En noviembre, concreamente el 17 de noviembre,
un escritor español, bastante irregular, tanto en la expresión inteligente, como en la propia inteligencia de los asuntos, al que yo llamaré Monsieur Verdú, y que conste que sin recordarme para nada la famosa película de Chaplin, que nada tiene que ver, sino por otras razones de más jocoso peso, escribió en un conocido suplemento literario de un periódico nacional, en el que tiene tribuna libre, el absurdo de los absurdos sobre lo que debería ser una novela en el futuro, para ser más exacta en el futuro de ya, o sea, en el siglo XXI. Como pretendía ser tan moderno como ese futuro de ya, y además poner a los pies de los caballos a alguien o quizás a algunos no identificados, lo hizo en la forma más antigua que se conoce en el mundo, un verdadero plagio del mismísimo Dios: dio en la flor de hacer un decálogo. Lo que pasa es que Dios es Dios - él mismo lo dijo, cuando aquello de "soy el que soy"- y su decálogo se refería, aunque un poco mojigato y omnisciente, al comportamiento humano, con el noble y nunca conseguido fin de que sobreviviéramos sin comernos unos a otros, mientras que este Monsieur Verdú no es Dios, ni siquiera un dios menor o local, y su fin no era tan noble ni tan necesario, ya que se refería a un capricho creativo del ser humano, que es verdad que deriva del hecho de no comernos los unos a los otros y que en algo ayuda al mismo fin, pero que es absolutamente prescindible, como demuestra el hecho de habernos pasado miles y miles de años sin novela, que a eso se refería el decálogo dichoso. Que es necesaria, vale; que es sustituible, también. Que puede tener un fin, sí, como todo en este mundo. Que se puede salvar gracias a un decálogo de un madrileño o lo que sea este hombre, pues no. A los que nos gusta leer novelas, y a veces, escribirlas, por este orden, nos gustaría que durara un poco más, al menos lo que durara nuestra propia vida. Pero sabemos que por ahí no se salva. Qué pena, con la ilusión que le hacía a Monsieur Verdú ser el salvador de la novela.
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Me acuerdo que a don Pío Baroja, el mejor novelista español, y uno de los mejores europeos, del siglo XX, le preguntaron una vez cómo creía él que debía ser la novela del susodicho siglo. Desafiando todas las vanguardias y a todos los eruditos a la violeta, todos los intereses editoriales -pues él tenía su propia editora- y a todos los profesores y reyecillos de la literatura, dijo: "ENTRETENIDA". Y esto es que, mal que le pese a Monsieur Verdú, la novela es un género muy antiguo, con una historia de mujer eterna, icono que también tanto gusta a este Monsieur, que lo mismo ha sido y es puta que reina, pero siempre ENTRETENIDA, incluso cuando se convierte en dama victoriana o beata española.
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Habrá que recordarle a Monsieur Verdú, el célebre decalogista, la difícil definición del género novela, que ha llevado incluso a grandes cabezas, masculinas, por supuesto, a decir absurdas definiciones como, por ejemplo, que novela es todo escrito que, presentado en forma de libro, admita bajo su título la palabra "novela". Toma ya.
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Va a ser que lo único que no admite la novela es un decálogo. O cualquier otra forma de normativa retórica, sencillamente porque nació, ya en sus remotos orígenes, al margen de la retórica oficial, la aristotélica y su finalidad era sólo entretener a las porteras de los templos griegos; era, naturalmente, despreciada por los "buenos" literatos, que escribán cosas parecidas a un decálogo, Era, la pobre, una fregona, que luego se convirtió en ilustre fregona, aunque bien poco beneficio, ni material ni de honor logró en su tiempo quien la sacó del arroyo y de la greda de fregar. Algo de su baja extracción le queda, y así lo mismo va arrastrando la cola por el barro que pisando levemente con sus taconcitos de tafilete sobre brillante mármol; y lo mismo se viste de los colores más chabacanos que se presenta en la túnica vestal. Y podemos seguir diciendo que come de todo, aquí y allá, y se mete en la cama con cualquiera, o se pone a hacer melindres de musa poética. Pero no admite imposiciones. Ella es así.
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O sea, que tiene la buena cualidad de que se adapta a todo y se lo come todo. Es omnívora, como los seres humanos mismos. De ahí, posiblemente, su larga pervivencia y sus posibilidades de futuro. Así que no se preocupe tanto Monsieur Verdú, que ella sola se sabe defender, pero si le llegara la hora de la muerte, que no la veo cercana, ni deseable, ella sabrá morir con un suspiro de alivio, de resignación o de satisfacción, o las tres cosas, porque así ya no tendrá que aguantar la atrabilis de decalogistas, quizás, como una señora de un sobreparto, dejándonos alguna cosa parecida hija suya, pero ¡qué buenos ratos nos habrá hecho pasar a mucha gente aburrida, curiosa y provinciana! Que las tres cosas vienen a ser sinónimas.
un escritor español, bastante irregular, tanto en la expresión inteligente, como en la propia inteligencia de los asuntos, al que yo llamaré Monsieur Verdú, y que conste que sin recordarme para nada la famosa película de Chaplin, que nada tiene que ver, sino por otras razones de más jocoso peso, escribió en un conocido suplemento literario de un periódico nacional, en el que tiene tribuna libre, el absurdo de los absurdos sobre lo que debería ser una novela en el futuro, para ser más exacta en el futuro de ya, o sea, en el siglo XXI. Como pretendía ser tan moderno como ese futuro de ya, y además poner a los pies de los caballos a alguien o quizás a algunos no identificados, lo hizo en la forma más antigua que se conoce en el mundo, un verdadero plagio del mismísimo Dios: dio en la flor de hacer un decálogo. Lo que pasa es que Dios es Dios - él mismo lo dijo, cuando aquello de "soy el que soy"- y su decálogo se refería, aunque un poco mojigato y omnisciente, al comportamiento humano, con el noble y nunca conseguido fin de que sobreviviéramos sin comernos unos a otros, mientras que este Monsieur Verdú no es Dios, ni siquiera un dios menor o local, y su fin no era tan noble ni tan necesario, ya que se refería a un capricho creativo del ser humano, que es verdad que deriva del hecho de no comernos los unos a los otros y que en algo ayuda al mismo fin, pero que es absolutamente prescindible, como demuestra el hecho de habernos pasado miles y miles de años sin novela, que a eso se refería el decálogo dichoso. Que es necesaria, vale; que es sustituible, también. Que puede tener un fin, sí, como todo en este mundo. Que se puede salvar gracias a un decálogo de un madrileño o lo que sea este hombre, pues no. A los que nos gusta leer novelas, y a veces, escribirlas, por este orden, nos gustaría que durara un poco más, al menos lo que durara nuestra propia vida. Pero sabemos que por ahí no se salva. Qué pena, con la ilusión que le hacía a Monsieur Verdú ser el salvador de la novela.
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Me acuerdo que a don Pío Baroja, el mejor novelista español, y uno de los mejores europeos, del siglo XX, le preguntaron una vez cómo creía él que debía ser la novela del susodicho siglo. Desafiando todas las vanguardias y a todos los eruditos a la violeta, todos los intereses editoriales -pues él tenía su propia editora- y a todos los profesores y reyecillos de la literatura, dijo: "ENTRETENIDA". Y esto es que, mal que le pese a Monsieur Verdú, la novela es un género muy antiguo, con una historia de mujer eterna, icono que también tanto gusta a este Monsieur, que lo mismo ha sido y es puta que reina, pero siempre ENTRETENIDA, incluso cuando se convierte en dama victoriana o beata española.
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Habrá que recordarle a Monsieur Verdú, el célebre decalogista, la difícil definición del género novela, que ha llevado incluso a grandes cabezas, masculinas, por supuesto, a decir absurdas definiciones como, por ejemplo, que novela es todo escrito que, presentado en forma de libro, admita bajo su título la palabra "novela". Toma ya.
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Va a ser que lo único que no admite la novela es un decálogo. O cualquier otra forma de normativa retórica, sencillamente porque nació, ya en sus remotos orígenes, al margen de la retórica oficial, la aristotélica y su finalidad era sólo entretener a las porteras de los templos griegos; era, naturalmente, despreciada por los "buenos" literatos, que escribán cosas parecidas a un decálogo, Era, la pobre, una fregona, que luego se convirtió en ilustre fregona, aunque bien poco beneficio, ni material ni de honor logró en su tiempo quien la sacó del arroyo y de la greda de fregar. Algo de su baja extracción le queda, y así lo mismo va arrastrando la cola por el barro que pisando levemente con sus taconcitos de tafilete sobre brillante mármol; y lo mismo se viste de los colores más chabacanos que se presenta en la túnica vestal. Y podemos seguir diciendo que come de todo, aquí y allá, y se mete en la cama con cualquiera, o se pone a hacer melindres de musa poética. Pero no admite imposiciones. Ella es así.
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O sea, que tiene la buena cualidad de que se adapta a todo y se lo come todo. Es omnívora, como los seres humanos mismos. De ahí, posiblemente, su larga pervivencia y sus posibilidades de futuro. Así que no se preocupe tanto Monsieur Verdú, que ella sola se sabe defender, pero si le llegara la hora de la muerte, que no la veo cercana, ni deseable, ella sabrá morir con un suspiro de alivio, de resignación o de satisfacción, o las tres cosas, porque así ya no tendrá que aguantar la atrabilis de decalogistas, quizás, como una señora de un sobreparto, dejándonos alguna cosa parecida hija suya, pero ¡qué buenos ratos nos habrá hecho pasar a mucha gente aburrida, curiosa y provinciana! Que las tres cosas vienen a ser sinónimas.
3 comentarios:
me gusta mucho todo lo que dices de la novela , y también lo poco y lo importante que es para mí lo que dice Baroja "entretenida", pues no hay nada peor que querer leerse una novela aburrida .He disfrutado mucho leyendo la respuesta a "mesié".
Estoy de acuardo con tus palabras sobre la novela, y sobre el Decálogo del petimetre Señor Verdú.
saludos.
salvador
Muchas gracias, Salvador, por tu comentario, y sobre todo por haber tenido la paciencia de leer el artículo. Creo, de todos modos, que somos pocos los que aún tenemos amor por la narración en sí, sin tanta tramoya alrededor. Aún recuerdo el cuento de navidad tuyo, que me gustó tanto, pero que, desde luego, no seguía ningún decálogo estúpido, sino sólo el gusto por narrar y la visión humana de un objeto hermoso y dolorido a la vez.
Un abrazo.
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