Otro asunto, no menos cargado de ingenio pesadote, dice este buen Monsieur Verdú, empeñado en salvar la novela de una muerte que él ya ve segura, a no ser que se siga escrupulosamente su decálogo, muerte que se producirá además a cuenta de cualquier manazas provinciano. Lo que dice es que la novela "moderna" no puede ignorar realidades como la WWW o los Blogs. Por ninguna novela honrada pase, ignorar semejantes cosas. ¡Cómo se le habrá ocurrido a nadie semejante ignorancia! La verdad de la buena es que no hay que avisarle. Nunca la novela ha sido ignorante de lo que ocurre en el mundo, nunca se ha preciado la señora novela de ignorar la realidad, sino más bien de lo contrario, de ser la más enterada del barrio, incluso si el barrio es global. A veces se ha quedado deslumbrada ante ella; otras, la ha puesto a caldo, a gritos de verdulera o por lo bajini; también ha huido de ella como conejo ante escopeta y ha ido a refugiarse a las madrigueras interiores y recónditas del intimismo o de la fantasía, pero lo que se dice ignorar la realidad, nunca. A ningún servidor o servidora de esta vieja dama -o sea, novelistas- se le ha ocurrido jamás semejante cosa, que suelen ser personas muy atentas al mundo y a sus realidades. Tan en la realidad suelen estar los novelistas que ya han comprendido quién lleva el birrete de mandarín y qué destino les espera en este mundo, así que se han lanzado al virtual, y muchos de ellos empiezan a pasar de mandarinazgos y se publican de otro modo. Saben lo que es un blog, saben lo que es la WWW y la usan. Y ya veremos. La novela, de momento, tan tranquila, como siempre.
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Reniega don Vicente -Monsieur Verdú- , por otra parte, de la atención al cine, a la televisión y otros inventos por parte de los novelistas; pues ¿en qué quedamos? ¿Debe ignorar unas cosas la novela y estar atenta a otras, concretamente a las que a su divinidad decalogista le dé la gana? ¿Es más realidad la red mundial cibernética que el teléfono móvil, los blogs, la televisión, el cine o el cómic? Si es a todo, tendrá que ser a todo. Pero él piensa que la gente tiene que estar atenta a lo que a él se le ocurra que es la "realidad" novelesca, que para eso lleva el birrete mandarinesco cultural, sin moverse nadie un punto de su estrecho e iracundo decálogo. Porque todo su artículo suena a estar muy, pero que muy enfadado, aunque nunca dice en realidad por qué o contra quién.
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Pues, como se dice ahora, va a ser que no, que cada cuál escribirá lo que se le ocurra, que las grandes editoriales decidirán, en esta época mercantilista, qué ponen en los carteles y qué venderán a golpe de manejos públicos, y que los públicos seguirán la publicidad, como es costumbre, de las grandes editoriales, menos unos cuantos que leerán lo que les dé la real gana, en libro, en cómic o en la WWW, como buenamente puedan, por allí, por acá y por acullá, que es lo que está pasando con todo. Y bien puede ocurrir que dentro de unos años se derrumben todos y cada uno de esos puntos del decálogo y Monsieur Verdú se encuentre con que en cualquier rincón apareció el futuro, que será, por suerte, tan transitorio como él mismo, como su decálogo, y como todo en esta vida perra.
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Habla también con fruición de las maravillas literarias de los que él llama periféricos, que para él no son otros que los escritores hispanoamericanos, de los cuales, y salvo unas cuantas honrosas excepciones -algo de Borges, todo de Rulfo y un poco de este o el otro- a mi parecer son los grandes dañadores de la literatura escrita en castellano. Y así como ensalza a estos hermanitos de allá, degrada a los que él llama "provincianos", y más que nadie a los que todavía buscan sus modelos en los grandes novelistas del pasado, esa carroña literaria, ¿verdad, Monsieur? Asco de Cervantes y de Tolstoi... Que están empolvados los pobres.
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Para él los periféricos son, pues, los escritores latinoamericanos, que en realidad están en el mismo centro, por mor del mandarinismo, como si en el mapa no existiera la gran Rusia y toda Asia, por ejemplo. En este mundo globalizado está empezando a parecer que el verdadero provinciano es él, porque el concepto de provinciano no es más que una actitud, no una localización geográfica. Precisamente, desde que existe la WWW y otros inventos, es provinciano el que tiene la actitud, no el que vive en un remoto caserío finés. También le recordaré las palabras de Tolstoi -ese apolillado escritor- que decía: "Canta a tu aldea y cantarás al mundo". Pero, claro, la aldea se canta con talento, no con retórica, fuegos de artificio ni decálogos. Y precisamente esos periféricos que escriben novelas, por ejemplo, en Asia, y no sólo en la falseta retórica del latinoamericano, van a buscar modelos apolillados en la gran novela clásica, realista, extensa, no retórica.
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Yo me pregunto, ya que soy una provinciana con todos los defectos que él rechaza, y no sé por dónde van los mandarinatos culturales de Madrid o de Barcelona, por qué hay tanta bilis negra en ese escrito de Monsieur Verdú. A quién o qué ha leído últimamente, no por gusto, claro, sino obligado por alguna obligación de mandarín, que le ha quemado la sangre de tal modo que hasta ha decidido dar a los pobres mortales un decálogo definitivo para ver si civiliza a tanto escritor y lector provinciano manazas que anda suelto por ahí, ofendiendo la dignidad de la novela "moderna". No me lo explico, de verdad, tanta energía para tan poca cosa.
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Reniega don Vicente -Monsieur Verdú- , por otra parte, de la atención al cine, a la televisión y otros inventos por parte de los novelistas; pues ¿en qué quedamos? ¿Debe ignorar unas cosas la novela y estar atenta a otras, concretamente a las que a su divinidad decalogista le dé la gana? ¿Es más realidad la red mundial cibernética que el teléfono móvil, los blogs, la televisión, el cine o el cómic? Si es a todo, tendrá que ser a todo. Pero él piensa que la gente tiene que estar atenta a lo que a él se le ocurra que es la "realidad" novelesca, que para eso lleva el birrete mandarinesco cultural, sin moverse nadie un punto de su estrecho e iracundo decálogo. Porque todo su artículo suena a estar muy, pero que muy enfadado, aunque nunca dice en realidad por qué o contra quién.
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Pues, como se dice ahora, va a ser que no, que cada cuál escribirá lo que se le ocurra, que las grandes editoriales decidirán, en esta época mercantilista, qué ponen en los carteles y qué venderán a golpe de manejos públicos, y que los públicos seguirán la publicidad, como es costumbre, de las grandes editoriales, menos unos cuantos que leerán lo que les dé la real gana, en libro, en cómic o en la WWW, como buenamente puedan, por allí, por acá y por acullá, que es lo que está pasando con todo. Y bien puede ocurrir que dentro de unos años se derrumben todos y cada uno de esos puntos del decálogo y Monsieur Verdú se encuentre con que en cualquier rincón apareció el futuro, que será, por suerte, tan transitorio como él mismo, como su decálogo, y como todo en esta vida perra.
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Habla también con fruición de las maravillas literarias de los que él llama periféricos, que para él no son otros que los escritores hispanoamericanos, de los cuales, y salvo unas cuantas honrosas excepciones -algo de Borges, todo de Rulfo y un poco de este o el otro- a mi parecer son los grandes dañadores de la literatura escrita en castellano. Y así como ensalza a estos hermanitos de allá, degrada a los que él llama "provincianos", y más que nadie a los que todavía buscan sus modelos en los grandes novelistas del pasado, esa carroña literaria, ¿verdad, Monsieur? Asco de Cervantes y de Tolstoi... Que están empolvados los pobres.
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Para él los periféricos son, pues, los escritores latinoamericanos, que en realidad están en el mismo centro, por mor del mandarinismo, como si en el mapa no existiera la gran Rusia y toda Asia, por ejemplo. En este mundo globalizado está empezando a parecer que el verdadero provinciano es él, porque el concepto de provinciano no es más que una actitud, no una localización geográfica. Precisamente, desde que existe la WWW y otros inventos, es provinciano el que tiene la actitud, no el que vive en un remoto caserío finés. También le recordaré las palabras de Tolstoi -ese apolillado escritor- que decía: "Canta a tu aldea y cantarás al mundo". Pero, claro, la aldea se canta con talento, no con retórica, fuegos de artificio ni decálogos. Y precisamente esos periféricos que escriben novelas, por ejemplo, en Asia, y no sólo en la falseta retórica del latinoamericano, van a buscar modelos apolillados en la gran novela clásica, realista, extensa, no retórica.
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Yo me pregunto, ya que soy una provinciana con todos los defectos que él rechaza, y no sé por dónde van los mandarinatos culturales de Madrid o de Barcelona, por qué hay tanta bilis negra en ese escrito de Monsieur Verdú. A quién o qué ha leído últimamente, no por gusto, claro, sino obligado por alguna obligación de mandarín, que le ha quemado la sangre de tal modo que hasta ha decidido dar a los pobres mortales un decálogo definitivo para ver si civiliza a tanto escritor y lector provinciano manazas que anda suelto por ahí, ofendiendo la dignidad de la novela "moderna". No me lo explico, de verdad, tanta energía para tan poca cosa.
3 comentarios:
mira Fuen,no sé quién es este "mesié" pero me he quedado con pocas ganas de saberlo después del rapapolvos que le echas. Qué gusto da leerte . Supongo que en casi todo lo que dices llevarás razón pero aunque no la llevaras a mí me has convencido. jajajja.Un beszo . Maria.
A mí también me has convencido, pero es que, además, tienes toda la razón.
Pues no sabes cuánto me alegro de que os haya convencido y de que penséis que tengo razón. Todavía no entiendo cómo un escritor que colabora con grandes periódicos y que parece ser que se defiende tomó tanto cabreo y dedicó un extensísimo artículo a ese ridículo decálogo sobre la novela que él mismo se inventó para depreciar a no se sabe quién. En fin, por las alturas sabrán. Y yo me tomé el trabajo a mi vez de escribir, porque más bien se trataba de defender un tipo de novela que a mí me gusta, o para ser más exacta, para dejar abierto el panorama a cualquier novela que no se sujete a ningun decálogo.
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