A veces, es verdad, leo cosas un poco raras. Siempre vienen justificadas por algún motivo personal, de curiosidad o de necesidad. Tendré que explicar la lectura de éste.
Estamos tecleando poco a poco los diarios de mi padre. No sólo pintó muchísimo y de eso vivió, sino que también escribió, y de eso no vivió, pero nos está dando muchísimo trabajo después de habernos dejado. El que más repasa y copia es mi hermano Manuel, que para eso se dedica a ser archivero, pero a mí me cae de vez en cuando una carpeta o un cuaderno, que voy tecleando como buenamente puedo. En suerte me cayó un cuaderno de 1967 que fingía ser un diario. De eso tenía poco, apenas algunos apuntes sobre las pinturas de la iglesia de Blanca, con el terremoto que le tambaleó el andamio y poco más; en realidad, se lanzó a escribir sus recuerdos de Garrucha donde pasó unos años, incluyendo uno o dos de la Guerra Civil. Los recuerdos llegaban solo al borde del conflicto bélico; lo dejó ahí voluntariamente, me imagino, puesto que los recuerdos que vinieron en adelante no eran de feliz recordación. Pero yo me puse a investigar por la red qué podía encontrar sobre este asunto y lo que encontré fue una editorial almeriense que publica acerca de temas de la tierra: Arráez Editores,
Les solicité uno de sus libros, de José Siles Artés, con ese sugestivo título. El hermano del autor, Manuel Siles, había sido amigo de mi padre, y algunas portadas de libros le dibujó. Juan Grima, el editor, tuvo la deferencia de enviarme el libro sin cargos, aunque yo le insté a que fuera contrareembolso. Fue generoso por su parte.
No puedo decir que sea una historia contada con extraordinaria calidad literaria, pero es muy digna, y sobre todo, muy interesante como relato de memoria personal de una época especialmente dura. El dolor y la violencia de la Guerra y la humillación y miseria de la posguerra está visto por los ojos del niño que el autor era por entonces.
Algunas de las cosas que cuenta resuenan en mi mente como si las estuviera contando mi propio padre, que era un adolescente en esos años de Garrucha. Lugares como la Cimbra, el Puerto minero, el Malecón, la escuela de niños cercana al burdel, la plaza del pueblo, son familiares para mí por los relatos de mi padre. Allí pasamos un verano cuando yo tenía unos seis o siete años, y aún otro tres años después. De ese primer veraneo en Garrucha hay un diario de mi padre y unas fotos playeras con mis hermanos.
Estamos tecleando poco a poco los diarios de mi padre. No sólo pintó muchísimo y de eso vivió, sino que también escribió, y de eso no vivió, pero nos está dando muchísimo trabajo después de habernos dejado. El que más repasa y copia es mi hermano Manuel, que para eso se dedica a ser archivero, pero a mí me cae de vez en cuando una carpeta o un cuaderno, que voy tecleando como buenamente puedo. En suerte me cayó un cuaderno de 1967 que fingía ser un diario. De eso tenía poco, apenas algunos apuntes sobre las pinturas de la iglesia de Blanca, con el terremoto que le tambaleó el andamio y poco más; en realidad, se lanzó a escribir sus recuerdos de Garrucha donde pasó unos años, incluyendo uno o dos de la Guerra Civil. Los recuerdos llegaban solo al borde del conflicto bélico; lo dejó ahí voluntariamente, me imagino, puesto que los recuerdos que vinieron en adelante no eran de feliz recordación. Pero yo me puse a investigar por la red qué podía encontrar sobre este asunto y lo que encontré fue una editorial almeriense que publica acerca de temas de la tierra: Arráez Editores,
Les solicité uno de sus libros, de José Siles Artés, con ese sugestivo título. El hermano del autor, Manuel Siles, había sido amigo de mi padre, y algunas portadas de libros le dibujó. Juan Grima, el editor, tuvo la deferencia de enviarme el libro sin cargos, aunque yo le insté a que fuera contrareembolso. Fue generoso por su parte.
No puedo decir que sea una historia contada con extraordinaria calidad literaria, pero es muy digna, y sobre todo, muy interesante como relato de memoria personal de una época especialmente dura. El dolor y la violencia de la Guerra y la humillación y miseria de la posguerra está visto por los ojos del niño que el autor era por entonces.
Algunas de las cosas que cuenta resuenan en mi mente como si las estuviera contando mi propio padre, que era un adolescente en esos años de Garrucha. Lugares como la Cimbra, el Puerto minero, el Malecón, la escuela de niños cercana al burdel, la plaza del pueblo, son familiares para mí por los relatos de mi padre. Allí pasamos un verano cuando yo tenía unos seis o siete años, y aún otro tres años después. De ese primer veraneo en Garrucha hay un diario de mi padre y unas fotos playeras con mis hermanos.
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