29 enero 2008

17 de enero: Otra vez el himno y su letra


Una polémica tonta en la vida pública me hace sonreír, si no soltar una breve carcajada. Lo haría con ganas si no hubiera en este país otros problemas más graves y en el mundo en general la miseria y la violencia que hay.
En la carrera estúpida de la españolidad que ha espoleado la derecha de este país, a alguien se le ocurrió la feliz idea de que al llamado himno nacional le faltaba una letra que entonar desde que la que escribiera Pemán quedara obsoleta, que en realidad no se conoce el momento exacto de tal suceso, ya que, siendo aquel ilustre gaditano el autor, nació obsoleta por sí misma. Es cierto que tenía aquella letra oficial una ventaja, y es que, según lo que yo recuerdo, sólo se oía al final en música pelada y monda, o silbada o tarareada, o con letras infantiles nada honrosas. O sea, que no se cantaba tampoco en las fiestas populares.
Ahora van estos y convocan un concurso. ¡Válgame! Estamos para faustos, vaya. Un buen hombre manchego, con poca ocupación por culpa de estos y de su sistema económico, le pone una letra como un ramillete de tópicos y tonterías escasamente poéticas. Hay quien lo acoge como la cosa definitiva, se arma un gran revuelo de críticas y se recogen velas. Seis días dura el himno cantado y vuelve a lo suyo, a su letra original, que es: "tá, ta, tá, ta - tá, ta, ta, tá, ta, etc." Pero el nacionalismo no tiene freno y se sigue buscando un poeta que llene de sentido nuestros muchos sentimientos patrióticos. Y en esas estaba yo riéndome, leo en "Momentos estelares de la humanidad", de Herr Zweig, una de sus miniaturas históricas acerca de, nada menos, que el nacimiento de la Marsellesa como himno de Francia. Confronto ese nacimiento con las letras de otros himnos nacionales y me doy cuenta de que todos animan a picar en un mortero al enemigo, que es siempre el otro, el vecino, a ir sonrientes a sangrientas batallas, a derramar sangre propia, pero sobre todo ajena, y así, pero todo con muchísimo entusiasmo, porque un himno nacional aparece cuando la nación se consolida en un peligro exterior, con su letra y su música, todo de una vez, como un elemento de cohesión entre individuos, pero nunca como un encargo deliberado, en una nación más o menos pacífica, en la que la identidad está en crisis, no por culpa de otros nacionalismos, como creen o dicen creer las gentes de la derecha, sino por una integración en organismos supraestatales y supranacionales, además de por un predominio de lo económico sobre lo político. Si somos consumidores y productores antes que ciudadanos, nuestro himno debería ser "Ya es primavera en el el corte inglés", por ejemplo, y vamos a dejarnos de romanticismos.

Lo que Herr Zwweig escribe acerca de la Marsellesa se llama "El genio de una noche", concretamente de la noche del 25 de abril de 1792, en que un joven músico militar, llamado Ruget, escribe, de manera inspirada y arrebatadora, un himno que recoge el entusiasmo y los gritos de la calle, ante la invasión prusiana en Estrasburgo. Se estrena en un salón burgués sin pena ni gloria, hasta que adoptado como canto de batalla por los soldados marselleses, se extiende entre el pueblo francés de modo natural, arrasando, hasta la gloria del himno, que, como todo himno, es belicoso, pero de defensa de un pueblo amenazado.
Si de las invasiones napoleónicas, por ejemplo, no surgió entre nuestro pueblo un himno con su letra, y fue un rey ilustrado el que eligió una bonita marcha de granaderos, que parece tener su origen en una composición andalusí, pues nos conformamos con eso. Contra lo que se ha venido diciendo estos días de esa marcha, a mí no me parece mala la música, siendo para lo que es.

Ganas dan de hacerse afrancesado en estos tiempos. ¡Qué cruz de país!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaaj and ak no eres republicana ni na! jajaja k profesor amas enroyada!

xD

Anónimo dijo...

¡Qué bueno el artículo, Fuen! Me ha gustado mucho y me he reído, que ya me hacía falta. A propósito, tengo algunos libros tuyos que voy a terminar enseguida. Y otra cosa: he aprobado la oposición con plaza.

Un beso.