han sido la forma de transmisión de lo poco o lo mucho, para bien o para mal, que los seres humanos han aprendido sobre la vida. No voy a encarecer aquí aquello en lo que casi todos estamos de acuerdo: Güe, güe, güe, por los libros. (Esto lo he aprendido últimamente de jóvenes muy jóvenes, para que se vea que estoy a la última).
No me da agobio copiarme de él y hacer una entrada sobre libros, sobre todo porque se trata de una confesión prometida a mí misma desde hace tiempo, y ahora espoleada por Mameluco: mis turbios comienzos en mi relación con los libros.
Esa foto que se ve, como bien puso mi padre debajo, somos mi hermano Alejandro y la que esto escribe, con algunos bastantes años menos. ¡Qué tiempos! ¡Qué jóvenes éramos!. Yo tendría unos dos años, mi hermano once meses menos, que así se las gastaban los padres de antes. Parece, por esa foto, que tanto él como yo teníamos excelentes relaciones con los libros, concretamente con ese libro debían de ser muy buenas. Pero si nos fijamos bien, Alejandro, tierno infante, tiene agarrada una página con verdadera inquina, mientras sonríe inocente y feliz a la cámara. Incluso yo diría que se está carcajeando un poco. Y de mi gesto, ¿qué voy a decir? Nada más que se pueden adivinar aviesas intenciones. Creo que estoy maquinando algo. De hecho, estoy maquinando algo.
Mi padre tenía una biblioteca mediana, un mueble de pared muy bonito en madera clara lleno de libros. Muchos eran relativos a su profesión. Otros, novelas, cuentos y algo de poesía. Solía él trabajar en casa. El estudio era lo que hubiera sido salón en otra familia, y la habitación contigua era despacho, biblioteca y a veces cuarto de estar, pero la vida familiar se hacía en el estudio sobre todo.
El día de las aviesas intenciones y posteriores hechos, estaba mi padre en su estudio pintando, y mi madre, imagino, en sus tareas domésticas, bien distraidos los dos y ajenos a lo que iba a ocurrir. Mi hermano y yo, con el sigilo que nos caracterizaba, nos fuimos a la biblioteca, donde estaba aquello que nosotros considerábamos de lo más preciado, o sea, los libros. Confabulados y en silencio, fuimos bajando todos los que estaban a nuestro alcance y formamos un bonito montón sobre la gran estera de cuerda que cubría el suelo. A pesar de lo gozoso de ver caer libro tras libro al montón, nos privamos de exclamaciones de júbilo y gritos alborozados, mientras proseguíamos nuestra labor librera, hasta que no quedó ni un libro de los que podíamos alcanzar en su sitio. Hecho el montón, ¿qué podíamos hacer con ellos? Nosotros no sabíamos que se podían quemar, ni se nos habría pasado por la cabeza, puesto que se trataba de un sentido homenaje y no de un ataque a la cultura. Es decir, nuestro montón no era una pira de la inquisición, tanto más que no habíamos seleccionado los títulos ni mi padre tendría en su biblioteca nada para quemar. Lo que hicimos fue diferente. Un homenaje. Los libros quedaron absolutamente regados con fluidos corporales propios de nuestra edad. Y no sé si pasamos a mayores. Mis padres nunca nos lo dijeron, para no herir nuestra sensibilidad, supongo. Cuando se vinieron a dar cuenta, aquello parecía una orgía sado, libros por aquí, libros por allá, y todos bien mojados y calentitos. Yo no me acuerdo de represalias. Sólo sé que, según cuentan, los limpiaron y secaron como pudieron, y también sé que a veces, al coger un libro de mi padre, en las páginas hay unos sospechosos rodales amarillentos. Recuerdo algunos títulos: "Iconografía", "El pintor cristiano y erudito", "Anatomía en el arte", "Iván el terrible", y algunos más que nombrar no quiero para no quedar todavía peor, que los críos no tienen respeto por nada y hacen sus cosas en lo más sagrado, incluso en los libros.
De ahí, sospecho, me ha quedado un amor y una reverencia por los libros que no es normal. A mi hermano también. Eso que estoy segura de que la inductora fui yo, por tener más edad y conocimiento, que él no hizo sino apuntarse a la fiesta. Si no hay más que ver lo serio que es ahora, no como yo, que sigo siendo un poco así.

19 comentarios:

Miguel Ángel Velasco Serrano dijo...

En mi pueblo, con el frío del durísimo invierno, las manos se cuartean y salen unas grietas dolorosísimas. Me enseñaron desde pequeño a orinar en ellas, para que no ocurriera esto.

Luego de mayor, Don Miguel me lo recordó en su Los Santos Inocentes.

De ahí deduzco que la orina tiene algo de iniciador y preservante. Si será la urea, si será el agua cálida, si será lo que sea, el caso es que a mí me curaban las manos y a ti y a tu hermano te curaron las lecturas y los libros.

Y es que los antiguos eran muy sabios.

Como dicen que dicen los gitanos: “No queremos que nuestros hijos tengan buenos principios”.

Pues, eso, Clares, que tus malos principios sirvieron para que ahora tengas buenas continuaciones.

Saludos cordiales, y salud para seguir leyendo y comentando lo leído y también vivido.

Cabopá dijo...

Es una historia preciosa. En mi casa, la de mis padres, había pocos libros y muchas herramientas. Mi padre hizo una estantería de hierro y yo la fui rellenando. Recuerdo un libro que me regalaron en la escuela que formó parte de mis primeras lecturas que se llamaba "Sortilegio de Mujeres",pena que le he perdido la pista. Hoy después de muchos años lo recuerdo a veces y se me ponen los pelos de punta.Lo leía embozada entre las mantas por el húmedo frio de nuestra casa y con una luz de bombilla en el alto techo. Besicos.

SuperWoman dijo...

Me recuerda a el día que mi Superhermano y yo intentamos quemar el cuarto en comandita... y el inductor fue él, a pesar de que le llevo algo así como 28 meses: me estaba enseñando a encender cerillas.
Con los libros, creo que jamás lo hubiera intentado, les tengo respeto casi desde el momento que puedo recordar.
Un supersaludo

Mameluco dijo...

Querida Fuensanta lo que se puede hacer a los libros y con los libros. Esta anécdota, una chiquillada más, pone de relieve una cosa importante, si hicisteis barrabasadas a los pobres volúmenes que habían en las lejas y por ser claro, los measteis, era porque había libros a vuestra disposición.
Mi abuelo, impresor, no era tan indigente como sus progenitores, cuando el gato que había en casa de mi padre le mingitaba en las resmas de papel listos para imprimir. El papel era caro y claro, le sentaba fatal.
Pero volviendo al tema, la mayoría de los que somos lectores lo somos porque siempre hemos tenido un libro a mano. Para pintarrojearlos, romperlos y hacer castillos. El paso siguiente es pasar a ver lo que hay dentro. Yo todavía releo algunos libros de mi infancia. Y hasta pequeño sabía lo que tenía entre manos, pues me releía (y releo) sobre todo "Los Secuestradores de Burros" de Gerald Durrell, "Jim Botón y Lucas el maquinista" de Michael Ende y "Boy" de Roald Dahl. Si, como decía en mi entrada, los libros son sagrados, estos, los primeros lo son aún más, porque hicieron que el niño raro fuese un soñador. Ya sabe lo pesimista que soy, pero soñar es gratis y sumergirse en los libros es realmente una de la máximas aventuras que se pueden tener. Porque el arma que tenemos es nuestra imaginación, y a eso, todavía no le han puesto vallas ni fronteras los que quieren que seamos unos mindundis.
Los libros no morirán jamás. Aunque tengamos que acabar como en "Farenheit 451" convertidos en hombre-libro.

Sarashina dijo...

Miguel Ángel, criarse en un medio rural es asimilar una cultura que sólo en una mínima parte está en los libros y que constituye una biblioteca humana en sí misma. Lo dicen en África, donde producen pocos libros y mucha saiduría popular, que cuando muere un hombre muere una biblioteca.

Lo mismo te digo, Cabopa, entre todos sabemos más. En mi casa había de las dos cosas por la profesión de mi padre, y yo no sé qué me gustaba más, si un panel que tenía mi padre con todos los martillos, las tenazas, alambres, y demás, si las maderas y los botes de pintura o la biblioteca, que no era grande, pero sí muy elegida. Los objetos que vemos en nuestra infancia quedan afectivamente ligados para toda la vida. Son verdaderos tesoros, porque suponen la transmisión de lo que los seres humanos han sido.

No sé, superwoman, que afán nos entró a mi hermano y a mí. Si nosotros les teníamos mucho amor a los libros, yo creo que era una cosa fruediana. Menos mal que entonces no había psicólogos. Y de intentos de incendios lo sé todo, porque, aunque no por mi parte, sí lo intentaron algunos de mis hermanos. Creo que mis padres no ganaban para sustos.

Lo de tener un abuelo impresor, Mameluco, me da una envidia tremenda. En Cehegín, donde vivía mi abuela, había una imprenta frente a su casa, y para mí, con seis, siete, ocho años o más, era de una atracción irresistible. Qué olores había allí, y qué impresión me hacía ver a los hombres con sus batas grises dándole a las máquinas. Y de allí salían letras, qué cosa, en vez de objetos fabricados. Los libros tienen una fascinación única. Cuánto me gustaría poder llevarles esto a mis alumnos. No sé si lo consigo.

PMM dijo...

Una historia genial, y genial la forma de contarla. A mi me recuerda un poco a lo que hacía mi hija casi con esa edad de tu hermano, que tenía una obsesión también con ir a las estanterías y con su dedito intentar sacar un libro despacito para después, cuando el resto ya estaban más flojos, tirarlos todos a dos brazos como una posesa. Menos mal que no se lo ocurrió nunca lo de la micción.

Sarashina dijo...

Pues tuviste suerte, PMM, porque el paso siguiente era ese, un homenaje sentido y profundo a lo más valioso de la casa.

mariamc dijo...

La verdad se os ve muy contentos en la foto, no creo que hubiera grandes regañinas , con esa edad de explorador puede pasar cualquier cosa. Es una suerte nacer en una casa con libros al alcance de la mano. Recuerdo con especial cariño las mañanas temprano de verano , en vacaciones , el silencio,todos durmiendo, y yo , rabo de lagartija , despertarme muy temprano ,ir al salón por donde entraba el sol suave de las primeras horas y leer tebeos y cuentos.
Un momento de paz en una casa un tanto bulliciosa.

bsos

supersalvajuan dijo...

Mil reverencias, pues.

Anónimo dijo...

Pues yo recuerdo mi primer libro: "La cieguecita" jajajaaj, que a saber de quién era, pero el tema era como su propio nombre indica, y yo venga a llorar, cómo me gustó, madre. Andaría por los 7-8 Y qué cieguecita me dejó, hasta la fecha.
Después, lo inevitable, leer hasta a Cervntes...es que no tengo remedio. Eso, cieguecita.
Un besico

Ramón de Mielina dijo...

buena foto! yo me leía en verano todos los libros de la biblioteca de la casa del pueblo... libros aptos y no aptos, claro que sólo por edad y no por tema. últimamente he tenido problemas para que un libro me enganchara, antes leía rápido y mucho, claro que tenía más tiempo entre quitarlo del estudio y los viajes en bus, metro y tren... ahora tengo poco tiempo y cuando viajo aprovecho para recuperar sueño o para trabajar... quiereo recuperar el placer de leer!!!!

Sarashina dijo...

Ramón, al rescate, un plan urgente de recuperación del tiempo propio... aunque hay épocas en que por circunstancias se lee menos o no se lee, pero lo tuyo tiene que solucionarse. Un abrazo, chico.

Ya te conozco yo, Pilar, y sé que no paras. Un beso, guapa, y que sigas leyendo.

La del Planeta dijo...

Muy buena la entrada, que anécdota más graciosa, (os meásteis en los libros!!!! que ocurrencia más genial)
Los únicos libros que recuerdo de niña eran una pequeña colección de cuentos, que mi madre tenía como una joya y la enciclopedia "Las maravillas del saber".
La afición a la lectura me vino en la juventud y el amor a los libros cuando leí "Cien años de soledad".
Besos.

Joselu dijo...

En mi casa no había ningún libro. Ni uno solo en que poderme hacer pipi. Yo no sabía qué era un libro aparte de los de la escuela que eran áridos. Fue a los diez u once años cuando los descubrí. Hasta entonces había leído muchos tebeos. Mi primera impresión fue de deslumbramiento. ¿Es posible que hubiera algo tan maravilloso como aquello? Y aún sigo. La historia es divertida y vosotros una ricura. Ya me hubiera gustado tener una foto con libros a esa edad. Yo era un niño de la calle donde me pasaba la mayor parte del tiempo. Saludos.

Miguel dijo...

Una histroria "literaria" muy interesante y graciosa. Yo, desde siempre, he sentido fascinación por los libros. En casa de mis padres había pocos. Se podían contar con los dedos de una mano. Pero los pocos que había los manoseaba una y mil veces. Pasaba y pasaba hojas sin pararme a probar mis recién aprendidas técnicas lectoras. Me abstraían los dibujos y las fotografías de aquellos mamotretos: Un diccionario enciclopédico en tres tomos, un libro sobre inventos e inventores y un Quijote. Sólo se conserva hoy en día el diccionario, mustio y marchito.
¡Qué tiempos aquellos!
Un abrazo.

Sarashina dijo...

A todos los que decís que en vuestra casa no había libros o muy pocos, quiero deciros que no es significativo ni importante a qué edad se descubre o se toma amor a algo valioso. Hay miles de cosas que yo he empezado a querer ya muy mayor, países que nunca antes habia visto, literaturas que no conocía, pintores que no me habían llegado, músicas que nunca había oído. Lo importante es tener la sensibilidad abierta para captar aquello que nos llega y estar dispuestos a recibirlo como un regalo de la vida. No me enorgullece especialmente haber nacido entre libros, por la afición y necesidad de mis padres, sino haber sabido sentirlos como algo mío. Un abrazo a todos, porque ofrecéis lo mejor de vuestra experiencia con ese transmisor de la cultura y de la vida que es el libro.

Anónimo dijo...

Me has hecho recordar de nuevo mi infancia.
Aunque casi no teníamos libros en casa, íbamos mucho a la biblioteca a leer cuentos de Tintín y de Disney. Ya no me acordaba.
La foto es muy graciosa, tu hermano en su alegre "si tiro seguro que suena" y tu intentado poner cara de buena aunque te delata una casi indetectable y pícara mueca.

Anónimo dijo...

Puro instinto, marcasteis vuestro territorio. Lo mejor, la reacción de vuestros padres, lo dice todo sobre ellos. Chapeau.

Yo recuerdo mis inicios tempranos con las aventuras de Guillernmo, que siempre me hacían experimentar sobre al "jarabe de regaliz", no habré echo yo guarrerías con agua y hasta con pastillas juanolas. Luego pase rápido a los pequeños libritos de la Enciclopedia Pulga, con Verne, Salgari, Tartarin de Tarascon, Franklin... ¡vaya mezcla! y creo que hasta ahora no he dejado de leer nunca.

Por cierto, la foto un encanto.

Sarashina dijo...

Pilingüiña, qué alegría leerte por aquí, y que nos traigas también tu experiencia. Las bibliotecas tendrían que ser propiedad de los niños, que se criaran allí practicamente. Me alegra haberte rememorado tu infancia.

Eso, Ernesto, creo que se debe a un gen lector que no sé en qué punto del adn está, pero que creo que está, seguro. Con libros o sin libros en casa, el que es lector es lector. Un abrazo.