La foto la he pedido prestada en Artehistoria,
que es gente muy culta y generosa.
Ya tranquila, más o menos, sigo las maniobras del Caballero, que nos avisa gentilmente de lo que vamos a oír: unas voces de mujeres que gritan "Miguel, Miguel, cerdos, cerdos, fascistas, fascistas". Y eso es exactamente lo que oímos. El niño me pregunta: "Yaya, si cuando uno ve cosas raras, ve visiones, cuando oye cosas raras, ¿qué oye?". "Audiciones, hijo, audiciones", le contesto, pero no se queda muy convencido, porque en su colegio las audiciones son otra cosa. Mientras nosotros dilucidamos esta cuestión tan profunda, el Caballero nos aclara la psicofonía. Ellos se van con todos sus aparatos a una casa abandonada o no donde parece ser que ocurren cosas extrañas. Se aseguran de que nadie diga nada, y a una hora en que los ruidos externos sean los mínimos. Ponen la cinta y graban el silencio, pero luego, cuando la escuchan, se oyen voces de gente que no estaba allí, o mejor dicho, que posiblemente estaban allí pero en forma fantasmal o en otro tiempo, porque, nos aclara el Caballero, no siempre la gente está muerta cuando sale en una psicofonía. En este caso, y a la vista de, perdón, a la audición de aquellas palabras, investigan quién vivía en esa casa entre 1936 y 1939, por la palabra "fascistas", claro, que no hay que ser muy perspicaz para suponerlo. Todo coincide. Una familia de tres mujeres y un chico que se llamaba Miguel, el cual huye cuando entran los nacionales en Toledo, es capturado y fusilado in situ. Su mejor
amigo corre a decírselo a la familia y entonces es cuando las mujeres dicen esas cosas que se oyen en la psicofonía. Los Caballeros de la Orden de Toledo, investigadores infatigables, miran si están vivas estas mujeres, y lo están. Confirman los hechos y las palabras y se oyen a sí mismas con estupor, pero reconociendo sus voces. Esto sí que da un poco de repelús, pero lo superamos, porque somos gente ya curtida en los misterios.
Ya parece que se deshace todo el miedo que traíamos al principio, porque el Caballero ha resultado ser, aunque serio como un Greco, amable e inofensivo. Nos conduce por más callejones y vericuetos, en cada uno de los cuales nos explica alguna anécdota misteriosa sin demasiada importancia, y terminamos en la puerta de la mismísima Escuela de Traductores de Toledo. Ya no es lo que era, desde luego. Ahora la gerencia está a cargo de la Universidad, y con eso y con las hamburgueserías que hay por toda la ciudad, léase tiempos modernos, ha perdido mucho. Pero, bueno, nunca tuvo un local y ahora sí lo tiene; antes eran todos sabios y ahora son todos aprendices. Ahora no tienen conocimientos esotéricos y antes eran todos unos magos redomados.
Alli, en tan insigne lugar, nos cuenta el Caballero un cuento, uno que yo tengo por el más redondo y hermoso de toda la cuentística española, el de don Illán y el deán de Santiago del Infante don Juan Manuel.
Como es cuento que me sé de memoria, voy comprobando si el Caballero olvida algún detalle, y no, se lo sabe muy bien. Yo le ayudo un poco al final, cosa que él no esperaba, pues pregunta al público presente: "¿Y qué vio delante de sí el deán de Santiago?" Y yo digo: "La perdices". Me apunta con un dedo casi mágico y yo me quedo petrificada, por si me va a lanzar algún hechizo, pero no era eso, era para declarar que eso era exactamente lo que vio el deán.
La noche era más fría que nunca; la hora de los espectros se acercaba. El Caballero nos repartió unos marcapáginas muy bonitos en rojo y negro, en cuya cabecera figuraba este título: "El pozo y el péndulo". Hay una librería esotérica que así se llama, que han tomado el título de un cuento de Poe que se desarrolla en Toledo, en los calabozos de la Inquisición toledana. Quien se anime a leerlo, sabrá de verdad lo que es, no una, sino muchas noches toledanas. Y con esto y un somero agradecimiento, se despidió el Caballero de la Orden de Toledo. Nos dejó en la puerta de la Catedral sumidos en nuestros amedrantadores pensamientos.
amigo corre a decírselo a la familia y entonces es cuando las mujeres dicen esas cosas que se oyen en la psicofonía. Los Caballeros de la Orden de Toledo, investigadores infatigables, miran si están vivas estas mujeres, y lo están. Confirman los hechos y las palabras y se oyen a sí mismas con estupor, pero reconociendo sus voces. Esto sí que da un poco de repelús, pero lo superamos, porque somos gente ya curtida en los misterios.
Ya parece que se deshace todo el miedo que traíamos al principio, porque el Caballero ha resultado ser, aunque serio como un Greco, amable e inofensivo. Nos conduce por más callejones y vericuetos, en cada uno de los cuales nos explica alguna anécdota misteriosa sin demasiada importancia, y terminamos en la puerta de la mismísima Escuela de Traductores de Toledo. Ya no es lo que era, desde luego. Ahora la gerencia está a cargo de la Universidad, y con eso y con las hamburgueserías que hay por toda la ciudad, léase tiempos modernos, ha perdido mucho. Pero, bueno, nunca tuvo un local y ahora sí lo tiene; antes eran todos sabios y ahora son todos aprendices. Ahora no tienen conocimientos esotéricos y antes eran todos unos magos redomados.
Alli, en tan insigne lugar, nos cuenta el Caballero un cuento, uno que yo tengo por el más redondo y hermoso de toda la cuentística española, el de don Illán y el deán de Santiago del Infante don Juan Manuel.
Como es cuento que me sé de memoria, voy comprobando si el Caballero olvida algún detalle, y no, se lo sabe muy bien. Yo le ayudo un poco al final, cosa que él no esperaba, pues pregunta al público presente: "¿Y qué vio delante de sí el deán de Santiago?" Y yo digo: "La perdices". Me apunta con un dedo casi mágico y yo me quedo petrificada, por si me va a lanzar algún hechizo, pero no era eso, era para declarar que eso era exactamente lo que vio el deán.
La noche era más fría que nunca; la hora de los espectros se acercaba. El Caballero nos repartió unos marcapáginas muy bonitos en rojo y negro, en cuya cabecera figuraba este título: "El pozo y el péndulo". Hay una librería esotérica que así se llama, que han tomado el título de un cuento de Poe que se desarrolla en Toledo, en los calabozos de la Inquisición toledana. Quien se anime a leerlo, sabrá de verdad lo que es, no una, sino muchas noches toledanas. Y con esto y un somero agradecimiento, se despidió el Caballero de la Orden de Toledo. Nos dejó en la puerta de la Catedral sumidos en nuestros amedrantadores pensamientos.
"¿Te ha gustado, Marcelo?", le pregunté al niño de vuelta al hotel. "Sí", contestó. No dijo ni una palabra más. El niño es enjundioso. No sé si será por los genes navarros o por la adolescencia.
10 comentarios:
Enjundioso. Buena palabra.
¿Genes navarros y no se llama Francisco Javier?
No, que no, Salva, que se llama Marcelo, en honor de Marcel Duchamps, de Marcel Proust y de un procónsul de la Galia Cisalpina. Es enjundioso el muchacho, sí qeu lo es, como la misma palabra. Eso quiere decir que tiene enjundia, o sea, molla, y que compendia mucho en poco.
No me metí mucho con el guía, Thorton, porque me cayó bien y me sedujo con su imagen, que yo es que soy frívola para esas cosas. Sólo tuve esa salida de las perdices, pero no le cayó mal al hombre.
Mañana cenita y cerves?
Hasta mañana, Eme. Cenita y cerves, y a empezar las vacaciones, o casi.
Y colorin colorado este cuento toledano se ha acabado....Muy bien Clares,pero que "listica y injundiosa" eres....Besicos.
Me ha encantanda este relato por entregas. No pierdas la costumbre y cada vez que visite suna ciudad, nos lo cuentas así de bien. Biquiños.
Ya ves, PMM, es que todo no me cabía en una entrada, porque se hace pesado un post tan largo. No digas nada, que tú también lo has hecho, y tú con algo mucho más "enjundioso", como tu visita a Roma. No es toda la visita, como en tu caso, sino sólo el paseo nocturno y el encuentro con Eusebio, que fue algo encantador. Besitos, guapa.
¿Os paseo ese caballero por el punto más alto de esa ciudad que, como Roma, tiene siete colinas? Me refiero a la plaza de San Román. Allí están los restos de Garcilaso de la Vega.
Clares, terminado el relato de las noches toledanas, puedo decirte que es fantástico. Mantiene la tensión con la intriga.
Felicidades, salerosa.
Pues no, pero la próxima vez que vaya, que iré sin corte celestial, no dejaré de subir a esa plaza.
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