En otoño perdí un anillo. Era un anillo muy corriente, nada especial ni valioso. Su pequeña historia se remontaba a doce años atrás, cuando celebramos nuestros veinticinco años de matrimonio. Decidimos que nuestra relación ya merecía unos anillos de verdad, sólidos, de oro. Si no habíamos podido acabar con ella en veinticinco años de locuras, experimentos, familia, encuentros y desencuentros, es que ya no podría nadie ni nada con ella. Como por entonces no andábamos mal de dinero, no quisimos comprar unas alianzas ya hechas para la celebración del evento, sino que los encargamos a Marcos, el joyero de Ceuta, y los encargamos especiales, anchos, de un oro muy puro.
Eso estuvo bien. Cosa ya consolidada. Sin embargo, yo tenía otro pequeño deseo que concederme en aquella ocasión. Quería tener un ajustador de oro con mi inicial. Si el anillo de mi compromiso ya no dinamitable iba en mi mano derecha (ay, la mano derecha de los diestros, sensata, trabajadora, seria, cabal, social, activa, indispensable...), en la mano izquierda llevaría el anillo de la propia identidad. También es la mano izquierda bastante necesaria, nadie lo duda, incluso a veces para una misma, pero en lo simbólico es otra cosa bien diferente: tómese todo lo dicho de la derecha, vuélvase por contrario y eso es la mano izquierda.
También Marcos hizo el otro anillo de la otra mano y casi a la vez que los dos de alianza. Desde entonces ni el de la diestra ni el de la siniestra han faltado de mis respectivos dedos anulares ni un día.
Hasta que este año, en el otoño, perdí el ajustador con mi inicial. Fue en el campo, una mañana en que estábamos trasplantando macetas. Cuando lo eché en falta, creí que al echar turba se había salido de mi dedo y caído al fondo de un macetón. Podría haber desmontado todas las plantaciones que había hecho hasta el momento, pero me pareció tan trabajoso que no lo hice. Siguiendo con valores simbólicos, atribuí al ajustador con mi inicial el valor del orgullo, de la independencia, de la libertad, de la afirmación propia, y pensé seriamente si todo eso lo tenía o deseaba tenerlo, incluso si merecía la pena tenerlo o desearlo. En cierto modo, quizás sí, pero si el destino me lo había quitado en aquel trabajo con la tierra, con las plantas, al aire libre, adornando mi casa con seres vivos, eso tenía que tener un significado. Lo acepté como quien acepta que las noches sigan a los días. Busqué un poco por donde habia estado aquella mañana y me rendí pronto ante el enorme espacio de chinarro, piedras, tierra y matorral que tenía que registrar.
Sin gran pena lo he venido echando de menos durante estos meses; un sentimiento de pérdida suave, melancólico y resignado. Pensaba que dentro de unos años, cuando hubiera que cambiar la buganvilla o el jazminero, lo encontraría entre la tierra; también que podria encargar otro semejante, aunque ya no sería el mismo ni lo mismo. Por otra parte, tenía un ligero sentimimento de libertad que no sé de dónde venía. Hasta una leve satisfacción de haberlo perdido.
Así que no me podia imaginar que su hallazgo pudiera algún día ser un acontecimiento tan pleno, tan cargado de valor.
Hoy, el primer día del año, mi hijo me lo ha traído a casa. Lo había encontrado entre el chinarro, a un lado del camino. Me asombra que haya estado allí durante un par de meses, intacto, brillante, sin ser arrastrado por la lluvia torrencial que cae por allí en arroyos, ni cubierto por piedras, ni aplastado por las ruedas de un coche. Me sorprende que haya sido precisamente Sancho quien lo haya visto. Cuando me lo ha dado me ha dicho que tenía que quedarle "eternamente agradecida", lo que dudo mucho porque yo misma no voy a ser eterna, espero. Digamos simplemente que mientras viva no lo olvidaré; de ahí en adelante, no me atrevo a decir nada.
Lo único que me preocupa es saber qué pueda significar esta recuperación en el primer día del año. Debo de ser muy poco poética, porque podría echar la imaginación por esos mundos y encontrarle, no uno, sino varios significados entre los cuales podría elegir el que mejor me acomodara, y sin embargo, en esta noche tranquila, después de todo el ajetreo familiar, junto al fuego de la chimenea, no encuentro más simbolismo que mirarlo en mi dedo de la mano izquierda, pensar en la milagrosa recuperación y recordar el rostro sonriente, noble y dulce de Sancho cuando me lo ha devuelto de la tierra.
Eso estuvo bien. Cosa ya consolidada. Sin embargo, yo tenía otro pequeño deseo que concederme en aquella ocasión. Quería tener un ajustador de oro con mi inicial. Si el anillo de mi compromiso ya no dinamitable iba en mi mano derecha (ay, la mano derecha de los diestros, sensata, trabajadora, seria, cabal, social, activa, indispensable...), en la mano izquierda llevaría el anillo de la propia identidad. También es la mano izquierda bastante necesaria, nadie lo duda, incluso a veces para una misma, pero en lo simbólico es otra cosa bien diferente: tómese todo lo dicho de la derecha, vuélvase por contrario y eso es la mano izquierda.
También Marcos hizo el otro anillo de la otra mano y casi a la vez que los dos de alianza. Desde entonces ni el de la diestra ni el de la siniestra han faltado de mis respectivos dedos anulares ni un día.
Hasta que este año, en el otoño, perdí el ajustador con mi inicial. Fue en el campo, una mañana en que estábamos trasplantando macetas. Cuando lo eché en falta, creí que al echar turba se había salido de mi dedo y caído al fondo de un macetón. Podría haber desmontado todas las plantaciones que había hecho hasta el momento, pero me pareció tan trabajoso que no lo hice. Siguiendo con valores simbólicos, atribuí al ajustador con mi inicial el valor del orgullo, de la independencia, de la libertad, de la afirmación propia, y pensé seriamente si todo eso lo tenía o deseaba tenerlo, incluso si merecía la pena tenerlo o desearlo. En cierto modo, quizás sí, pero si el destino me lo había quitado en aquel trabajo con la tierra, con las plantas, al aire libre, adornando mi casa con seres vivos, eso tenía que tener un significado. Lo acepté como quien acepta que las noches sigan a los días. Busqué un poco por donde habia estado aquella mañana y me rendí pronto ante el enorme espacio de chinarro, piedras, tierra y matorral que tenía que registrar.
Sin gran pena lo he venido echando de menos durante estos meses; un sentimiento de pérdida suave, melancólico y resignado. Pensaba que dentro de unos años, cuando hubiera que cambiar la buganvilla o el jazminero, lo encontraría entre la tierra; también que podria encargar otro semejante, aunque ya no sería el mismo ni lo mismo. Por otra parte, tenía un ligero sentimimento de libertad que no sé de dónde venía. Hasta una leve satisfacción de haberlo perdido.
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8 comentarios:
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se te han colao 2 spames...
Qué bonita historia la del ajustador! Yo lo considero un buen augurio, sin duda :)
Feliz 2008, guapa :**
Wilma
Que bueno que te escriben hasta los extraterrestres!. Ni se te ocurra contestarles. De acuerdo con Wilma, solo puede ser un buen augurio,encontrar cosas bonitas perdidas ...en fin , ya lo tienes para poder perderlo otra vez que es lo que suelo hacer yo, perder y encontrar y perder y encontrar y ...
Este me ha encantao! precioso... sobre todo cuando dices lo de sonriente, noble y dulce...jeje.
Ya sabes, eternamente.
Besos.
Es que es lo más bonito del texto, por eso lo dejé para el final. Y, desde luego, lo que yo más apreciado para mí, mucho más que el anillo y mucho más que contarlo. Un beso.
HAce tiempo una amiga me dijo que había perdido un broche de solapa con forma de mosca, al que tenía mucho cariño. Yo tenía uno que se podía parecer al que me describió mi amiga, y ahora mismo no recuerdo si se la llegué a dar o simplemente soñé que lo hacía. Dímelo tú.
Lo que está claro es que tú querías dárselo. Lo que no puedo saber es lo insondable de la vida. Ante ese misterio me rindo, como nos rendimos todos. Deseabas dárselo, pero quizás el destino te lo impidió. Quizás al soñarlo lo diste por hecho; a veces los sueños tienen esa fuerza de realidad. Quizás se lo diste y el sueño se te fundió con la realidad, como se funden dos metales. ¿Sabes tú la cantidad de oro que contiene un anillo por su color? Quizás en el fondo no querías dárselo, pero tan al fondo, que sólo en sueños eras capaz de entregarlo.
La sentencia optimista es que, fuera como fuera, se lo diste. La pesimista es que se lo diste sólo en sueños.
¿A que parezco e oráculo de Delfos?
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