En enero comencé un cuaderno precioso cuya portada estaba ilustrada por una pintura japonesa, la Geisha en la Nieve. Como si así me lo hubiera propuesto, acabé su última página el treinta y uno de marzo. Le llamé cuaderno de invierno y lo cerré con melancolía. Salí a buscar mi cuaderno para los meses siguientes y había una escasez alarmante de cuadernos para gente de diario con gusto por el papel. Al fin encontré este, que no es tan hermoso como el anterior, pero que tiene su encanto; al menos ahora, después de casi dos meses trabajando en él, le he tomado cariño y le he puesto, como es natural, el nombre de cuaderno de primavera. Para mí, y en estas tierras, ya ha comenzado el verano. Calculando lo que suelo escribir diariamente, creo que lo terminaré para el treinta y uno de mayo, y mientras tanto dos magníficos cuadernos me esperan; aún no sé cuál se llevará los meses siguientes, quitado el tiempo de viaje, para el que continuaré con aquel que representa a Europa raptada por el toro y que comencé en Florencia.
Escribí cuando comencé este del pajarito de azul brillante:
"Comienza aquí el cuaderno de la primavera. Con doble y contradictorio sentimiento, cerré ayer el cuaderno que me ha acompañado los tres meses del invierno, los tres meses primeros de un duelo por la pérdida de mi padre, que aún no he cerrado del todo, pero a través del cual comienzo a ver un punto de luz cada vez más cercano, más conforme, más asentado en la melancolía gozosa de la vida.
Siento gozo, en efecto, de haber terminado ese cuaderno, que en sí mismo, como objeto, era precioso, por su solidez perfecta y por el delicado dibujo de sus tapas; gozo porque ha sido concluido hasta la última página y he sido capaz de someterme a la disciplina de escribir todos los días; gozo porque ha concluido en el último día de un mes, justo cuando hacía diez días tan sólo que había llegado, según todos los cálculos oficiales, la primavera, aunque aún, oficiosamente, quedaran restos de frío por la noche y al amanecer, y el viento nos haya azotado sin misericordia; gozo también porque lo he cerrado con las notas de un viaje, a cuyo regreso me ha parecido que he aumentado un poco mi escasa sabiduría, mi comprensión humana, mis sentimientos, en el que me he reconciliado con mi propia vida y he recuperado un tiempo en que, lo sé con certeza, fui muy feliz, mi paraíso, el que hay que perder para tener fe en la vida".
Esto decía y más cosas que no paso a esta página para no cansar.
Escribí cuando comencé este del pajarito de azul brillante:
"Comienza aquí el cuaderno de la primavera. Con doble y contradictorio sentimiento, cerré ayer el cuaderno que me ha acompañado los tres meses del invierno, los tres meses primeros de un duelo por la pérdida de mi padre, que aún no he cerrado del todo, pero a través del cual comienzo a ver un punto de luz cada vez más cercano, más conforme, más asentado en la melancolía gozosa de la vida.
Siento gozo, en efecto, de haber terminado ese cuaderno, que en sí mismo, como objeto, era precioso, por su solidez perfecta y por el delicado dibujo de sus tapas; gozo porque ha sido concluido hasta la última página y he sido capaz de someterme a la disciplina de escribir todos los días; gozo porque ha concluido en el último día de un mes, justo cuando hacía diez días tan sólo que había llegado, según todos los cálculos oficiales, la primavera, aunque aún, oficiosamente, quedaran restos de frío por la noche y al amanecer, y el viento nos haya azotado sin misericordia; gozo también porque lo he cerrado con las notas de un viaje, a cuyo regreso me ha parecido que he aumentado un poco mi escasa sabiduría, mi comprensión humana, mis sentimientos, en el que me he reconciliado con mi propia vida y he recuperado un tiempo en que, lo sé con certeza, fui muy feliz, mi paraíso, el que hay que perder para tener fe en la vida".
Esto decía y más cosas que no paso a esta página para no cansar.
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