Resulta que me llama mi madre y me dice así, como una faenilla normal que hay que hacer, que quiere ir al Cementerio de Espinardo a llevarle flores a mis abuelos. Que son estos que veis en esta exótica foto, en su viaje de novios. No es que fueran moros, es que se vistieron para hacerse la foto en la Alhambra. Me consta que estas fotos se siguen haciendo, pero que éstas de los años veinte pertenecen ya a la historia de la Fotografía. ¿Qué le voy a decir a mi madre, cuando tengo esta foto como una joya en mi salón, que ella me la regaló? Pues nada, que a las cuatro estaré en su casa, a diez kilómetros de la mía, para llevarla a cumplir el piadoso deber. Culto a los muertos.
Cada cultura lo hace a su manera. En Marruecos, los entierran desnudos, en la tierra viva, en posición fetal y mirando a la Meca. Sobre la tumba, una sencilla piedra blanca con el nombre del difunto. Antiguamente a las mujeres no les ponían el nombre, a no ser que se hubiera ndistinguido por algo, por su belleza, o su inteligencia o su santidad. El criterio, por lo visto, era riguroso. Los marroquíes no les llevan flores a sus abuelos, sino mirto, o sea, arrayán, que es la planta del amor. Visten el luto de blanco purísimo y a un velatorio no van nunca sin un paquete de azúcar para la familia del difunto, porque piensan que no están para ir a comprar azúcar ni nada y que al menos té tendrán que tomar. La primera vez que vi un entierro en las calles de Tetuán no sabía qué demonios estaba pasando, porque iban todos a la carrera, sin perder ni un momento, cantando suras del Corán, con la caja de madera de pino, hecha de tablones, cubierta con una manta de colores. Al muerto lo sacan de la caja para enterrarlo, y no es por ahorrar, sino por el mandato de que el cuerpo toque la tierra.
Añade mi madre que el sábado iremos a Lorca a ponerle flores a la tumba de mi padre. Lloraremos de nuevo, porque aún no hace un año tan siquiera que nos dejó, y luego le pondremos alguna flor a éste, que era su padre, y a la otra que está a su lado, que era su madre. Cuando pusimos las lápidas, mi hermano dijo que debía ser algo sencillo: Manuel Muñoz Barberán, Pintor. Y al lado estaba su madre. Y dijo otro hermano: ¿Y a la abuela qué le ponemos, Bibiana Barberán Castillo, Telefonista? Porque ella fue la jefa de la central telefónica de Cehegín. Quedaba tan prosaico, que no le pusimos nada.
Y ya que estamos allí, mi hermano Manuel y yo, quizás con algún otro, iremos a ponerle una flor a este otro buen hombre, que era el bisabuelo de mi padre, enterrado en una tumba prestada por el Colegio de Abogados de Lorca, del que fue presidente en tiempos de Isabel II. El cual, con motivo de la proclamación de la Primera República firmó el siguiente llamamiento a la calma al pueblo de Lorca.
Así celebraremos los días de los Santos, de los Muertos y de las Ánimas, rindiéndoles su culto.
Por todo lo cual pienso en otros muertos a los que no se les puede rendir culto. Yo sé dónde están cada uno de mis abuelos y mis tíos, y sé dónde está mi padre. A decir verdad, sé dónde dejaron sus cuerpos sin vida. A ellos ya les da lo mismo, pero no les da lo mismo a los vivos. El culto a los muertos es tan antiguo como el despertar de la inteligencia humana. Negarles sepultura y lugar determinado a los muertos es un pecado contra la humanidad. Eso es lo que se pretende subsanar con la Ley de la Memoria Histórica. Eso es lo que quiere hacer Garzón con los miles de muertos abandonados en las cunetas de España y los eriales junto a los cementerios. Los que reniegan de esta memoria tienen a sus muertos bien enterrados y cubiertos de flores estos días. Hay muchas familias españolas que tienen que ir a un barranco suponiendo que sus muertos están allí, pero sin saberlo a ciencia cierta. Un respeto también a esos vivos.
Antígona se la jugó hasta la muerte por echar un poco de vino y un poco de tierra sobre los restos de su hermano muerto en el lado equivocado. Al que había estado al lado de los vencedores ya se le habían hecho todos los ritos necesarios y se le habían rendido honores militares. Para un griego clásico, no recibir esos ritos funerarios era peor que ir al infierno; su alma vagaría en un lugar entre el cielo y la tierra, como una sombra en pena constante. Era el deber moral de Antígona rendir ese culto a su hermano muerto. Lo hizo y le costó morir de hambre y sed encerrada en una cueva. Hay actualmente en España muchas Antígonas tratando de echar un poco de tierra, unas gotas de vino, sobre los cuerpos fusilados de los vencidos. Que se les permita de una vez sin condenarlos al oprobio y a la vejación, sin poner en duda su honrado deseo. No es revancha, no es resentimiento, no es abrir viejas heridas. Es honrar a los muertos.
Cada cultura lo hace a su manera. En Marruecos, los entierran desnudos, en la tierra viva, en posición fetal y mirando a la Meca. Sobre la tumba, una sencilla piedra blanca con el nombre del difunto. Antiguamente a las mujeres no les ponían el nombre, a no ser que se hubiera ndistinguido por algo, por su belleza, o su inteligencia o su santidad. El criterio, por lo visto, era riguroso. Los marroquíes no les llevan flores a sus abuelos, sino mirto, o sea, arrayán, que es la planta del amor. Visten el luto de blanco purísimo y a un velatorio no van nunca sin un paquete de azúcar para la familia del difunto, porque piensan que no están para ir a comprar azúcar ni nada y que al menos té tendrán que tomar. La primera vez que vi un entierro en las calles de Tetuán no sabía qué demonios estaba pasando, porque iban todos a la carrera, sin perder ni un momento, cantando suras del Corán, con la caja de madera de pino, hecha de tablones, cubierta con una manta de colores. Al muerto lo sacan de la caja para enterrarlo, y no es por ahorrar, sino por el mandato de que el cuerpo toque la tierra.
Añade mi madre que el sábado iremos a Lorca a ponerle flores a la tumba de mi padre. Lloraremos de nuevo, porque aún no hace un año tan siquiera que nos dejó, y luego le pondremos alguna flor a éste, que era su padre, y a la otra que está a su lado, que era su madre. Cuando pusimos las lápidas, mi hermano dijo que debía ser algo sencillo: Manuel Muñoz Barberán, Pintor. Y al lado estaba su madre. Y dijo otro hermano: ¿Y a la abuela qué le ponemos, Bibiana Barberán Castillo, Telefonista? Porque ella fue la jefa de la central telefónica de Cehegín. Quedaba tan prosaico, que no le pusimos nada.
Y ya que estamos allí, mi hermano Manuel y yo, quizás con algún otro, iremos a ponerle una flor a este otro buen hombre, que era el bisabuelo de mi padre, enterrado en una tumba prestada por el Colegio de Abogados de Lorca, del que fue presidente en tiempos de Isabel II. El cual, con motivo de la proclamación de la Primera República firmó el siguiente llamamiento a la calma al pueblo de Lorca.
Así celebraremos los días de los Santos, de los Muertos y de las Ánimas, rindiéndoles su culto.
Por todo lo cual pienso en otros muertos a los que no se les puede rendir culto. Yo sé dónde están cada uno de mis abuelos y mis tíos, y sé dónde está mi padre. A decir verdad, sé dónde dejaron sus cuerpos sin vida. A ellos ya les da lo mismo, pero no les da lo mismo a los vivos. El culto a los muertos es tan antiguo como el despertar de la inteligencia humana. Negarles sepultura y lugar determinado a los muertos es un pecado contra la humanidad. Eso es lo que se pretende subsanar con la Ley de la Memoria Histórica. Eso es lo que quiere hacer Garzón con los miles de muertos abandonados en las cunetas de España y los eriales junto a los cementerios. Los que reniegan de esta memoria tienen a sus muertos bien enterrados y cubiertos de flores estos días. Hay muchas familias españolas que tienen que ir a un barranco suponiendo que sus muertos están allí, pero sin saberlo a ciencia cierta. Un respeto también a esos vivos.
Antígona se la jugó hasta la muerte por echar un poco de vino y un poco de tierra sobre los restos de su hermano muerto en el lado equivocado. Al que había estado al lado de los vencedores ya se le habían hecho todos los ritos necesarios y se le habían rendido honores militares. Para un griego clásico, no recibir esos ritos funerarios era peor que ir al infierno; su alma vagaría en un lugar entre el cielo y la tierra, como una sombra en pena constante. Era el deber moral de Antígona rendir ese culto a su hermano muerto. Lo hizo y le costó morir de hambre y sed encerrada en una cueva. Hay actualmente en España muchas Antígonas tratando de echar un poco de tierra, unas gotas de vino, sobre los cuerpos fusilados de los vencidos. Que se les permita de una vez sin condenarlos al oprobio y a la vejación, sin poner en duda su honrado deseo. No es revancha, no es resentimiento, no es abrir viejas heridas. Es honrar a los muertos.
6 comentarios:
Un texto genial. estoy de acuerdo en todo. Yo afortunadamente, iré mañana al cementerio de San Amaro a aguantar unas lágrimas por mi madre, que ni siquiera hace 8 meses que se fue a descansar mirando al mar, pero también a otros antepasados, como mi abuelo, dirigente de la CNT en Galicia, que fue encarcelado, y en un momento estuvo a punto de ser ajusticiado en el polvorín de la Torre, pero que afortunadamente podemos rendirle un tributo en la misma tumba que a mi madre.
¡Qué bien ha quedado escaneada la foto de tus abuelos en La Alhambra! Me ha encantado. Mi madre tiene una igualita, sola, con el mismo atuendo y 16 años... Precisamente ayer estuvo en el cementerio de Espinardo. Le tocó llevarla a mi hermana. Similitudes en estas fechas... Un beso. M. Cruz.
Cuanto bueno por aquí, Mari Cruz. Me encantan tus visitas y mantener este contacto de vez en cuando. Es verdad que la foto es preciosa, y la de tu madre debe de ser igualmente bonita. Un beso y hasta pronto.
Me encanta este post además de por lo que me afecta -bien recogidos los momentos genealógicos familiares, y qué entrañables-- por su extensión a la colectividad, la memoria histórica, que reivindico por las mismas razones que tú, y añado: porque la historia debe ser un compromiso de estado, sea como sea, duela lo que duela, si no, pierde su capacidad como ciencia de la observación, no diremos de la verdad, porque eso, ya sabemos, es bien difícil. Si no se hace, ¿qué queda de documentación de esa triste época de este país? Arbitrariedad. Procuremos que en la menor medida.
Un besico
Hola otra vez.. ahora caigo en que me sonaba mucho tu apellido. Eres la hija de Muñoz Barberán, uno de los grandes pintores que ha dado esta tierra. Me encantan tus blogs, me he hecho asidua y en cuanto a lo de la conmemoración de los difuntos, esta mañana se ha hecho un homenaje por parte del Ejército del Aire a los aviadores republicanos que murieron en la base de Los Alcázares, que fue fiel a la República en la guerra. Ha sido precioso, estaban los descendientes y dos rusos de la embajada, uno con su uniforme y todo. Y es que también hay un ruso allí enterrado que fue instructor de vuelo. Nunca imaginé que viviría una situación así...
Gracias, Pilar, por este comentario. Lo quise hacer porque el culto a los muertos subyace en toda la ley de la memoria histórica, aparte las connotaciones políticas que tenga. Creo que es justo que todos los españoles tenga una tumba a la que ir a honrar a sus muertos.
Cyd, qué preciosidad lo que cuentas sobre Los Alcázares. Me alegra que el Ejército sea más justo que buena parte de los políticos españoles. También era de justicia ese homenaje.
Y sí, mi padre era Muñoz Barberán, que murió el uno de diciembre del año pasado.
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